Congreso Internacional de la Lengua Española 2016
RAE, Instituto Cervantes, AALE
Puerto Rico, Marzo 2016
RAE, Instituto Cervantes, AALE
Puerto Rico, Marzo 2016
Sección V. El español en el mundo.
Unidad y diversidad
5.3. Panel. El
diálogo de las lenguas y la creatividad cultural
Julio Escoto
(Honduras), escritor
Enfoque socio cultural (o cápsula lingüística)
de los aportes populares a la lengua
en la Costa Atlántica de Honduras
durante las décadas 1960-1970.
Presidente del Panel: Gerardo Piña-Rosales (Estados
Unidos).
Director de la Academia Norteamericana de la Lengua
Española
Coordinadora: Mayra Montero (Cuba/Puerto Rico)
Enfoque socio cultural (o cápsula lingüística) de los aportes populares a la lengua en la
Costa Atlántica de Honduras durante las décadas 1960-1970.
Julio Escoto, MA
“La mente de una generación es su lenguaje”.
John Dos Passos. Three
soldiers, 1922.
I.- Escenario histórico
La década de 1960 fue para Centroamérica no sólo una interesante época de
revolución material ––se tiende carreteras, se abre aeropuertos civiles y se ensaya
un mercado transnacional común––
sino particular y excepcionalmente en lo cultural. Es cuando en los grupos de poder comienza a abrirse
paso la aceptación de gobiernos civiles y democráticamente electos, ya que el “mal
ejemplo” y modelo de la revolución cubana aconsejan orear a la sociedad y reducir
las prácticas autoritarias, así como cuando se demandan centros universitarios
regionales, fábricas con proyección internacional de mercado y se extiende la comunicación
de la radio y la novedosa televisión a escalas hasta entonces no imaginadas.
La Alianza para el Progreso
inserta en el cerrado, casi hermético medio político centroamericano, un conjunto
de principios que su doctrina pregona ––equidad, civilidad, justicia, Estado benefactor,
desarrollo y evolución social–– nada desconocidos para los académicos e intelectuales ya que formaban
parte de los valores centenariamente propuestos por los próceres y los luchadores
por el cambio social, así como, recientemente, por los socialdemócratas y la doctrina
social de la Iglesia.
La que asciende a escena
es cierta sociedad de postguerra que inicia el relevo y que va a transformar a Centroamérica
en el plazo de 25 años. Los procesos que se ponen en marcha son múltiples, entre
otros el despertar de una población campesina habitualmente abandonada por el Estado
y que empieza a reclamar la tierra y a trasladarse a las ciudades, principiando
un lento pero ancho éxodo que va a hacer de las urbes modernos polos de desarrollo
pero también asiento de subempleados, desempleados, precaristas y lumpen.
Esos procesos alientan
que clases no altas tornen suyo el concepto de que sólo la educación salva y que
por tanto la asistencia del hijo a la escuela se vuelva un imperativo familiar ineludible,
norma hasta entonces descuidada; refuerzan una nueva visión donde el trabajo opera
como potencial de ascenso en la escala social y no sólo como recurso de sobrevivencia;
a la vez que se debate la cuestión, por primera vez socializada, de que cada pueblo
––el hondureño en esta situación
que tratamos–– no
es homogéneo[1],
o identitariamente congruente, sino constituido, articulado con diversas procedencias
étnicas y de clase, hasta configurar un mural de fuerzas económicas y políticas
que se conjuntan incluso sin saberlo, sin teorizarlo, bajo una deseada búsqueda
de identidad en permanente evolución y construcción, naciendo de allí la dificultad
de su apresamiento intelectivo y por tanto de su definición, explicación y posterior
fortalecimiento.
La década de 1960, con
su corolario en la de 1970, puede ser titulada en Centroamérica la del despertar.
Del mismo modo que el Renacimiento en Europa, a escalas mayores obviamente, y luego
el Siglo de las Luces roturaron en las mentes humanas el negro cielo de creencias
supersticiosas y religiosas, el enorme peso de la cadena medieval y la negación
del potencial creativo del hombre en todos los ámbitos del conocimiento y la acción
universal, así igual en el istmo pueden trazarse tres encendidas iluminaciones de
libertad ––empleando libertad
en cuanto despeje y despojo de lo antiguo para ingresar a lo moderno.
La primera de ellas es
obviamente la que culmina en 1821, con la declaración autonómica ante España por
parte de las provincias sometidas y que respondió a todo un juego y ejercicio intelectual
abordado militantemente durante diez años por quienes fueron posteriormente reconocidos
como próceres de la República: Pedro Molina, José Cecilio del Valle, Manuel José
Arce, otros, que no sólo generaron y difundieron ideas subversivas contra el coloniaje
ya entonces tricentenario, sino que inmediatamente de constituirse la república
contribuyen a armar una idea del sujeto social democrático y moderno, que va a pujar,
como en efecto logró, por la creación de la nación unitaria en todo el territorio
ístmico (cinco provincias y luego Estados que pudieron haberse disgregado) y cuyo
experimento va a funcionar, más bien que mal, por una década hasta su fragmentación
––en 1838 la República Federal de Centroamérica fracasa y se desintegra[2].
