23 abril, 2014

EL AMOR 
Y EL PODER

Julio Escoto
(Teatro J. E. Gaitán, 3000 asistentes
Sfe. de Bogotá, 22 de Agosto de 2000)

A Sir Francis Drake,
que llevó la papa americana a Europa (1586)

I.-
Habría que comenzar por definir al amor, y yo prefiero quitarme de navegar en esas profundidades. Mademoiselle de Scudery dijo que “el amor es un no sé qué que empieza no sé cómo y termina no sé cuándo”, y con eso es suficiente para no develar el misterio.
Luego habría que seguir a definir el poder, y yo, además de cierta alergia que me provoca, ni siquiera me atrevo a especular lo que son esas regiones de tormentas tan anchas, de anécdotas tan inacabadas. Ha de ser materia delicada pues un viejo inglés (Lord Colton) advertía que “Ningún hombre es demasiado sabio ni demasiado bueno como para confiarle todo el poder”, y el dictador Jean Bedel Bokassa  o “Papa Bok”, presidente de la República Centroafricana, que se coronó Emperador, que adoraba los saraos y las galas y las danzas, no importaba si horas antes había matado a golpes a su chofer en una calle de Bangui, se ufanaba contando haberle dicho a su “camarada” Charles de Gaulle: “Los poderes nacen del cañón de un arma. El poder es mi vocación”.  (“As I have said to my comrade-in-arms, Charles de Gaulle, ‘All power comes from the barrel of a gun.’ And power is my vocation.”  1977)
De las riberas del Nilo a los suburbios de Camelot, pues, de la casa del Sol Naciente a la Casa Blanca pasando por la casa de citas, que en cierto momento son lo mismo, durante todas las épocas biográficas de la humanidad ambos componentes volátiles amor y poder han estado juntos. En algunos casos, como el de Bolívar, el amor precede y prosigue al poder; en otros, como en el del Príncipe Eduardo de Inglaterra, que renunció al trono por su dama (Mrs. Simpsom), de la que dependía por una relación más física que sexual, según Churchill, el poder ni siquiera fue, lo consumió el amor.
Lo atractivo del poder es que está rodeado de un aura tal que todos los hombres de la tierra creen que los poderosos son  unos amantes desfogados, insaciables y perfectos, dotados de oportunidades para seleccionar, escoger o despreciar a las damas o a los caballeros más apuestos, lo que si bien es verdad tampoco es verdad absoluta. Ello ha dado pie a toda una fabularia más libidinosa que histórica, abundada ampliamente en la literatura, que corre de Jorge Washington a Billy Clinton, del harem de los califas a las escapadas que se daba periódicamente Omar Torrijos a los casinos de Las Vegas con Chuchú Martínez, de la Malinche a Cecilia Boloco, pues. Invirtiendo el apotegma, la gente piensa que poder es querer, cuando a veces se puede y no se quiere o, más frecuentemente, se quiere y no se puede.
Viagra aparte, como novelista siempre me ha intrigado la calidad del impacto que sobre la conciencia humana ejerce el poder del poder. Cindy Adams decía que “el éxito ha hecho de muchos hombres un fracaso”, alegando con ello la circunstancia especial en que la persona concentra sus fuerzas en la acumulación, en la soberbia del amontonamiento y se olvida de dar, virtud que es la sustancia misma del amor.
Y entonces surgen las contradicciones profundas que uno de escritor procura visualizar. El ego, y sobre todo el descarrilado ego, es usualmente lo que empuja al hombre a dominar a otros, a someterlos y subyugarlos al viento de su propia voluntad. Pero cuando alguien se entrega a la relación íntima, que no es forzosamente sensual, se supone que a lo que aspira es a la disolución del ego para integrarse en el otro, al acercamiento que convoca a la fusión solidaria, a la unión de las almas o los cuerpos en una simbiosis tal que no hay relación dispareja.
El que quiere se da, es decir se anula a la mitad para recibir a la otra mitad, sea esta ella o él o bien toda una comunidad ansiosa. El líder desciende a la congregación y se confunde con ella, se hace uno de los demás, encarna sus cantos, sus mitos y sus ritos, aplasta aquello que de sobresaliente hay en su personalidad para nivelarse y aprender, tomar, succionar otra vez de las ricas raíces la savia extraviada. El ego, pues, se difumina, democratízase dirían los psicólogos sociales, sea con esta mujer con que me acuesto o con la mayoría o minoría que me detesta.
