EL AMOR
Y EL PODER
Julio Escoto
(Teatro J. E.
Gaitán, 3000 asistentes
Sfe. de Bogotá,
22 de Agosto de 2000)
A Sir Francis Drake,
que llevó la papa americana a Europa (1586)
I.-
Habría que
comenzar por definir al amor, y yo prefiero quitarme de navegar en esas
profundidades. Mademoiselle de Scudery
dijo que “el amor es un no sé qué que empieza no sé cómo y termina no sé
cuándo”, y con eso es suficiente para no develar el misterio.
Luego habría que seguir a definir el poder, y yo,
además de cierta alergia que me provoca, ni siquiera me atrevo a especular lo
que son esas regiones de tormentas tan anchas, de anécdotas tan inacabadas. Ha
de ser materia delicada pues un viejo inglés (Lord Colton) advertía que “Ningún
hombre es demasiado sabio ni demasiado bueno como para confiarle todo el poder”,
y el dictador Jean Bedel Bokassa o “Papa
Bok”, presidente de la República Centroafricana, que se coronó Emperador, que
adoraba los saraos y las galas y las danzas, no importaba si horas antes había
matado a golpes a su chofer en una calle de Bangui, se ufanaba contando haberle
dicho a su “camarada” Charles de Gaulle: “Los poderes nacen del cañón de un
arma. El
poder es mi vocación”. (“As I have said to my comrade-in-arms,
Charles de Gaulle, ‘All power comes from the barrel of a gun.’ And power is my vocation.” 1977)
De las riberas
del Nilo a los suburbios de Camelot, pues, de la casa del Sol Naciente a la
Casa Blanca pasando por la casa de citas, que en cierto momento son lo mismo,
durante todas las épocas biográficas de la humanidad ambos componentes
volátiles —amor y poder— han estado juntos. En algunos casos, como el de
Bolívar, el amor precede y prosigue al poder; en otros, como en el del Príncipe
Eduardo de Inglaterra, que renunció al trono por su dama (Mrs. Simpsom), de la
que dependía por una relación más física que sexual, según Churchill, el poder
ni siquiera fue, lo consumió el amor.
Lo atractivo
del poder es que está rodeado de un aura tal que todos los hombres de la tierra
creen que los poderosos son unos amantes
desfogados, insaciables y perfectos, dotados de oportunidades para seleccionar,
escoger o despreciar a las damas o a los caballeros más apuestos, lo que si
bien es verdad tampoco es verdad absoluta. Ello ha dado pie a toda una
fabularia más libidinosa que histórica, abundada ampliamente en la literatura,
que corre de Jorge Washington a Billy Clinton, del harem de los califas a las
escapadas que se daba periódicamente Omar Torrijos a los casinos de Las Vegas
con Chuchú Martínez, de la Malinche a Cecilia Boloco, pues. Invirtiendo el
apotegma, la gente piensa que poder es querer, cuando a veces se puede y no se
quiere o, más frecuentemente, se quiere y no se puede.
Viagra aparte,
como novelista siempre me ha intrigado la calidad del impacto que sobre la
conciencia humana ejerce el poder del poder. Cindy Adams decía que “el éxito ha hecho de muchos hombres un fracaso”,
alegando con ello la circunstancia especial en que la persona concentra sus
fuerzas en la acumulación, en la soberbia del amontonamiento y se olvida de
dar, virtud que es la sustancia misma del amor.
Y entonces surgen las contradicciones profundas que
uno de escritor procura visualizar. El ego, y sobre todo el descarrilado ego,
es usualmente lo que empuja al hombre a dominar a otros, a someterlos y
subyugarlos al viento de su propia voluntad. Pero cuando alguien se entrega a
la relación íntima, que no es forzosamente sensual, se supone que a lo que
aspira es a la disolución del ego para integrarse en el otro, al acercamiento
que convoca a la fusión solidaria, a la unión de las almas o los cuerpos en una
simbiosis tal que no hay relación dispareja.
El que quiere se da, es decir se anula a la mitad para
recibir a la otra mitad, sea esta ella o él o bien toda una comunidad ansiosa.