El segundo particular momento
de iluminación comunitaria sucede en la década de 1870, cuando los seguidores
de la onda liberal positivista de Comte proporcionan a la sociedad no sólo experiencias
filosóficas y culturales sino eminentemente políticas y de sistemas de gobierno
––lo que Gudmunsun titula “movimiento liberal de
segunda generación”[3]…
Miguel García Granados (1871-1873) y Justo Rufino Barrios (1875-1885) en Guatemala;
Rafael Zaldívar (1876-1885) en El Salvador; Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa en Honduras
(1876-1883); Tomás Guardia (1871-1882) en Costa Rica instauran modelos de Reforma
que van a adelantar el reloj de la biografía histórica en buen puño de horas gracias
a sus avanzados intentos de protección social, desempeño intelectual y respeto cívico
a muchedumbres hasta entonces consideradas exclusivamente masa y no ciudadanos que
tuvieran algo que decir para la construcción democrática. Incluso así, y como afirma
Pérez Brignoli, “la adaptación acabó reemplazando a la revolución” deseada por los
originales padres[4].
El tercer estadio puede
ser atribuido, sin riesgo, al momento particular de la resistencia anti-imperialista
que se gesta (más bien se renueva) en América en el decenio de 1960 y que teniendo
como anticipo la repulsa a las dictaduras de los años 40 y 50 evolucionó gracias
a la difusión de la experiencia social de la revolución cubana[5], y
que luego de procurar conquistas esencialmente militares orienta, destina su esfuerzo,
a las sociales[6].
Es cuando también se impone
la política de “sustitución de importaciones” y los gobiernos del istmo invierten
cuantiosas sumas en estímulo a la industrialización ––ya que el modelo que se escoge
es el de producción masiva para agro exportación y no obligadamente para suplir
necesidades de consumo interno.
Todo ello impacta directamente
sobre la cultura práctica de día al día. La progresiva penetración de la radiodifusión
(ondas Corta y Media), que nace en Centroamérica hacia media década de 1930, contribuye
a modificar el panorama mental de los pobladores ya que, de pronto, intuyen ser
parte íntegra, aunque no siempre comprendida, de cierta estatidad, esto es de pertenencia
a un intrigante compuesto de identidad que la radio, al declararse estrictamente
como local (“nacional, autóctona, propia, hondureñista”) sugiere.
Las transmisiones de Tegucigalpa
tienen impacto contundente en la costa Norte, a 300 kilómetros de distancia (excepto
por un puerto, que es Amapala, el Sur inexistía) ya que hermanan fibras de algo
imaginado pero desconocido, que es la sospecha de cierta personalidad común (voces,
tesituras, tonos, cortinas, preferencias musicales, seña radial) compartida pero
no aún definida. Naciendo la sospecha además de nuevos héroes de lo cotidiano: los
locutores a quienes más temprano que tarde se les reconoce acentos y cauda melódica,
convirtiéndolos en ~suponiéndolos~ propios de la “catrachidad”[7].
Se les supone propios,
adicionalmente, por diferencia con semejantes del exterior; la trenza cultural es
múltiple, sutil y compleja.
Para inicios de la década
de 1960 las emisoras radiales hondureñas son escasas, particularmente las dotadas
con potencia electromagnética de alcance extra urbano: HRN “La voz de Honduras”
y HRMH5 “La Voz del Junco”, la primera
capitalina y la segunda sita en ciudad Santa Bárbara, cabecera del departamento
occidental del mismo nombre, única por ser de campiña. Suavemente compiten HRP1
“El eco de Honduras”, HRQ “Radio Suyapa” y HRVW “La voz de Centroamérica”, más de
carácter zonal y regional (costa Atlántica).
Eso propio se confronta,
sin embargo, con fortísimos influjos externos culturales. Sobre el país llueven
cada día ~particularmente
de mañana y tarde, debido a particularidades atmosféricas~ las huellas radiofónicas de buena
cantidad de emisoras de México (XEW), Cuba (CMQ), Guatemala (TGW) y Belice (el litoral
Caribe parla inglés[8]).
Los habitantes de San
Pedro Sula amanecen por 1965 con tempranos timbres de la “Sinfonía de los juguetes”[9]
(¿Haydn, L. Mozart?), caracterizada desde la YSU de San Salvador, que es un despertador
querido y puntual, mientras que al oscurecer son las telenovelas entre gótico y
melancólicas de la CMQ cubana, las de Félix B. Caignet[10], que
hacen padecer y llorar al angustiado oyente: “Chan Li Po y la Serpiente
Roja”. “Aladino y la lámpara maravillosa”, El ladrón de Bagdad” y particularmente “El derecho de nacer”, cuya primera transmisión data de 1948.
Debe haber sido cuando
vocablos de la isla como “bohío, guajira, candela”, ejemplo, ingresan para siempre
en la lexicología hondureña, si bien José Martí, de quien se dice estuvo en ciudad
La Ceiba para dialogar con sus conjurados[11] en
1878, raro empleó la última.
II. Escenario cultural
Estamos pues ante un interesante
cuadro de influjos múltiples culturales que caen encima de la costa Atlántica de
Honduras, incapaz, por ausencia, de otras elecciones. El mundo va cambiando y la
radio ~muy pronto la televisión
a escala gris, en 1959~ “educan” con su nuevo lenguaje a una población a la que caracteriza un
80% de analfabetismo. La palabra jamás logró impactos tan graves, las gentes se
derriten bajo la sonoridad matutina y nocturna, son códigos con los que no habían
experimentado nunca y que por ende son cautivantes.
La percepción del ciudadano
medio es casi mágica ante la tecnología: llegan la palabra y cuanto él desconoce
de lo técnico: el efecto exclusivista y atrayente del medio, que te obliga a permanecer
quieto escuchándolo, asistiendo a su dominante perversión hipnótica; a la cauda
de las voces y la gravedad de quien narra la radionovela, honda y profunda, quieta
y enérgica, rauda o mansa según iras de amor. Quien escucha sin percibir percibe
que existen ciertos paratextos que no logra dominar ––ruido, música, fondos, toqueteos
sobre lata o madera, percusiones, alientos, galopes, dolor, silencios, pausas––
que integran la escena sónica como en gran tablado teatral. Acontecen cosas, algo
va a pasar...