Pero eso es utopía, ningún dueño del poder lo comparte, no por mucho tiempo, o por lo menos lucha para no hacerlo. No hay —hasta el momento no existe en ninguna parte de la tierra— poder sin vanidad.
Y la vanidad, aunque importante componente del amor, es igualmente su ácido más corrosivo. El poder tiene la innombrable virtud de sólo reflejarlo a uno mismo, de robarle a los espejos el paisaje social, el trasfondo humano, el panorama cárnico. No por los aduladores —que nunca faltan y que alaban del amo sus gratas magnificencias y relativizan los defectos atribuyéndolos a firmezas del carácter— sino por ese otro engaño brutal y desquiciante que es la apetencia de la historia con que los usufructuarios del poder se aproximan al tiempo.
Pues en su esencia el poder es síntesis de la vanidad humana; los hombres se distorsionan al encanto de su toque mágico. Estar por encima de los demás, o bien subyugar a los demás, proporciona al individuo la satisfacción de considerarse sumun de alguna forma de selección natural: en la gran machaquera de los molinos de la vida ha sido preferido, diferenciado, escogido. Piensa que de cierta manera se condensan en él las virtudes mayores de la supervivencia, que es decir la fortaleza, el genio y el talento, y que se le ha erigido en guía espiritual o material para conducir a otros, para ejercitar por ellos su numen visionario y transformarse en artífice de la historia, líder de la tribu, lanza de tropa, colmillo de la manada.
El Elegido —pues tal es el concepto prevalente—, el beneficiado del cosmos o selecto de los dioses, empieza a construir entonces su fabulario personal: suprime o inventa los orígenes de la captura del poder, quizás logrado por vía truculenta, se deshace de los testigos fundacionales, es decir de aquellos que, conociéndolo, podrían no avalar o entorpecer su transformación, y comienza el tránsito por su nueva biografía, una donde la vista ya no se pone en el pasado —es decir en el ideario y las promesas— sino en el perfilado del retrato, augusta construcción, minucioso dibujado con que el Hombre —ahora de H mayúscula— irá emergiendo de a poco con galas casi ultraterrenas. La vanidad asume su más grande reto como pintora.
En ese recorrido a veces discreto, a veces bestial, se sacrifica lo que haya que sacrificar, particularmente el amor. La primera inmolada es la fidelidad, prejuicio burgués en unos casos, ignorancia de la globalización en otros, según el lado de la calle donde uno se estaciona a observar. Con excepción de la Tatcher, la Ghandi y otras pocas damas gobernantes, las esposas son usualmente las primeras víctimas, no sólo de la celebridad súbita del cónyuge sino de su inédita potencia animal.
Pues de pronto aquellos apagados profesores de filosofía cuyo diccionario íntimo no pasaba de la postura misionera o tradicional, se hacen sagaces trapecistas del sexo, casi padrones veterinarios, medallistas olímpicos de la pasión. Sus casas chicas, que de chicas no tienen nada, proliferan por la capital, se les multiplican las cuentas de supermercado, en suma, inseminan a la patria. Se da, bajo esas circunstancias, un como afán compulsivo de regar los genes y hay que copular, copular, copular agotadoramente, vespertina y madrugadamente, para que la semilla del genio no se pierda. Para que el ego trascienda y la vanidad no oculte su razón dionisiaca de ser.
Los ejemplos son cuantiosos.
Isabel, soberana inglesa, enamorada de la gloria que Francis Drake le llevaba en galeones desde Cartagena y el Darién de Panamá; el pirata Olonés acechando desde la costa los patrimonios de Guatemala; Iturbide de México soñando con un imperio semi-continental; los Vanderbilt pensando que el tránsito ítsmico de Nicaragua les daba la llave del mundo; William Walker imaginando el más vasto dominio de siervos centroamericanos; Roosevelt calculando trueques, ganancias y monopolios; Pancho Villa haciéndose a la idea de una América orquestada con mariachis; todos ellos, y muchos más, veían en sus actos no la benevolencia inmediata sino el propio rostro, la semblanza magna, el retrato austero pringado de laureles con que habrían de penetrar a la más exclusiva de las logias eternas: la de los pueblos amados y a la vez despreciados que los añorarían y evocarían con amor, que habrían de venerarlos, amor este ya descompuesto en la vanidad y las bacterias del abuso del gobierno.
Derechos Reservados. Armando Lara. "Eva".

