… había estado
introduciendo en la computadora nuevas señales, (…) abridoras de cerrojos
hechos de palabras.
Julio Escoto, Madrugada, p. 64
Víctor Valembois, SEP, UCR.
Víctor Valembois, SEP, UCR.
1.
Signos de color
Para sendas novelas del
hondureño Julio Escoto, en concreto El
General Morazán marcha a batallar desde la muerte[1]
(1992) y Rey del albor. Madrugada[2]
(1993), he trazado líneas principales sobre interferencia europea en este
escritor contemporáneo, vigentes, como no, para el presente trabajo. Este nuevo
enfoque tiene con el anterior una relación de complementariedad. He destacaba
ya la indudable huella que dejaron en su producción artística sus estudios en
filología. Conviene no solo confirmar esta aseveración sino precisarla.
¡Grande el arte que contribuye a
trascender! Con mayor razón si en el
caso particular, como también vimos, Escoto aúne acertadamente tres ciencias,
constato. Claro esta ciencia, ¡sapientia!
del arte novelesco y además, siempre la sirve como su personaje:
Uniendo la semiótica con la historia (para llegar) a entender el
colorido de los signos y la trascendencia de los lenguajes con que el ser
humano metamorfoseaba sus sentimientos e intenciones, encuadernándolos tras la
apariencia de las máscaras y la simulación. (63)
De allí que, en especial en Madrugada, el tema de la “máscara” sea
otra columna vertebral (ver, entre otros 187, 342, 487,…). Tarea vital del
novelista, asistido del receptor (Holmes y Watson, recordemos) es la de des-enmascarar. En efecto, el lenguaje [es] la materia más sutil e
importante que existe sobre el mundo (497).
Pero no se crea que solo en esta
novela florece el interés por la palabra, porque cuando en Morazán… el desdichado protagonista señala que solamente los caminos del amor conducen a la perfección, pero todavía no
están empedrados (59), de seguro piensa en la dificultad de la
comunicación, por esas connotaciones, ese colorido
de los signos, como con poesía lo expresa Escoto. Igual, cuando el mismo personaje
afirma que “entre las islas de la teoría y el continente de la práctica habría
que tender un puente de inteligencia y realidad” (62), o cuando, más abajo
reflexiona sobre “la mente no es un puente (…), hay que aprender a transitarlo”
(90), allí siempre está el instrumento de las palabras[3],
don mágico a veces, obstáculo maldito, otras…
2.
Esos “Países Bajos” de tiempos
de Carlos V
Un personaje nunca aparece en escena,
por no estar o no haber estado en Honduras sino a miles de kilómetros, en
Europa, y sin embargo se alude, a cada rato, en las dos novelas: es el padre de
Felipe-dos-palitos, como de manera
ingenua lo llama el esclavo, narrador limitado, capítulo 21 en Madrugada. Desde luego refiere a Carlos
V, Rey de España. No está demás recordar que este jefe de Estado, aparte de la
madre, la famosa “Juana la loca”, como pasaría tristemente a la historia, poco
o nada tenía de hispano originalmente. Nacido en Gante (actual Bélgica), en
1500, sobre todo en los primeros años de reinado, anduvo muy condicionado
por asesores flamencos[4],
valga la redundancia, gente de Flandes[5],
cuya conducta en nada favoreció a los súbditos peninsulares. Además, cuando
Cortés conquista México, el rey andaba más preocupado por afianzar su corona
imperial en el norte europeo. Cantidad de veces, tanto antes de ser proclamado
rey, como después, éste se ausentó de España, entre otros por andar de nuevo en
Flandes y finalmente, en 1555, será en Bruselas (en sus queridos “Países Bajos”
de entonces y en la parte que actualmente sería Bélgica), no en Madrid, España,
donde abdica a favor de hijo. Se trata de los históricos "Países
Bajos", los dominios nórdicos que la casa unificada de los burgundios y
los habsburgos poseía, reunidos esos anhelos dinásticos en su persona.