En la década de 1960 azotan Centroamérica tres poderosos modificadores culturales.
Son la minifalda, la píldora anticonceptiva y el Volkswagen...
Con la primera ~la corta pieza de moda (36 centímetros) ideada por Mary
Quant~ la mujer adquirió por vez primera el derecho a mostrar la belleza de su cuerpo
sin sentimiento de pecado, imposición varonil ni hipocresía. Los machos quedamos
tanto sorprendidos como maravillados. El mundo ya nunca fue igual.
Mediante la pastilla anticonceptiva la mujer adquirió por inicial vez la
potestad para regular su propia renovación genética. Fuera quedaron las advertencias
eclesiales de que hay que tener todos los hijos que dios manda, que el sexo es pecado
y que prevenir embarazos es criminal, conceptos medievales sufridos por nuestras
abuelas.
Pero, surge la consulta: ¿y el Volkswagen, qué tiene que ver en esta relación
cultural…?
Es que en la Centroamérica del siglo pasado los medios de transporte eran
obligadamente de estilo rural: carreta, mula, diligencia. Era escaso el transporte
masivo. El caballo fue sustituido, en las ciudades, por la bicicleta y sólo muy
tardíamente por la motocicleta y el automóvil personal.
Y de pronto arriba al ocaso de la quinta década un vehículo no sólo de bajos
costo y mantenimiento, enfriado por aire y ligero, sino que además con capacidad
para trasladar de media a una docena de personas y la economía se acelera, los tiempos
de compromiso se perfeccionan, el circulante adquiere velocidad, la sociabilidad
se incrementa ya que las gentes se ven de cerca, apretujados o no, unos junto a
otros y se conocen, se citan y comunican, posicionan negocios, se enamoran quizás...
Nace la clase media.
El transporte del pueblo nunca fue tan democrático como entonces e incluso
~hacen la broma en Tegucigalpa~ los buseros aprenden a hablar alemán ya que para
comprimir a los viajeros y conseguir más ganancia gritaban: “¡subann, siéntensen,
estrújensen!…[12]”
III. El complejo Caribe
Se deduce, por tanto, que la lengua debe estar sufriendo, por la época,
simultáneos y particulares cambios de intensidad expresiva, y así es.
Términos y modos rurales viajan a la ciudad y se instalan en ella, en ocasiones
con su original formato semántico-fonético (significado, pronunciación), en otros
variados y, o, modificados. Pero a su vez, en el jugoso intercambio ya milenario
de las voces de los hombres, y de sus intenciones, para adaptarse el campesino está
obligado a practicar la lengua del amo o patrón citadino y al mismo tiempo a procurar
que se acepte la suya, es decir su intrínseco estilo de enunciación y significación.
Nacen los idiolectos, tan ricos en individualidad y emotividad según mayores o menores
aglutinamientos demográficos[13].
Es así como en la costa Norte de Honduras, área atlántica, la suma de la
migración del campo a la ciudad, la intervención de nuevos actores internacionales
particularmente económicos, el influjo que desde los centros políticos locales y
el hemisferio Norte se expresa en radio y luego en televisión, y muy singularmente
la expansión de la cultura bananera, modifican a la vida del Caribe como en prácticamente
toda Centroamérica ––cultura que es un compuesto demasiado complejo para reseñarlo
acá, no es este su espacio, pero que comprende en términos globales nuevos modos
tecnológicos de administración de empresas, disciplina laboral, metodología de producción,
técnica de cultivos, siembra, fertilización y riego, manejo genético de plantas,
comercialización, mercadeo, publicidad y transporte, así como importación de insumos
pertenecientes a estilos habituales del primer mundo: trigo (Avena Quaker), maíz
procesado (Corn Flakes), alcoholes exóticos (whisky y Bourbon, ron jamaiquino, ginebra),
betún para calzado (Shinola), armas importadas de Hartford, Co. (revólveres Colt,
machetes Collins), afeites (Glostora, Colgate), locomoción moderna (automóvil, ferrocarril,
avión) e incluso peculiaridades íntimas poco recordadas de entonces (brasieres,
blúmeres y condones, así españolizados, por ejemplo)[14].
El Caribe de Honduras es hacia los años de 1960 un conglomerado casi perteneciente
al mundo de las cien y una culturas. El pueblo Garínagu (plural de garífuna) desterrado
de isla San Vicente, Antillas menores, a isla Roatán en 1796, baila su propio ritmo
fúnebre, que es la Punta y que en 1990 llegó a convertirse en éxito mundial (“Sopa
de caracol”); los marinos costeños contratados para laborar en los vastos navíos
de transporte petrolero procedentes de Texas imponen sobre el litoral e islas su
obsesivo ruido de música country; sonidos como calypso, soca, ska, reggae inundan
el ambiente; se habla en la costa Norte español y castellano (local y castizo de
españoles migrantes), inglés (norteamericano, británico, beliceño y jamaiquino),
francés, alemán y chino por viajeros y residentes foráneos; y un poco de lenguas
de pueblos originarios (pech, lenca, tolupán, chortí, misquito, tawahka,. sumo,
rama) podría ser escuchado si alguien tuviera fino oído para captarlo[15]…
Con todo, y replicando
aquello de que “la lengua es el imperio”, es en el ancho entorno de las empresas
bananeras donde va a forjarse ––inmenso crisol–– el sumun de particularidades de
lenguaje del Caribe hondureño, tema al que han dedicado intensos esfuerzos de copilación
y comprensión valiosos profesionales de América y Europa[16].