El líder desciende a la congregación y se confunde con ella, se hace uno de los
demás, encarna sus cantos, sus mitos y sus ritos, aplasta aquello que de
sobresaliente hay en su personalidad para nivelarse y aprender, tomar,
succionar otra vez de las ricas raíces la savia extraviada. El ego, pues, se
difumina, democratízase dirían los psicólogos sociales, sea con esta mujer con
que me acuesto o con la mayoría o minoría que me detesta.
Pero eso es utopía, ningún dueño del poder lo
comparte, no por mucho tiempo, o por lo menos lucha para no hacerlo. No hay
—hasta el momento no existe en ninguna parte de la tierra— poder sin vanidad.
Y la vanidad, aunque importante componente del amor,
es igualmente su ácido más corrosivo. El poder tiene la innombrable virtud de
sólo reflejarlo a uno mismo, de robarle a los espejos el paisaje social, el
trasfondo humano, el panorama cárnico. No por los aduladores —que nunca faltan
y que alaban del amo sus gratas magnificencias y relativizan los defectos
atribuyéndolos a firmezas del carácter— sino por ese otro engaño brutal y
desquiciante que es la apetencia de la historia con que los usufructuarios del
poder se aproximan al tiempo.
Pues en su esencia
el poder es síntesis de la vanidad humana; los hombres se distorsionan al
encanto de su toque mágico. Estar por encima de los demás, o bien subyugar a
los demás, proporciona al individuo la satisfacción de considerarse sumun de
alguna forma de selección natural: en la gran machaquera de los molinos de la
vida ha sido preferido, diferenciado, escogido. Piensa que de cierta manera se
condensan en él las virtudes mayores de la supervivencia, que es decir la
fortaleza, el genio y el talento, y que se le ha erigido en guía espiritual o
material para conducir a otros, para ejercitar por ellos su numen visionario y
transformarse en artífice de la historia, líder de la tribu, lanza de tropa,
colmillo de la manada.
El Elegido —pues tal es el concepto prevalente—, el
beneficiado del cosmos o selecto de los dioses, empieza a construir entonces su
fabulario personal: suprime o inventa los orígenes de la captura del poder,
quizás logrado por vía truculenta, se deshace de los testigos fundacionales, es
decir de aquellos que, conociéndolo, podrían no avalar o entorpecer su
transformación, y comienza el tránsito por su nueva biografía, una donde la
vista ya no se pone en el pasado —es decir en el ideario y las promesas— sino
en el perfilado del retrato, augusta construcción, minucioso dibujado con que
el Hombre —ahora de H mayúscula— irá emergiendo de a poco con galas casi
ultraterrenas. La vanidad asume su más grande reto como pintora.
En ese recorrido a veces discreto, a veces bestial, se
sacrifica lo que haya que sacrificar, particularmente el amor. La primera
inmolada es la fidelidad, prejuicio burgués en unos casos, ignorancia de la
globalización en otros, según el lado de la calle donde uno se estaciona a
observar. Con excepción de la Tatcher, la Ghandi y otras pocas damas
gobernantes, las esposas son usualmente las primeras víctimas, no sólo de la
celebridad súbita del cónyuge sino de su inédita potencia animal.
Pues de pronto aquellos apagados profesores de
filosofía cuyo diccionario íntimo no pasaba de la postura misionera o
tradicional, se hacen sagaces trapecistas del sexo, casi padrones veterinarios,
medallistas olímpicos de la pasión. Sus casas chicas, que de chicas no tienen
nada, proliferan por la capital, se les multiplican las cuentas de
supermercado, en suma, inseminan a la patria. Se da, bajo esas circunstancias,
un como afán compulsivo de regar los genes y hay que copular, copular, copular
agotadoramente, vespertina y madrugadamente, para que la semilla del genio no
se pierda. Para que el ego trascienda y la vanidad no oculte su razón
dionisiaca de ser.
Los ejemplos son cuantiosos.