En las dos
novelas Carlos V resulta un semi-dios: ubicuo pero nunca visto. En Madrugada, se cita cualquier cantidad de
veces, por ejemplo, en el capítulo último, intercalado, en orden cronológico el
primero, donde incluso en 1497 y para la mente indígena, representaba una
realidad ineludible: es el poderoso Señor
de mares y tierras, un rey de reyes llamado Carlo y algo más (510). En la
cosmovisión local se entiende que era algún
pobre pues pedía (511). En paralelismo antitético se visualiza en el
capítulo 23, ubicado en 1542, y narrado desde la perspectiva de Antonio Fuentes
y Guzmán, súbdito español. Allí, como en otras novelas centroamericanas sobre
la época[6],
se reverencia al monarca con toda retórica: Príncipe
cristiano, Su Majestad, el Emperador cesáreo y Católico, el rey, nuestro señor, etc. Así, aunque no
se le nombre explícitamente pero está claro que es el imperio español de su
época (como en 238). En definitiva, desde el epígrafe de Bartolomé de Las Casas[7],
dirigido a un Muy Soberano Señor hasta la penúltima página, cuando
es calificado como príncipe de Castilla,
este Carlos V de Flandes está tras bambalinas.
Incluso
en Morazán…, la otra novela que se
sitúa exclusivamente en el siglo XIX, no puede faltar la referencia a Carlos V,
de manera reiterada. Lo es en forma explícita (27), como implícita varias veces
(42, 48, 76 y 78), en relación con la búsqueda, desde entonces y por mandato del
Emperador, de un canal interoceánico: volveré sobre el asunto. Pero el lector
atento encontrará en Madrugada otros
“puentes” a veces sutiles, a tan evidentes como sorprendentes con esos “Países
Bajos” en su primera acepción. Por ejemplo, y siempre en orden cronológico,
aquí van dos:
Uno:
en referencia explícita al mismo rey y a sus inmensos gastos, en 1542 Fuentes
se refiere al financiamiento fuera de España, al inicio de la conquista, entre
otros con los Fugger, banqueros alemanes[8], pero también se menciona la ciudad de Amberes (445), en Flandes, puerto floreciente en el siglo XVI hasta
que las tropas del Duque de Alba incendiaron la ciudad. Dos: el mismo Fuentes comenta
el tiempo antes de 1542 y lo que les aconteció a Fray Blas de Castillo y otros,
quienes quisieron ascender al volcán Masaya, para lo cual aconsejáronse con un padre flamenco, quien también quería saber
el secreto del volcán, el que les dijo que no podía ser aquello sino metal de
oro o plata, y de la mayor riqueza en el mundo (438), todo según un texto
no ubicado, leído por el personaje Fuentes. No logro ubicar a este compatriota[9].
3.
Esos “Países Bajos” de los
holandeses
Por grandiosa que haya sido la
circunstancia en que al Emperador flamenco y español le tocó reinar (¡una
primera verdadera mundialización[10],
nada menos, anterior a la actual globalización!), por mucho que se empeñó en
mantener un imperio unitario bajo la fe cristiana, su abdicación tres años
antes de morir, en 1558, revela que se dio cuenta de su fracaso. Durante el mandato
de su hijo, totalmente “españolizado” y “anti-flamenco”, se prendió la mecha,
tanto del fraccionamiento territorial como religioso de este regalito, sus Países Bajos que sin embargo Carlos V le había
encomendado. Esta división prefigura un tanto lo que, siglos después, serían lo
que en terminología dudosa se conoce como Holanda y Bélgica.
Ahora, la frontera norte de Bélgica y sur de los “Países Bajos”,
bastante guarda de la línea divisoria entre catolicismo (al sur) y el
protestantismo, sobre todo calvinista (al norte), a raíz de la comentada y
violenta reconquista (sí, así, con el mismo término utilizado
contra los moros), del Duque de Alba[11].
¡Tiempos aquellos! Lástima, no todas las manos fabricaban
inocentes encajes de Flandes (389),
como secular producto de exportación como consta en tantas obras literarias;
otras, entre españolas y mercenarias, sostenían
las picas[12]:
son los piqueros de Flandes (293), a los que alude también la
novela. Pese a su superioridad en
armas, los españoles no pudieron con la guerrilla flamenca.
