28 mayo, 2014

TODOS LOS CUENTOS

Fausto Leonardo Henríquez

A Gabriel García Márquez le consideran un “escritor de raza”; esta definición de lo que es un maestro de la prosa es, con sobrados méritos, aplicable a Julio Escoto, autor de “Todos los cuentos” (Centro Editorial srl., 1999).
Julio Escoto tiene un estilo tácitamente magistral y una imaginación brillante. Su obra literaria, “Todos los cuentos”, representa en el género de la cuentística un aporte inestimable a la cultura hondureña, y por consiguiente, Centroamericana.
“Todos los cuentos” es un libro escrito con un lenguaje diáfano y sobrio. Igualmente, el arte de narrar de nuestro autor es, no sólo preciso, sino también asombrosamente suelto y resuelto. A esto hay que añadir la gran economía de frases o lo que es lo mismo, fraseo fulminante y corto.
Escoto se sirve, por otra parte, de recursos mágicos y supersticiosos para enriquecer su narrativa. Por ejemplo, “dicen que la ruda trae buena suerte, y mis abuelos aseguraban que mezclándola con tierra de cementerio y un hueso de muerto no hay qué le caiga a uno encima” (p. 27).
Un ejemplo de lo que acabamos de afirmar es el cuento “La banda de las mujeres pérfidas”. La imaginación y fantasía del nuestro autor alcanzan su vértice en este relato intrigante y lleno de emoción. Este cuento puede ser considerado como una intriga de ángeles enamorados. O bien mágica felicidad de amores nocturnos. Hay, sin embargo, algo de realismo mágico en este cuento, para mí uno de los mejores de esta recopilación del autor.
El autor que nos ocupa escribe sobre las sombras de unas mujeres extrañas, sensuales, cuyo perfume enredaba y enloquecía a los viandantes. Hallamos un caso análogo en la Odisea homérica. Las sirenas atraían con su canto dulce a todos los que pasaban por su vera, siendo arrullados por el encantamiento de las mismas. En Escoto es el perfume el que enreda a los hombres.
Veamos unos ejemplos: esas sombras de mujeres son “órgano mágico de marfil carnoso”; “un aura, algo como un perfume visible”; “sombra que no necesita luz para existir y que sólo se percibe con los ojos sin pestañas del alma” (p. 111ss; ver 121).
En el mismo orden de ideas, escribe Escoto: “un temblor helado les recorría el cuerpo cada vez que las aves emitían un graznido..., cuando los zopilotes pasaban, los revolucionarios seguían su vuelo. Eran los mensajeros de la muerte. Portaban bajo sus alas enigmas conocidos por todos. Los identificaban con la proximidad de la muerte, pero ignoraban dónde estaba ella” (p. 57).
No olvidemos que las aves en la mitología grecorromana eran signo de augurios favorables o desfavorables, de pérdida o de fracaso. Un último ejemplo de lo anterior es este: “acarició el amuleto que llevaba, colgando del cuello” (p. 71).

Uno de los logros y a la vez un rasgo distintivo de Julio Escoto en “Todos los cuentos”, es la destreza para retratar psicológicamente sentimientos, el ángulo oscuro de las actuaciones de las personas como en sus pensamientos (p. 31s). Escoto utiliza también, como contrapunto, el humor y la ironía: “el artillero calculaba a simple vista y encendía la mecha, encomendando a dios el disparo” (p. 34).
El lector de “Todos los cuentos” percibirá que en esta obra hay lo político y lo militar como materia de composición cuentística. (p. 35s). Una de las pretensiones, acaso, de Julio Escoto, en “Todos los cuentos” es de la mostrar que la guerra o guerrilla endurecen el alma, la envilece y hace que la persona se olvide de los valores fundamentales de la existencia. La persona pierde el sentido de las cosas y hasta de Dios. Con los efectos de la guerra “uno se va apagando poco a poco. Hasta de dios se olvida uno” (p. 40).
El dios de los soldados es un dios “revolucionario” que “está en todas partes y en pocos corazones”. Es lapidante esta frase, y no es para menos. Aún más, en las luchas de poder, Dios importa en tanto que puede ser manejado, manipulado por y para la maldad.
Julio Escoto, como todo gran prosista, posee una vena poética que esmalta y ribetea los pasajes más emocionantes. Su obra posee imágenes de alto sentido estético: “El horizonte devoró ávidamente las balas” (p. 66); “el sol le hirió los ojos” (p. 69); “había más negrura que en los ojos de una trigueña hermosa” (p. 70); “la luz del reflector barrió el patio y fue lamiendo los barracones” (p. 82); “el corazón galopa sobre llanos de soledad” (p. 88).
Un valor literario de nuestro autor, fundamental y vertebrador, es hilvanar los relatos de forma que una palabra lleve a la otra; que una frase lleve a la otra y que un párrafo lleve al otro. Y así hasta crear un clímax vital, envolvente y culminante.
Julio Escoto combina todos los recursos que tiene a su abasto: el cinismo, la burla o picaresca. Pone en boca de ciertos personajes la ironía. Nota cervantina que no puede faltar en ningún escritor de habla hispana.
Cuando uno se adentra en el mundo de “Todos los cuentos”, y examina, como los cirujanos, el cuerpo de cada cuento, ve que Escoto es un escritor que ostenta una agilidad consumada. Sabe dar intensidad a los relatos. Es agraciada su manera de describir lo real objetivo, al grado de conseguir un tono expresivo único.
Julio trasluce sus ideas y las contrapone a aquellas que están ya gastadas y apolilladas. El cuento “Cuestión de amor en la perversa banda de los monjes orates” que, dicho sea de paso, tiene una impronta a “Del amor y otros demonios” de García Márquez, ilustra nuestro pensamiento. “Satán es uno de los peores inventos del hombre”.

Asimismo, Escoto evoca, aun siendo por la pluma de Theilard de Chardin, sus inquietudes más hondas: “quiero irme al cielo con todo el esplendor del mundo en mis ojos” (119).
En el cuento susodicho Escoto se esconde tras las palabras de los personajes para criticar lo innecesario del lujo, las riquezas y el boato de los templos y capillas: “dentro hace mucho tiempo que dios fue mandado al exilio” (121). En cuanto a las riquezas de los templos se pregunta: “¿acaso no se podría invertir en dar de comer al hambriento, vestir al desnudo?..., No hay derecho de gastar tanto en lo material mientras los hombres mueren de hambre en las calles, los hospitales que no hay” (122).
Subyace también una sutil repulsa iconoclasta: “esos santos no deben estar allí porque la obligación de todo hombre es ser santo”. Podría entenderse que en un ambiente protestante el autor recogiese del ambiente cultural que le envuelve los datos para elaborar su creación.

Las características fundamentales de Julio Escoto en “Todos los cuentos”, a mi juicio son: la soltura expresiva, dominio exquisito del léxico y sus improntas hondureñeizantes, vinculación con los clásicos latinoamericanos y universales, capacidad recreativa de los datos adquiridos para su creación, valoración del dato histórico, fabulación con tendencias del realismo mágico.
En suma, “Todos los cuentos” es una obra literaria que todos los aficionados a las letras y el cultivo de las Humanidades no deben dejar de leer. He aquí un libro de cuentos lleno de emociones y belleza descriptiva. Devórese como pan.

(Las ilustraciones presentes pertenecen a la edición original de "La balada del herido pájaro" y fueron realizadas expresamente por el fallecido artista cubano-hondureño Gelasio Giménez).

Tras las sendas trascendentes de las letras.

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