Isabel, soberana inglesa, enamorada de la gloria que
Francis Drake le llevaba en galeones desde Cartagena y el Darién de Panamá; el
pirata Olonés acechando desde la costa los patrimonios de Guatemala; Iturbide
de México soñando con un imperio semi-continental; los Vanderbilt pensando que
el tránsito ítsmico de Nicaragua les daba la llave del mundo; William Walker
imaginando el más vasto dominio de siervos centroamericanos; Roosevelt
calculando trueques, ganancias y monopolios; Pancho Villa haciéndose a la idea
de una América orquestada con mariachis; todos ellos, y muchos más, veían en
sus actos no la benevolencia inmediata sino el propio rostro, la semblanza
magna, el retrato austero pringado de laureles con que habrían de penetrar a la
más exclusiva de las logias eternas: la de los pueblos amados y a la vez
despreciados que los añorarían y evocarían con amor, que habrían de venerarlos,
amor este ya descompuesto en la vanidad y las bacterias del abuso del gobierno.
Derechos Reservados. Armando Lara. "Eva". |
II.-
Amor, historia y vanidad, cuántas barbaridades han
causado desde la cima del poder...
Por él fueron
exterminadas las tribus originales de Norteamérica y son hoy las del Amazonas
10 000 negros
mataron los blancos durante la rebelión de Agosto de 1791 en Haití
32 000 asesinó
Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador
8000 sumó
Somoza en Nicaragua
60 000 en
Guatemala durante la larga noche de la represión
2000 acumuló la
dictadura de Tiburcio Carías en Honduras
Miles el
Porfiriato en México
Millones
durante el reinado de Stalin
Machado y
Batista segaron con su hoz metálica a la juventud cubana
El sibilante
golpe de la guillotina no cesó durante la revolución francesa
¿Por qué es tan
necesario que el amor estatal mate?
Hay que hacerse
esta pregunta para equilibrar la respuesta.
Pues amor y
poder son también:
Hitler y Eva
Braun unidos para siempre en un orificio de Walter PPK calibre nueve milímetros
corto
Los 4000 pares
de zapatos de Imelda Marcos
Los topacios,
diamantes y rubíes inservibles de Soraya de Irán
Las joyas de la
Corona inglesa en Londres, muchas que fueron robadas aquí a sangre y fuego
Los oros de
nuestra dignidad amarrados en las bóvedas del Banco Mundial y del Fondo
Monetario Internacional
Los dientes
judíos atesorados en las arcas de la banca suiza durante la segunda guerra
mundial
El amor de
Ronald Reagan por Nancy, borrado para sécula de la memoria
El Che
abandonando parientes y familia por la revolución
Idi Amín de
Uganda, guardando en el refrigerador los pedazos trucidados de sus enemigos
Felipe II
pudriéndose gota a gota de gota en El Escorial
Dos muchachos
viejos, John y Robert Kennedy, conchabando muchachas con helicópteros hacia la
Casa Blanca.
Derechos Reservados. Vizquerra. "Revolución del sexo". |
III.-
Pero quizás
estoy siendo muy drástico y severo pues estoy generalizando, lo que es
obligatorio dada la brevedad. La anterior es desde luego una visión del poder,
esquemática y referencial, pero hay muchas, miles más.
En el libro de
los trígonos, el gnóstico árabe Abubequer ben Wahsiyya sentenciaba que “la
verdad de la adivinación está en ver más allá con el pensamiento aquello que se
adivina” (NUESTROS MODELOS, en: PICATRIX).
Pues habría que
realizar un ejercicio reflexivo para imaginar cómo es que se contemplan el amor
y el poder desde la óptica de los poderosos, particularmente de los dictadores.
Calibrar por
ejemplo qué es más venéreo y orgásmico, si las orgías de sexo o las orgías de
sangre.
Qué competencia
de placer ocurre entre acariciar una piel o romper una piel.
Cuándo el
organismo provee más estamina y potencia, si seduciendo o violando.
Cuál es más
dulce canto, el estallido de un beso o el chasquido de una bala.
Y ese que gime,
esa que respira agitada, ¿suspira o se queja?
¿Dónde tiembla
más el hombre, en la pasión o en el miedo?
¿Son tan
persistentes los recuerdos de los muertos como las memorias del amor?...
El amor puede llevar al
poder pero muy difícilmente lo contrario.
Derechos Reservados. Juan Ramón Laínez. "Muchachas". |
IV.-
Pero además
está la magia, todo el rosario de fórmulas rituales con que los hombres se
visten para una o la otra experiencia.