En su Madrugada, Escoto reconstruye más bien eventos referidos a la parte
que logró escabullirse a la bota española: el norte de la comentada línea
divisoria. Con el aporte de tanto capital flamenco, humano y financiero en
exilio, allí fue surgiendo una nueva nación empresarial (el “holandés errante”)
y progresista (que lo diga Descartes). Inicialmente, a fines del siglo XVI, se
llamaba “las XVII Provincias Unidas", que la misma
España fue reconociendo recién mucho después, con los Acuerdos de Utrecht[13],
en 1713. Ahora bien, por comodidad, por desconocimiento sobre todo y dentro de
un típico mecanismo de “la parte por el todo”, a este conjunto de provincias,
sobre todo afuera, se le fue dando muchas veces el nombre de “Holanda”. Este
error geográfico se generalizó de tal manera al mismo tiempo que la parte de
“Holanda” (con Ámsterdam y Rótterdam[14],
entre otros) y adquirió tal preeminencia que los nombres se confundieron (a
nivel de lengua, también se liaron los nombres de castellano, por la provincia
de Castilla, y español, por toda España). El resto de esos dominios nórdicos de
Carlos V quedó como "los Países Bajos Meridionales (o del Sur)" o
"los Países Bajos Españoles".
Explicado
el “colorido” nuevo, tan importante, de la expresión combinada (“Países Bajos”)
que aquí sirve de guía, queda por averiguar su uso en las dos novelas de
Escoto. No se observan rastros de este segundo uso en Morazán… En cambio abundan las aplicaciones en Madrugada. Pasa que el autor “peca” por retomar la equiparación, en
realidad incorrecta de Holanda y holandeses. Nunca, en esta novela, figuran los
“Países Bajos” según la segunda acepción señalada; en cambio, son legión las
alusiones a “los holandeses”, las más de las veces metidos dentro de un grupo,
entre otros nacientes imperialistas europeos (24, 100, 279, 286, 293, 333, 351,
445,…). Pero se detectan dos casos específicos de “holandeses” individuales,
cuya importancia resulta crucial para el sentido global de la novela y su
proyección hacia casos futuros.
El
primero es ese capítulo 19, intercalado también, llamado “Reunión en Omoa” que Escoto
sitúa en 1633. En ese puerto dando al Golfo de Honduras, en reconstrucción
literaria un puñado de europeos acude a una cita. Uno proviene de esos nuevos
“Países Bajos” recién descritos y es holandés de pura sangre: Abraham Blauvelt
(identificado por otros, ignorantes del neerlandés, como Bleevelt o Blewfields).
Pues bien, ese nombre, traducido en español, significa “campo azul”, lo cual da
Bluefields (en plural) en inglés. Como se sabe, refiere a un puerto en el
Caribe nicaragüense, creado por ese corsario. Por cierto, uno de los temas de
conversación es el paso (322), la
travesía interoceánica o Estrecho dudoso que hace rato se buscaba.
Paso
a un segundo corsario o filibustero (por de pronto, palabra neerlandesa, esta
última), no por completo invento literario, menos interesante. En claro montaje
detectivesco, al principio de la novela y por un trecho apenas, aparece. Se identifica a
sí mismo como Frank Hollander (73), norteamericano. Pues bien, más de
cuatrocientas páginas más tarde vuelve, en una balacera, donde muere. El astuto Escoto, por medio de su narrador omnisciente, solo sugiere
que [Jones] solo recordaba (…) como que apellido
[del otro] tenía algo que ver con Holanda (481). ¡Con eso basta! Resulta
totalmente coherente el apellido de ese gringo con la reminiscencia. Funciona
el “nomen est omen” del latín por el que se rompe la gratuidad o arbitrariedad
del signo: al contrario, se vuelve indicio, pista. En este caso, en buena
semiología que le encanta a Escoto, este agente norteamericano de la “Contra”
(la contrarrevolución norteamericana para tumbar el sandinismo), Frank
Hollander en persona viene a significar un corsario de nuevo cuño, más allá del
siglo XVII que fue su época de gloria. Con lo cual, increíble pero cierto,
entre “holandeses” le dan continuidad a la novela y refuerzan el argumento de
la citada espiral histórica. El signo anodino, vuelto metáfora y hasta símbolo,
nos advierte incluso, a principios del Siglo XXI, que la especie de los
corsarios no ha muerto: al contrario, ahora actúa a nivel global.
4.
Los “Países Bajos” en tiempos de
Morazán
En 1814 surgió un tercer
significado histórico a la expresión “Países Bajos”, muy a tomar en cuenta para
la correcta decodificación de las novelas históricas aquí bajo la lupa. Al ser derrotado Napoleón la primera vez (la segunda sería en Waterloo,
al sureste de Bruselas), el Congreso de Viena, bajo el impulso del Canciller Metternich,
decide crear un Estado suficientemente grande y fuerte, un “Estado-tapón[15]”,
contra el expansionismo francés. Lo malo es que, sin consultar a los
interesados, decidieron juntar lo que ahora son Bélgica y los Países Bajos.