Sobre tal campo lingüístico
existen obras especializadas, por lo que sería repetitivo imitarlas. Baste decir
que el objeto de este estudio no consiste en citar lo citable sino en procurar delimitar
en marcos sincrónicos lo que la diacronía de la investigación lingüística aún tarda
en precisar y que es el período (década, mejor lustro, ojalá año) en que determinados
vocablos empezaron a ser empleados y popularizados.
Para misión tal se ocupa
a cien investigadores o alguna memoria privilegiada, que es la mía. Por causas de
particularidad genética ––venir a la vez de curiosidades étnicas Lencas originarias
y de españolas, o sea mestizaje–– la palabra dicha incidió en mi experiencia humana
con tal ardor histórico que casi puedo recordar la primera vez que la oí ––lo que
no significa forzosamente que sea su origen sino algún modo de su instrumentación
social.
Y lo primero que descubrí
en tales palabras fueron los fuertes componentes de los andamios de la pasión.
Amor y sexo
Para la década de 1960
en los estratos estudiantiles locales ––como en los del entero mundo–– el lenguaje exhibía pálpitos de amor.
Se decía “cuevear” cuando
un amante había logrado la inédita capacidad de acariciar partes pudendas de la
compañera, vocablo grosero y mayoritariamente machista.
Significaba que ambos estaban
ya “tirando”, esto es compartiendo modos de intimidad.
O bien “halando”, lo que
implica la metáfora de un hilo que amantes ambos elaboran.
Y una vez iniciado el idilio
pasaban además a “amontonarse”, es decir abrazarse, hacerse uno, “poner unas cosas
sobre otras” (RAE), y podían afirmar que “andaban” (“ya andamos”, “andamos juntos”),
o sea que eran novios. Personas ajenas podían afirmar lo mismo con una curiosa metáfora
gastronómica, “esos ya están comiendo”.
Enamorar a alguien en esa
década era “echarle el caballo”, expresión sin duda mexicana, tomada de las escenas
cinematográficas típicas en que el jinete alza por la cintura a la joven, en la
plaza, y la roba. Pero igual se decía “le voy a entrar”, “le estoy entrando” a Isabela
(por ganarla, conquistarla), concurrente con la pregunta de alguien acerca de esa
misma pretensión: “¿ya te dio entrada?...”
Entre adolescentes varones,
cuando se lograba ver las interioridades de alguna malsentada se decía que había
“enfoque”, o entre ellas, al observar la malicia del varón una advertía a la otra
“tapate, componete, te están enfocando”.
Y obvio que numerosos vocablos
habituales pasaron a adquirir nuevos significados: cuero y jamón eran adjetivos
para una persona (varón o mujer) físicamente agraciada pero calzón (igual forro:
gran / buen / hermoso) se refería mayormente a los glúteos femeninos.
Algunas marcas de productos
pasaron a la lengua popular por ellas mismas, convirtiéndose en sustantivos: “véndame
un sultán / un cadete” (condones Sultan y Opel Kadet).
Mundo bananero
Como ha sido señalado,
las empresas de plantaciones fruteras ejercieron poderosa influencia cultural sobre
el Atlántico de prácticamente toda Centroamérica desde inicios del siglo XX hasta
aproximadamente 1970. Varios estudios retratan, desde diversos ángulos científicos
y literarios, lo que fue la vida campeña (de campos bananeros) a lo largo de sesenta
años, así como el producto social no siempre elogioso o admirable de dichas transnacionales
en el istmo. Apodos aún vigentes, como “el pulpo”, aplicado a la United Fruit Company
(“mamita yunai”), dejan ver un obvio signo de desprecio en su reminiscencia[17].
El lenguaje “bananero”
es abundante y mayormente gestado desde el idioma inglés. El Académico de la Lengua
Atanasio Herranz realizó estudios a profundidad de las formas verbales generadas
y, o, degeneradas en aquel particular orbe de compañías millonarias y proletariado
subalterno[18],
quedando sus hallazgos incorporados al Diccionario de Americanismos (DA). En fecha
reciente Armando García publicó “Los afluentes del río de sangre en los socavones
del oro verde. Cultura, identidad y lenguaje”, que es un recuento testimonial de
sus vivencias infantiles en los campos de banano, donde su padre era “draguero”
(manejaba una draga).
Dado, sin embargo que el
influjo de estos generadores lingüísticos estaba más bien disminuyendo desde la
década de 1960 a 1970, es sumamente difícil, o arriesgado, atribuir alguno de sus
vocablos a tales épocas. Valga decir solamente que muchos de ellos cruzaron la barrera
de las generaciones y siguieron siendo empleados muchos años después, tales como
el tren “pasajero”, usado en forma genérica para casi cualquier ferrocarril; idem
el “machangay” (deformación local de merchant
day y, o, de merchandise); pachulí
para calificar cualquier perfume escandaloso y, o, barato; wachimán (watchman) que se siguió usando hasta tan
tarde como el año 2010); yarda (the yard);
chiflar (vigente, por silbar fuerte: de chifle, whistle of silver… etc.) y chifle como cargador o peine de municiones;
dron (cubeta, tinaja, de drum); sontín (maldecir a alguien, echarle
something); cheque (check, vigente, por listo, todo bien, “oquey”,
ocay, pijudo, macanudo); jafa (de half,
mitad del cigarrillo que se pide: dame la jafa).