El caballero de
la antiquísima Orden del Temple, cuenta San Bernardo (Laude novae militiae), tenía “disciplina constante y obediencia
siempre respetada: va y viene a la señal de quien posee autoridad: se pone lo
que se le distribuye y no busca fuera alimentos ni vestiduras... Los caballeros
llevan una vida común sobria y alegre, sin hijos ni mujer; no se les encuentra
jamás ociosos o curiosos, y no conservan ninguna noción de superioridad
personal: se honra al más valiente... Detestan los dados y el ajedrez, tienen
horror de las cacerías, se cortan el pelo al ras, nunca se peinan, raramente se
lavan, llevan la barba hirsuta y descuidada, están sucios de polvo y tienen la
piel curtida por el calor y la cota de
malla...”
San Bernardo
descuidó agregar algunas costumbres raras incluso en su tiempo, como el hecho
de que los Templarios nunca dormían solos en las celdas de sus conventos y que
montaban a caballo de dos en dos...
O a veces se
busca el poder mágico para adquirir el amor, como cuando un alquimista conocido
como Picatrix, pero que en realidad se llamaba Abul-Casim Maslama Ben Ahmad,
recomienda en la Edad Media la fórmula para preparar un filtro de pasión:
“Se coge sangre
de gallo, sangre de pantera y cuajo de conejo, medio metical de cada; y un
metical de sangre humana, se junta por fusión y se le añade medio metical de
euforbio y se sahuma con ello. Esta mezcla produce intimidad y facilita la
espiritualidad del amor”.
¿Hay alguna diferencia entre
esta receta milenaria, las que ingenian los campesinos o la que sugieren las
pitonisas a las esposas de los ministros cuando van a consultar la suerte?
Picatrix mismo tiene un
relato bellísimo sobre la magia y el poder:
“Informaron a
Alejandro Magno que una víbora diezmaba el ganado y Alejandro dijo ‘Haced una
vaca a propósito de ella’. Le hicieron la vaca y la vaca se comió a la víbora.
Dicen que los
abisinios mandan camellos contra el enemigo y que los camellos atrapan al
anemigo y se lo traen preso a los abisinios.
Dicen que la
apariencia es imán de la apariencia.
Dicen que mover
lo estático es más difícil que parar lo dinámico. Lo contrario de detener lo
estático es mover lo dinámico.
Dicen que las
formas inferiores obedecen a las formas superiores.
Dicen que
cuando el agua se inmoviliza es tierra y cuando la tierra se mueve es agua.
Dicen que el
viento lleva sin tener manos ni cuello y que el fuego come sin tener boca ni
dientes.
Dicen
que la hacienda de Salomón estaba en el sello de su anillo porque si se lo
ponía venían a él los genios, los hombres, los vientos y las aves, y si se lo
quitaba era como cualquier otro hombre”.
Dicen que el
amigo de cada cual es su inteligencia y el enemigo de cada cual su necedad”.
(Abul-Casim
Maslama Ben Ahmad. EL FIN DEL SABIO Y EL MEJOR DE LOS DOS MEDIOS PARA AVANZAR,
Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados, Madrid, 1982.)
Derechos Reservados. Antonio Vinciguerra. "Lenca con jarrones". |
V.-
Estoy
convencido, sin embargo, de que no hay exorcismo más poderoso que la voluntad.
Tres cortos
ejemplos.
En la
maravillosa ciudad de Copán, mil seiscientos años después de haber sido sellada
los científicos han revelado la tumba más secreta de la Acrópolis maya. Está
enclavada en el centro de todas las direcciones sagradas, bajo dos templos y
repellada con estuco ceremonial. La rodean votos, cenizas, restos de ofrendas,
cetros y bastones de mando, espinas de mantaraya, gotas de mercurio y
esqueletos de jaguares. No había duda, por sus riquezas tenía que ser de Yax
K’uk’ Mo’, el fundador de la dinastía de Copán. La osamenta hallada estaba
completamente pintada de rojo pero cuando los arqueólogos forenses la
examinaron se llevaron la sorpresa del siglo: pertenecía a una mujer.