Así
se fabricó el "Reino Unido de los Países Bajos", construcción
artificial, con el Rey Guillermo I como jefe del nuevo Estado, cosa que era ya
de “Holanda”. Regiría el principio de ambulancia de capital (entre La Haya y Bruselas) que fracasó igual
en la región centroamericana. Por lo menos en esta parte valía una sola lengua,
la de Cervantes, mientras en esas “tierras bajas”, los antiguos dominios de
Carlos V, existía (y existe) un corte horizontal de oeste a este, al sur de
Bruselas, con el idioma neerlandés (mayoritario entonces y ahora), arriba de
esta línea y el francés abajo. Cabe tomar en cuenta además el empuje económico,
minero e industrial que predominaba en Valonia (el sur) y no en Flandes (el norte),
de manera que ese parto de los montes apenas duró quince años: en 1831 nació
Bélgica sobre un territorio que, simplificando, corresponde a los antiguos “Países
Bajos Meridionales”.
En su región, Francisco Morazán (1792-1842) luchó, a precio de su vida,
contra el “autonomismo ancestral” (Morazán…,
41) que también prevalecía en el comentado norte europeo. Pese a que se le conoce como
un hombre de armas tomar, su vía preferencial de acción era el civilismo: por
su educación y lecturas basadas principalmente en la Ilustración europea
(ver en el trabajo anterior), era un Bolívar centroamericano. Repasando
mentalmente hechos ocurridos en todo caso antes del previsible divorcio
señalado entre esos “cónyuges” tan
disímiles y reunidos a la fuerza por el viejo Metternich, el ahora todavía tan mal conocido unionista
hondureño pensó:
Dediqué (diversos esfuerzos) a evitar que se continuara derramando
sangre centroamericana y facilité que el Ministro de los Países Bajos
organizara en Abril pláticas de paz… (37)
¡Este Ministro de
los Países Bajos no era el Ministro de Holanda, como entenderíamos ahora! Él era el General Jan Verveer[16]:
holandés, sí, y Ministro Plenipotenciario, sí, pero del "Reino Unido de
los Países Bajos" en esa Guatemala que en esa década aludida formaba parte
de otro “Reino Unido”, el de Centroamérica. Cometer la confusión,
como lo hacen Escoto y Rafael Leiva[17]
es tan grave -lo mismo que tan inocente- como cuando un europeo, por
ignorancia, mete a todos los países de la región ístmica en el mismo saco. Verveer
estaba allá desde por lo menos 1825, cuando empezaron las conversaciones con
miras a un contrato.
En
1825, solo dos potencias europeas tenían un representante consular en
Centroamérica: Inglaterra y los “Países Bajos”, es decir el Reino Unido respectivo.
Francia no tenía agente diplomático sino desde México. Ahora bien, los dos
“Reinos Unidos” (el de “Inglaterra” como reza la también engañosa fuente
centroamericana, y el de los “Países Bajos”, como explicamos recién”) tenían
intereses imperiales en la zona. Bastante documentación existe sobre los
desmanes del terrible Chatfield inglés, pero poco se ha estudiado el claro
interés del llamado “holandés errante”, construyendo su imperio marítimo. Entonces
abríamos nuevas relaciones con Europa y América (48), señala Morazán, con el
resultado de solo dos embajadores: uno en Estados Unidos y el otro en Europa,
concretamente ante esos “Países Bajos”. Pero ya se quería liberar de ese
“América para los americanos[18]”
al estilo de Monroe. Al ser entonces todavía jefe de facto de Centroamérica, a
Morazán le sale interés por el contrapeso europeo, partiendo de las
exploraciones de Humboldt, que entreveía posibilidades interoceánicas por
diversos lugares del istmo. Pero como vimos, el sueño viene de antes: esos corsarios
europeos del Siglo XVIII, evocados en Madrugada,
conversan sobre el mismo hipotético paso
(322).