Automóviles y transporte
Es obvio que la generación
de términos alusivos a estas materias se incrementó velozmente en las décadas citadas
de 1960 y 1970 pues fue cuando los vehículos automotores ingresaron masivamente
al país. Y en este campo ocurre una validación interesante, y es que la mayoría
de vocablos por entonces generados (adaptados y, o, deformados) prosiguen ejerciendo
de metarrelatos y: (1) provienen mayormente del inglés ya que de fábricas anglosajones
era su original procedencia, y (2) permanecen intactos o apenas modificados al presente.
Se ingresa a un taller
mecánico, incluso tiendas, y nadie se extraña de escuchar: closh (clutch), maniful (manifold), choque (shock,
por accidente), bómper (bumper), rin (ring), carro (car), yac (jack), panel (ídem), cardán (idem), o sus hondureñismos
manudo (conductor novato o inexperto), gato, gata (por jack), treintero (porque el taxi cobraba en 1960 treinta centavos),
cucarachita (Volkswagen), pitoreta (por claxon, corneta, idem choreta, no
en DLE), andar en el doch (juego entre la vieja marca automovilística Doch y dosh
o dos pies, andar a pie, a infantería, a pedal, a calcetín, a camello, a pincel);
son competencia del contemporáneo verbo más horrible de la invención popular: restartear,
para indicar que se reenciende (restart)
una computadora.
Adaptaciones de voces internacionales
Antes era la guerra, hoy
la tecnología el gran modificador del vocabulario americano en español. La modernidad
introdujo réflex (sistema doble visual fotográfico), riel (carrete para magnet+ofonos
y máquinas composer), yilet o yílet (navajilla
para afeitar primitivamente marca Gillette),
cótex (Kotex, marca), laman (agua de Lanman,
ídem), blúmer (calzón), beibidol (baby doll, vestido de dos piezas para dormir),
negliyí (idem pero exótico, sensual), pantis (monocalzón moderno), pantimedia (medias
con calzón), listic (lip stick o tintura
de labios), shores (shorts), y de las
películas vaqueras de 1960: tikirisi (take
it easy, o sea “tranquilo, no te muevas”) o sharap (shut-up: ¡calla!, silencio). Relacionados con música se impusieron en la época
lonpleyin (long playing), caset (cassette), cartucho, otros.
Igual en el período los
influjos fueron más allá de vocablos para generar modos expresivos compuestos (frases,
oraciones, sociologemas) tales como calificar a una persona de haragán llamándolo
“negrito del batey”, ya que este en la melodía popular alega disgustarle el trabajo,
por ser castigo de dios; o titular las cárceles y estaciones de policía “rigolas”,
en remembranza de la famosa canción (1959), con similar título, de Mario de
Jesús y Los Melódicos que advertía que en la Rigola (cárcel habanera batistiana)
asesinaban presos políticos; “juan charrasqueado” se convirtió en epítome del valiente
y desgraciado, mientras que “la cama de piedra” era sinónimo de matrimonio pobre
ya que “la mujer que a mí me quiera [aunque sin cama, el infeliz no posee una] me
ha de querer de a de veras…”.
Y para concluir la década
el ajusticiamiento del gobernante Rafael Leonidas Trujillo incorporó al lenguaje
ya no sólo centroamericano sino continental cierto ícono referente, cual fue “el
chivo”, apodo del tirano, a quien tras que lo acribillan los conspiradores el español
Balbino García escribe la pegajosa canción “mataron
al chivo / en la carretera” y desde entonces el deseo de acabar con cada chivo latinoamericano,
esto es con cada dictador o sátrapa cruel, ya cuenta con su trova.
Modismos
El período es fecundo en idiotismos y regionalismos, si bien otros logran
alcance nacional. El origen de algunas de estas polisemias es oscuro, particularmente
su doble o nuevo significado. Así, la palabra mate, aparte de cuanto usualmente
contiene (sin brillo y bebida sudamericana)
califica también una gestualidad exagerada (me hace mates: gestos, pangadas, musarañas),
en tanto que el cuerpo policial acumula sobrenombres con que lo reconoce la población
común y la de germanía: sus agentes son chirizos, la jura, fusepos (por la organización
policial FUSEP), cuilios, chafarotes (militares).
Formas populares de aprobación son en la década chorris, tuanis, chorro,
morrocotudo, cheque (de check, inglés)
e incluso pijudo (de pija) que adjetiva algo positivo. Y por similitud, aquello
que luce muy bueno es que está avión, cañón, de puyón, opuesto a lo irregular, torcido
o malo, que es cuando se emplean términos como lumbo, pando, pandeado,
En FIGURAS DE AGRADABLE
DEMENCIA el cuentista Roberto Castillo cita un vocablo de amplia circulación estudiantil
en la década indicada, cual es pijie, que era el evento de coscorrones y palmadas
dadas a los novatos en los centros educativos o bien a quienes lo merecían por público
ridículo: “el acto del pijie se reagrupaba”, y que proviniendo lógicamente de pija,
en cuanto sexo masculino (no cuña de madera), despertó cierta serie de asociaciones
y conjugaciones obsesivas: pijería, pijinear, pijiando, pijín, pijazo, pijeo, pijiar.
Mario Berríos copia en
PORTAL DEL INFIERNO un uso poco conocido del término pierna dentro de la experiencia
militar
“Compañero de esta vida
de esta vida borrachosa
si eres cobarde échate
a tierra
porque el cobarde requiere
valor.
¡Pierna, pierna, pierna!
¡Pierna, pierna, pierna!