II.-
Amor, historia y vanidad, cuántas barbaridades han causado desde la cima del poder...
Por él fueron exterminadas las tribus originales de Norteamérica y son hoy las del Amazonas
10 000 negros mataron los blancos durante la rebelión de Agosto de 1791 en Haití
32 000 asesinó Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador
8000 sumó Somoza en Nicaragua
60 000 en Guatemala durante la larga noche de la represión
2000 acumuló la dictadura de Tiburcio Carías en Honduras
Miles el Porfiriato en México
Millones durante el reinado de Stalin
Machado y Batista segaron con su hoz metálica a la juventud cubana
El sibilante golpe de la guillotina no cesó durante la revolución francesa

¿Por qué es tan necesario que el amor estatal mate?
Hay que hacerse esta pregunta para equilibrar la respuesta.

Pues amor y poder son también:
Hitler y Eva Braun unidos para siempre en un orificio de Walter PPK calibre nueve milímetros corto
Los 4000 pares de zapatos de Imelda Marcos
Los topacios, diamantes y rubíes inservibles de Soraya de Irán
Las joyas de la Corona inglesa en Londres, muchas que fueron robadas aquí a sangre y fuego
Los oros de nuestra dignidad amarrados en las bóvedas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional
Los dientes judíos atesorados en las arcas de la banca suiza durante la segunda guerra mundial
El amor de Ronald Reagan por Nancy, borrado para sécula de la memoria
El Che abandonando parientes y familia por la revolución
Idi Amín de Uganda, guardando en el refrigerador los pedazos trucidados de sus enemigos
Felipe II pudriéndose gota a gota de gota en El Escorial
Dos muchachos viejos, John y Robert Kennedy, conchabando muchachas con helicópteros hacia la Casa Blanca.
Derechos Reservados. Vizquerra. "Revolución del sexo".

III.-
Pero quizás estoy siendo muy drástico y severo pues estoy generalizando, lo que es obligatorio dada la brevedad. La anterior es desde luego una visión del poder, esquemática y referencial, pero hay muchas, miles más.

En el libro de los trígonos, el gnóstico árabe Abubequer ben Wahsiyya sentenciaba que “la verdad de la adivinación está en ver más allá con el pensamiento aquello que se adivina” (NUESTROS MODELOS, en: PICATRIX).
Pues habría que realizar un ejercicio reflexivo para imaginar cómo es que se contemplan el amor y el poder desde la óptica de los poderosos, particularmente de los dictadores.
Calibrar por ejemplo qué es más venéreo y orgásmico, si las orgías de sexo o las orgías de sangre.
Qué competencia de placer ocurre entre acariciar una piel o romper una piel.
Cuándo el organismo provee más estamina y potencia, si seduciendo o violando.
Cuál es más dulce canto, el estallido de un beso o el chasquido de una bala.
Y ese que gime, esa que respira agitada, ¿suspira o se queja?
¿Dónde tiembla más el hombre, en la pasión o en el miedo?
¿Son tan persistentes los recuerdos de los muertos como las memorias del amor?...
El amor puede llevar al poder pero muy difícilmente lo contrario.
Derechos Reservados. Juan Ramón Laínez. "Muchachas".