La evidencia
trastocó todas las concepciones académicas. Hasta ahora nunca se había
concebido la posibilidad de que el viril fundador del reino Maya,
macho-guerrero insaciable, espada flamígera, progenitor-semilla-gran falo
insomne, pudiera ser una mujer.
Una intrigante
historia de amor y de poder.
Segundo ejemplo: Un jefe misquito, luterano
y semisalvaje, secuestra en la ciudad de Granada, Nicaragua, a una moza
criolla, virgen y Católica. El romance que la palabra ociosa hace nacer entre
los dos termina por obligar a que España e Inglaterra suscriban la paz, por lo
menos temporalmente, en la región.
¡Poder santo
del amor, ora pro nobis!
Tercer caso: El apuesto
caudillo de la Federación centroamericana del siglo XIX, don Francisco Morazán,
arde en deseos de iniciar la revolución liberal pero ni él ni sus acólitos
poseen un centavo para invertirlo en la conquista del poder.
Entonces se cruza por el
camino la figurita menuda de una mujer extraordinaria, dueña de prolongadas
haciendas en el valle de Comayagua, región central de Honduras, heredera de
cuantiosa viudez, ardiente como palo seco, más dulce que la rapadura.
Lo único que no es breve de
ella es el nombre. Se llama María Josefa Ursula Francisca de la Santísima
Trinidad Lastiri, casa con Morazán y a lo largo de dieciocho años le financia
la revolución a su marido, discretamente va entregando y vendiendo una a una
las haciendas, deshaciéndose de joyas, perendengues y collares, hasta el 15 de
Septiembre de 1842 en que una contrarevolución captura a Francisco y lo fusila
en el Parque Central de San José de Costa Rica, a las cinco en punto de la
tarde, exactamente en la misma fecha en que se celebra la independencia de
España.
A esa hora María Josefa está
encerrada en una capilla, rezando hincada porque la ilusión no se acabe, pero
es inútil, los dioses han bajado el dedo pulgar. Luego la resucitan del
desmayo, la peinan y la embarcan en un navío rumbo a San Salvador, donde muere
seis años después en la más grosera pobreza.
La moraleja es harto
innecesaria.
VI.-
Sólo
que, para concluir, es necesario recalcar que ninguno de estos dos temas unidos
—el amor y el poder— ha de ser contemplado desde la distancia unívoca. Como
pertenecen a la vibración íntima del ser humano, son inestables, atmosféricos e
impredecibles.
Uno
pensaría, por ejemplo, que en la clase poderosa siempre impera la soberbia, o
que entre los humildes reina eterno el amor, arquetipos esos que confunden más
de alguna vez a poetas y narradores.
Por
el contrario, puede darse cualquiera de sus antípodas. Martí, para el caso,
ingresa en la locura última al soltar las riendas del caballo y lanzarse en
atropellada carrera contra los españoles en la única batalla que peleó desde
Cuba, la final donde su Angel de la Guarda —que es como se llamaba su guardaespaldas—
observa impotente el vano gesto de vanidad.
O
como entre los franceses, adictos de los vinos robustos y los quesos de aromas
penetrantes, inventores de esencias y perfumes, cuando Napoleón Bonaparte, en
su más bello gesto de humildad y de necesidad, le escribe a la coqueta Josefina
desde Italia, entre negociaciones y promesas de batalla, para suplicarle
encarecidamente: “Amor, amor, dentro de quince días estaré en París; hasta
entonces no te laves tu delicioso bosquecillo”.
Eso lo dice todo sobre el amor
y el poder.
Apéndice
innecesario:
Lady Nancy Astor: “a la primera oportunidad que tuvo,
Adán le echó la culpa a la mujer”
Francoise Sagan: “Me encanta que los hombres se
comporten como hombres –fuertes e infantiles”.
Mae West: “Sólo me gustan dos clases de hombres: los
domésticos y los importados”
Marilyn Monroe: “los hombres respetan siempre
cualquier cosa que los aburra”.
Jayne Mansfield: “Los hombres, esas criaturas con dos
piernas y ocho manos”.
Cher: “El problema de algunas mujeres es que se contentan
con poca cosa –y luego se casan con él”.
Mae West: “No te cases con un hombre para reformarlo.
Para eso están los reformatorios”.
Henriett Tiarks: “Un caballero es un lobo paciente”.
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