Ya se lo tomó
ya se lo tomó
¡Júa!”
Es en tales décadas cuando
comienzan a popularizarse los estacionamientos pagados para automóviles y cuando
la forma inglesa park se aclimata e impone.
Del castellanizado verbo parquear (parquiar) surgen lógicamente parqueado y parquió, entre otros, que implican
adicionalmente quedarse dormido profundamente (está en su habitación, bien parqueado).
Similares adaptaciones son bróder (brother),
camará (camarada), chero, pana (compañero, amigo) y el famoso refuerzo fáctico “no
bufa” (no lo pregona, no fantasea: es valiente y no bufa).
Los calificativos personales
de época son pintorescos: un niño sucio es que está embijado (embijao, achotado, de achote o Bixa orellana); quizás igual va chuña (descalzo,
no tiene que ver con el ave sudamericana homónima) o calzado con chinelas (zapato
urbano), y vive de choto (de gratis, mendicando), en tanto que bucloso (adolescente
con bucle frontal, estilo Elvis Presley), como payulo
(pálido) y musuco (de pelo ensortijado) definen a toda una generación roquera.
Habituales son otros tres
términos por entonces: nace y reina el verbo agüevar (de huevo; el Diccionario de Hondureñismos, 2005, registra ahuevado
únicamente, no con g), que
habrá de durar hasta el siglo XXI y que define a alguien muy apenado, incluso deprimido
por la vergüenza; se aceptan los salvadoreñismos zapurruco (no registrado en DH)
que es despectivo para indicar persona de baja estatura, y, china, por niñera, por
que chinea y no por tipicidad étnica.
Monedas y productos
La época es también abundante
en denominaciones gastronómicas, tales como raisanbín (rise and bean; úsase similar casado, casamiento, moros); el famoso tapado,
vocablo que tras ser un modo de cocina de haciendas (cocimiento bajo tierra y tapado
con hojas de plátano) desde 1980 se vuelve presente en todo el país y en
restaurantes. En cambio baleada no hace su aparición sino hasta la década de 1970
y con probabilidad comienza en San Pedro Sula.
La cultura culinaria centroamericana
ha sido tradicionalmente del maíz, excepto en los enclaves bananeros, donde se introdujo
desde temprano la harina de trigo. Con estas empezó la degustación de panqueques
y wafles pero asimismo de una tortilla
de harina plegada sobre porciones de huevo cocido, queso en polvo, frijoles molidos
y al gusto chile, alimento de bajo costo que hacia el año citado se vendía a obreros
en las calles, conocida simplemente como tortilla de harina.
Hasta que, según la leyenda,
a una de sus cocineras, la mejor, le balacearon una pierna, al cabo de cuya sanación
quedó apodada La Baleada, y de allí el nombre nuevo de su producto (vamos a comer
donde la baleada).
Anglicismos españolizados
en las bananeras desde épocas previas, particularmente de monedas, han sido abundantemente
reseñados por diversos autores[19] y
por dedicados a la numismática. daime, búfalo, tostón, real, cuis.
Nahualismos
Ha sido en décadas posteriores,
sin embargo, que ha venido a conocerse ––lo que es como redescubrirlo–– que en los
sedimentos de la lengua común centroamericana yace un profundo depósito de formas
linguísticas que son empleadas a diario pero de las que, empero, no se reconocía
la exacta procedencia[20].
Se trata de los nahualismos,
voces que existen en el proceso de la comunicación casi como naturales pues responden
a culturas de suma antigüedad, integradas ya por lo mismo a la memoria colectiva[21].
Lo simpático de este fenómeno
lingüístico es su intensa capacidad de sobrevivencia. Según las investigaciones
mejor avaladas la migración de pueblos mexicanos hacia el Sur del continente, es
decir a la actual Centroamérica, aconteció desde alrededor de 600 años después de
Cristo, siendo este un éxodo continuo que fue ocupando en formas pasiva o violenta
anchos espacios de la geografía del istmo, con concentraciones mayores en el cono
norte del mismo.
Fue así como Guatemala
y particularmente Honduras y El Salvador se constituyeron en óptimos territorios
para acomodar la citada migración mexicana, entendiéndose que es en parte por ello,
por el antecedente guerrero de los mismos, que la resistencia indígena a la conquista
española fuera tan férrea en estas zonas.
Tras el sometimiento, y
al no poder controlar demografías tan dispersas, como tampoco hacerlas producir
eficientemente, los castellanos decidieron concentrar al mayor número posible de
indígenas en reducciones forzadas, donde mezclaron los diversos pueblos. Poco después,
sin embargo, los mexicanos empezaron a escaparse y a integrar sus propios palenques
o malocas, hasta lograr algún concordato pacífico con la autoridad real. Por ello
muchos sitios poblacionales siguen llamándose “de mexicanos” hasta el presente.
Los nahualismos son, por
ende, los primeros y los últimos aportes netamente populares a la lengua, específicamente
en la costa Atlántica de Honduras, ya que es hasta la década de 1970 cuando los
lexicólogos advierten de ellos, gracias a nuevas informaciones y profesionales venidos
de México, donde su estudio cubría ya varias décadas. Hoy son parte tan natural
de la comunicación humana, tan discreta podría decirse, que parece como si se invisibilizaran
de tiempo en tiempo para volver a surgir cada vez más dentro en la conciencia de
todos.
Ejemplos de nahualismos
o nahuatlismos: cherche, chapudo, cipote, chigüín, chichí, churro, chichote, chira,
chirajo…
Zunteco: (del nahua tzontl, cabeza, y ecatl, aire) especie de avispa negra;
Mecate: (del nahua mecatl), cordel o cuerda de cabuya, cáñamo…
Colocho (de colotl, alacrán), de pelo rizado.