IV.-
Pero además está la magia, todo el rosario de fórmulas rituales con que los hombres se visten para una o la otra experiencia.
El caballero de la antiquísima Orden del Temple, cuenta San Bernardo (Laude novae militiae), tenía “disciplina constante y obediencia siempre respetada: va y viene a la señal de quien posee autoridad: se pone lo que se le distribuye y no busca fuera alimentos ni vestiduras... Los caballeros llevan una vida común sobria y alegre, sin hijos ni mujer; no se les encuentra jamás ociosos o curiosos, y no conservan ninguna noción de superioridad personal: se honra al más valiente... Detestan los dados y el ajedrez, tienen horror de las cacerías, se cortan el pelo al ras, nunca se peinan, raramente se lavan, llevan la barba hirsuta y descuidada, están sucios de polvo y tienen la piel  curtida por el calor y la cota de malla...”
San Bernardo descuidó agregar algunas costumbres raras incluso en su tiempo, como el hecho de que los Templarios nunca dormían solos en las celdas de sus conventos y que montaban a caballo de dos en dos...

O a veces se busca el poder mágico para adquirir el amor, como cuando un alquimista conocido como Picatrix, pero que en realidad se llamaba Abul-Casim Maslama Ben Ahmad, recomienda en la Edad Media la fórmula para preparar un filtro de pasión:
“Se coge sangre de gallo, sangre de pantera y cuajo de conejo, medio metical de cada; y un metical de sangre humana, se junta por fusión y se le añade medio metical de euforbio y se sahuma con ello. Esta mezcla produce intimidad y facilita la espiritualidad del amor”.

¿Hay alguna diferencia entre esta receta milenaria, las que ingenian los campesinos o la que sugieren las pitonisas a las esposas de los ministros cuando van a consultar la suerte?

Picatrix mismo tiene un relato bellísimo sobre la magia y el poder:
“Informaron a Alejandro Magno que una víbora diezmaba el ganado y Alejandro dijo ‘Haced una vaca a propósito de ella’. Le hicieron la vaca y la vaca se comió a la víbora.
Dicen que los abisinios mandan camellos contra el enemigo y que los camellos atrapan al anemigo y se lo traen preso a los abisinios.
Dicen que la apariencia es imán de la apariencia.
Dicen que mover lo estático es más difícil que parar lo dinámico. Lo contrario de detener lo estático es mover lo dinámico.
Dicen que las formas inferiores obedecen a las formas superiores.
Dicen que cuando el agua se inmoviliza es tierra y cuando la tierra se mueve es agua.
Dicen que el viento lleva sin tener manos ni cuello y que el fuego come sin tener boca ni dientes.
Dicen que la hacienda de Salomón estaba en el sello de su anillo porque si se lo ponía venían a él los genios, los hombres, los vientos y las aves, y si se lo quitaba era como cualquier otro hombre”.
Dicen que el amigo de cada cual es su inteligencia y el enemigo de cada cual su necedad”.
(Abul-Casim Maslama Ben Ahmad. EL FIN DEL SABIO Y EL MEJOR DE LOS DOS MEDIOS PARA AVANZAR, Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados, Madrid, 1982.)
Derechos Reservados. Antonio Vinciguerra. "Lenca con jarrones".


V.-
Estoy convencido, sin embargo, de que no hay exorcismo más poderoso que la voluntad.
Tres cortos ejemplos.
En la maravillosa ciudad de Copán, mil seiscientos años después de haber sido sellada los científicos han revelado la tumba más secreta de la Acrópolis maya. Está enclavada en el centro de todas las direcciones sagradas, bajo dos templos y repellada con estuco ceremonial. La rodean votos, cenizas, restos de ofrendas, cetros y bastones de mando, espinas de mantaraya, gotas de mercurio y esqueletos de jaguares. No había duda, por sus riquezas tenía que ser de Yax K’uk’ Mo’, el fundador de la dinastía de Copán. La osamenta hallada estaba completamente pintada de rojo pero cuando los arqueólogos forenses la examinaron se llevaron la sorpresa del siglo: pertenecía a una mujer.
La evidencia trastocó todas las concepciones académicas. Hasta ahora nunca se había concebido la posibilidad de que el viril fundador del reino Maya, macho-guerrero insaciable, espada flamígera, progenitor-semilla-gran falo insomne, pudiera ser una mujer.
Una intrigante historia de amor y de poder.