Anacahuite (de anacahuitl, árbol de amate, Cordia boissierii).
Achín (de achí, poca cosa), baratero, vendedor de achinería
o baratijas
Colofón
Se supone que el
desarrollo de las sociedades, alentado por los avances tecnológicos y
económicos, debe volcarse en mejoras sociales, aunque rara vez se espera que
modifique al lenguaje, lo que sin embargo acontece. La presencia de tecnologías
novedosas y del enclave bananero en la zona caribeña de Honduras significó una
completa revolución en diversos aspectos comunitarios, incluyendo la lengua.
Pero además preparó a
una sociedad rural y tradicional ––y por ende conservadora y poco propensa a
cambios rápidos–– para aceptarlos y apropiarse de ellos, lo cual significa que
sobre una base atávicamente adquirida ––las lenguas indígenas y particularmente
los nahualismos––, y luego sobre una segunda capa impuesta, como fue el
español, fuerzas culturales modernas (particularmente del idioma inglés)
terminaron de conformar lo que podría ser titulado, sin temor a errores, una
lengua costeña atlántica singular y dueña (constructora) de sus colectivos
lexemas.
La vivencia personal
permite testimoniar momentos “críticos” de tal proceso, pues aunque no sea un
método ortodoxo practicado por la academia consigue capturas sincrónicas que
ayudan a entender la íntima relación entre cultura y palabra en un momento
dado.
El caso de la costa
norte hondureña es por ende interesante: ratifica una experiencia idiomática ya
ocurrida en otros espacios pero a la vez única por los insumos que participaron
en ella. La conclusión es, pues, casi ritual pero necesaria: después de la existencia
misma la lengua continúa siendo el ente vivo más extraordinario del planeta.
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[1] Euraque estudia ampliamente este proceso
y explica“la mayanización”, como constructo de identidad, en su obra CONVERSACIONES
HISTÓRICAS CON EL MESTIZAJE…
[2] Hay numerosos ensayos que tratan este
período y en que destacan los análisis de García Laguardia.
[3] Es cuando van a definirse las fuerzas
de poder hegemónico que gobernarán uno u otro Estado en el futuro: conservadores
y liberales, fenómeno que Gudmunsun define como “contienda intraclasista”.
[4] En “Preliminar” de HISTORIA GENERAL DE
CENTROAMÉRICA… Tomo III
[5]
Dícese “se renueva” pues es obvio que existe un pensamiento tradicional de
resistencia latinoamericano, de siglos, cuya explicación excede a un trabajo
breve como este pero del que puede conocerse su contextulización en el
valiosísimo ensayo de Alicia Ríos (2002)
[6] Ver
Torres Rivas. LA PIEL DE CENTROAMÉRICA.
[7]
Marvin Barahona. HONDURAS EN EL SIGLO XX. UNA SÍNTESIS
HISTÓRICA, y Marcos Carías. DE LA PATRIA DEL CRIOLLO A LA PATRIA COMPARTIDA.
[8] Rene
R. Villanueva Sr. THANKS FOR CHOOSING LOVE.
[9] Interpretada por “Orchestra of
the Light”, de James Light (1859).
[10] Félix B. Caignet Solom: Circuito CMQ S. A. aired “El precio de una vida” (1944), Ángeles de la calle”
(1948), “Pobre juventud” (1957) and “La madre de todos (1958) (…) also produced
Caignet’s most popular drama, “El derecho de
nacer”, recounting the sad tales of Albertico Limonta and Mamá
Dolores, making its debut on April 1, 1948, with stars María Valero and Carlos Badías. Wikipedia.
[11] En Julio de 1878 Martí ingresa a Honduras
por occidente (Ocotepeque, frontera con Guatemala) y tras atravesar el país parte
desde el puerto de Trujillo (Atlántico) un mes después. Ver además: Rubén Antúnez
C. “Patriotas cubanos en el Departamento de Cortés”.
[12]
Los seis párrafos
finales de esta sección son tomados de mi conferencia “Convergencias culturales en la región y con Alemania. 30
años del servicio alemán de intercambio académico
(DAAD)”. San José, Costa Rica, Mayo 13, 2015.
[13] Trabajo pionero en este campo, a fines
del siglo XIX, es el de Alberto Membreño. Ver: HONDUREÑISMOS.
[14]
El Caribe en general,
y en particular el centroamericano, es inmenso y rico. “Durante el pasado equinoccio
de Primavera asistí en la ciudad de La Ceiba, litoral Atlántico de Honduras, a la
inauguración de la Casa de Cultura con que el pintor Julio Vizquerra abría al público
una nueva opción de desarrollo intelectual. La Ceiba, a 403 kilómetros de la capital
Tegucigalpa, es un puerto de 300 000 habitantes, sumamente alegre, donde se dice
que el poeta colombiano Porfirio Barba Jacob concluyó su “Canción a la Vida Profunda”,
donde José Martí conferenció con sus convidados a la revolución, temporalmente residenciados
en Honduras —Máximo Gómez, Antonio Maceo, Flor Crombet— antes de emprender la gesta final; en que nació uno de
los más vigorosos enclaves de ascendencia árabe asentados en América, y una ciudad
que, curiosamente, lleva el nombre del árbol sagrado de los pueblos Mayas (Ceiba
pentandra), que ellos consideraban como puente gnóstico entre realidad visible
e Inframundo.
Los
actos de inauguración incluyeron la presentación de un exquisito violinista nacional,
Fernando Raudales, así como de una pianista salvadoreña y un tenor guatemalteco,
quienes debieron competir con el oleaje cercano para hacer oír sus melodías clásicas.
Luego el cantautor Guillermo Ánderson interpretó diversas composiciones a ritmo
de punta y reggae; más tarde ocupó el improvisado escenario un cuadro local de ballet
y el acto finalizó con doce bailarinas de raza negra, todas ellas de la tercera
edad, que forman el grupo de danzarinas de Sambo Creek, una villa poblada por descendientes
de garífunas exportados por los ingleses a la costa de Honduras desde la pequeña
isla de San Vicente en 1796.
En
esa cita se hablaba español, inglés, francés y garífuna, y un médico alemán, Sigfried
Seibt, conversaba con su nieto instruyéndolo en ese idioma. Los invitados consumían
vino francés, ron de Cuba, whisky escocés o cierto ponche en que no debía estar
ausente el aguardiente local. Al concluir la velada se descubrió una hermosa fuente
de paté de foie que los invitados no vacilaron en acompañar con cazabe, una
especie de tortilla costeña mayormente elaborada con pasta de yuca”.
Escoto, J.. “Peso del Caribe en la literatura centroamericana
actual”. Katholische
Universität Eichstätt Zentralinstitut für Lateinamerika-Studien, Abril, 2002.
[15] “En la costa Caribe llueve música. Desde el alba se encienden
las radios y los aparatos de sonido, para despertar al día. A veces por la mañana
se oye el son lento de un bolero, cuando amanece triste el alma. Pero usualmente
bailan entre las palmeras el merengue y la salsa, y el sol se levanta sobre las
brumas del mar al ritmo caliente del reggae.
Al
mediodía los músicos unen soul y calypso, y con sus letras iniciales inventan el
soca, para hacer fiestas tempraneras bebiendo coco y ron. Un rato después todo se
acelera y se baila parranda de Belice, palo de Mayo de Nicaragua, tamborito de Panamá
y vallenato de Colombia, o se desempolva un banjo comprado en Martinica para hacer
un poco de biguine, de pop o funk. Las cabezas se mueven, los pies no cesan de toquetear,
África llama desde la otra cara del espejo del mar. Un viejo desenvuelve entonces
un CD (medio rayado) que adquirió en Aruba y el mar detiene su rumor de marea para
escuchar una lengua nueva cocinada en holandés, portugués, inglés, español y algo
de francés, el Papiamento, que nadie entiende pero todos danzan. Huele a pescado
frito, un aroma inquietante que entra por la nariz y se queda en la piel.
Cae
la tarde y alguien recuerda a Nueva Orleans tecleando al sax varios trozos de jazz.
Un ferrocarrilero nacido en Martinique interpreta en creole algo de zouk, pringado
con lamentos de spiritual. El aire trae recuerdo de un dios olvidadizo, de cariños
rotos, de amores idos y océanos lejanos, el Caribe es demasiado grande para contenerlo
en el corazón.
A
la noche se baila compas y méringue de Haití, tristemente. Pero un trío de músicos
garífunas viene por la playa y, antes de arribar, sus tambores rompen la penumbra
interpretando punta, el son de fuego que comenzó siendo ritual funerario y que se
destila poco a poco a la sangre como un potente licor, hasta el amanecer. Lejos
se llenan de luz las islas del Caribe, brillan sus playas húmedas y penínsulas.
La costa se hace una maravillosa lluvia de sinfonía tropical”. Tomado de: DEL
TIEMPO Y EL TRÓPICO.
[16] Atanasio Herranz desde el punto estrictamente
científico; Armando Garcia desde el confesional testimonial, Paca Navas de Miralda,
Ramón Amaya Amador (Honduras) y Carlos Luis Fallas (Costa Rica) desde el narrativo
novelesco; Carlos Izaguirre desde el poético conflictivo; Roberto Elvir Zelaya desde
el botánico y forestal; las Memorias de la Fundación Hondureña Agrícola desde la
experimentación en banano y plátano; Saravia desde la interpretación
lingüística…
[17] Sobre la “banana republic” han sido escritos
cientos de libros y ensayos. Valga recordar a: Krehm, W. DEMOCRACIAS Y TIRANÍAS
DEL CARIBE (1984); Lee Woodward, L. CENTRAL AMERICA. A NATION DIVIDED (1976); McCann,
T. UNA EMPRESA NORTEAMERICANA. LA TRAGEDIA DE LA UNITED FRUIT (1976).
[18] Los trabajos de Herranz, tanto investigativos,
teóricos como analíticos, son fundamentales en el estudio del castellano en Honduras.
Su bibliografía es amplia; al final de este ensayo se cita dos de sus libros más
conocidos. .
[19] Izcoa.
BILLETES BANCARIOS DE HONDURAS (1850-1950); Escoto. “Agregados al vocabulario de Prisión Verde”, en: CASA DEL AGUA.
[20] Las
primeras menciones a “mexicanismos” (por veces llamados aztequismos) fueron hechas
por Aguilar Paz. Ver: “Toponimias
y regionalismos de Honduras”.
[21] “Nahua. ADJ. 1. hist. Se dice del individuo
de un antiguo pueblo indio que habitó la altiplanicie mexicana y parte de América
Central antes de la conquista de estos países por los españoles, y alcanzó un alto
grado de civilización. // 3. Se dice de la lengua principalmente hablada por los
indios mexicanos. // 4. Perteneciente o relativo a esta lengua. Gramática nahuatl. DLE.