Segundo ejemplo: Un jefe misquito, luterano y semisalvaje, secuestra en la ciudad de Granada, Nicaragua, a una moza criolla, virgen y Católica. El romance que la palabra ociosa hace nacer entre los dos termina por obligar a que España e Inglaterra suscriban la paz, por lo menos temporalmente, en la región.
¡Poder santo del amor, ora pro nobis!

Tercer caso: El apuesto caudillo de la Federación centroamericana del siglo XIX, don Francisco Morazán, arde en deseos de iniciar la revolución liberal pero ni él ni sus acólitos poseen un centavo para invertirlo en la conquista del poder.
Entonces se cruza por el camino la figurita menuda de una mujer extraordinaria, dueña de prolongadas haciendas en el valle de Comayagua, región central de Honduras, heredera de cuantiosa viudez, ardiente como palo seco, más dulce que la rapadura.
Lo único que no es breve de ella es el nombre. Se llama María Josefa Ursula Francisca de la Santísima Trinidad Lastiri, casa con Morazán y a lo largo de dieciocho años le financia la revolución a su marido, discretamente va entregando y vendiendo una a una las haciendas, deshaciéndose de joyas, perendengues y collares, hasta el 15 de Septiembre de 1842 en que una contrarevolución captura a Francisco y lo fusila en el Parque Central de San José de Costa Rica, a las cinco en punto de la tarde, exactamente en la misma fecha en que se celebra la independencia de España.
A esa hora María Josefa está encerrada en una capilla, rezando hincada porque la ilusión no se acabe, pero es inútil, los dioses han bajado el dedo pulgar. Luego la resucitan del desmayo, la peinan y la embarcan en un navío rumbo a San Salvador, donde muere seis años después en la más grosera pobreza.
La moraleja es harto innecesaria.

VI.-
Sólo que, para concluir, es necesario recalcar que ninguno de estos dos temas unidos —el amor y el poder— ha de ser contemplado desde la distancia unívoca. Como pertenecen a la vibración íntima del ser humano, son inestables, atmosféricos e impredecibles.
Uno pensaría, por ejemplo, que en la clase poderosa siempre impera la soberbia, o que entre los humildes reina eterno el amor, arquetipos esos que confunden más de alguna vez a poetas y narradores.
Por el contrario, puede darse cualquiera de sus antípodas. Martí, para el caso, ingresa en la locura última al soltar las riendas del caballo y lanzarse en atropellada carrera contra los españoles en la única batalla que peleó desde Cuba, la final donde su Angel de la Guarda —que es como se llamaba su guardaespaldas— observa impotente el vano gesto de vanidad.
O como entre los franceses, adictos de los vinos robustos y los quesos de aromas penetrantes, inventores de esencias y perfumes, cuando Napoleón Bonaparte, en su más bello gesto de humildad y de necesidad, le escribe a la coqueta Josefina desde Italia, entre negociaciones y promesas de batalla, para suplicarle encarecidamente: “Amor, amor, dentro de quince días estaré en París; hasta entonces no te laves tu delicioso bosquecillo”.
Eso lo dice todo sobre el amor y el poder.



Apéndice innecesario:
Lady Nancy Astor: “a la primera oportunidad que tuvo, Adán le echó la culpa a la mujer”
Francoise Sagan: “Me encanta que los hombres se comporten como hombres –fuertes e infantiles”.
Mae West: “Sólo me gustan dos clases de hombres: los domésticos y los importados”
Marilyn Monroe: “los hombres respetan siempre cualquier cosa que los aburra”.
Jayne Mansfield: “Los hombres, esas criaturas con dos piernas y ocho manos”.
Cher: “El problema de algunas mujeres es que se contentan con poca cosa –y luego se casan con él”.
Mae West: “No te cases con un hombre para reformarlo. Para eso están los reformatorios”.
Henriett Tiarks: “Un caballero es un lobo paciente”.


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