La
erección de una embajada en los “Países Bajos” se inscribe entonces en este
contexto. Ahora bien, al poner Escoto en boca de Morazán negociábamos la construcción del canal oceánico con los holandeses
(48) caben dos comentarios por la precisión en ciertas palabras que aquí hemos
emprendido. Primero, constatemos el mismo error frecuente en toda la
historiografía de América Central, de confundir esos “holandeses” con todo el
“Reino Unido de los Países Bajos”. Segundo, está por ver si aquello de negociábamos no tira demasiado la cobija
de la iniciativa del lado de Morazán. Bien puede el General haber declarado la
cuestión del canal como el primer objeto[19]
de su misión gubernamental, pero otra cosa es la cuestión de los medios, que no
serían ciertamente centroamericanos.
Al
respecto, se sabe que en ese Reino, y más concretamente vía Bruselas, hubo
entonces y después todavía por lo menos en tres oportunidades perspectivas
trans-ístmicas[20]. Para
este anhelo compartido, un triste obstáculo fue la proclama e independencia de
Bélgica en julio de 1831. Cuando en setiembre de ese mismo año aciago Morazán
es proclamado Presidente de la República
Federal de Centro-América ya el Reino Unido de los Países
Bajos había pasado a mejor vida. Lo cual no quita que a este auténtico jefe de
Estado que fue Francisco Morazán se le evoca con respeto y hasta con cariño en
cantidad de lugares también de Madrugada
(108, 130, 143, 406,…), la otra novela de Escoto.
5.
“Este ´País Bajo´ que es el mío”
Por lo explicado queda más claro
ya cómo “los Países Bajos”, en el uso actual, contiene cierto contrasentido,
porque a una nación única se le da un nombre en plural. Desde 1831 el término
compuesto quedó más reservado al norte de los originales dominios de Carlos V.
Ahora bien, no por el cambio de nombre, al sur, de “Países Bajos Españoles” a
“Bélgica”, estos 32.000
kilómetros cuadrados dejan de tener mucho de “tierra
baja”: el término se justifica en lo geológico y en muchos aspectos, cierto
estereotipo de “Holanda” (con los tulipanes, los quesos, los molinos,…), forman
parte, igual, de la realidad en todo el conjunto. No es de extrañar por ello
que una de las canciones más conocidas, a nivel nacional e internacional
respecto de ese territorio, en su letra recalca aquello del “llano país que es
el mío”, evocado por el cantante belga Jacques
Brel[21].
Nunca se menciona la palabra
“Bélgica” o algún término afín en las dos novelas en consideración, de Escoto:
en Morazán… no habría tenido sentido,
porque los hechos evocados se sitúan antes de existir este Estado como entidad
independiente; tampoco en Madrugada
figura, como tal. Y sin embargo, en esta compleja creación existe todo un eje
estructurante entre el allá y el acá, entre una idea de Bélgica (más que una
realidad, a veces) y lo latinoamericano, incluyendo lo hondureño. Es curioso,
si en el trabajo anterior, hemos demostrado a partir de lo literario un vuelco,
en los últimos dos siglos, de la orientación este-oeste a lo norte-sur
predominante, confirmo aquí esta perspectiva, pero con una notable excepción:
en su búsqueda de identidad y de des-alienación, varios personajes de la última
novela miran hacia el este y concretamente: ¡Bélgica!
Vía este país hubo por lo menos
tres intentos posteriores a Morazán, todos frustrados, para un canal en
Centroamérica[22]: el
nuevo Estado belga resultó sumamente dinámico hasta la Primera Guerra Mundial[23].
Pasa que, siempre dentro de lo verosímil artístico, conviene subrayar que se
recoge y hasta aviva una visión estereotipada de este país, la cual, a su vez
se apoya en cierta realidad. Me explico: desde las últimas décadas del siglo
XIX hasta la Segunda Guerra
Mundial, tremenda es la cantidad de estudiosos latinoamericanos que acude a
universidades europeas. Es lo que pasa, a todas luces con Ramón Soto, Canciller
hondureño evocado en Madrugada.
Escoto lo describe así:
… conservador de arrugada estirpe y estirada educación europea, (…)
abogado (…) luciendo el más acabado diseño de la moda sobre el anticuado
deslumbre de sus zapatillas protocolarias de charol (…). Debía reconocérsele el
registro enciclopédico de su dominio en el área diplomática, la disciplina de
poseso que lo infestaba (…) su voluminosa voluntad de estudio… (158-59).
Aun sin explicitar el autor dónde
supuestamente aprendió su oficio este personaje, el lector familiarizado con el
mundo educativo y cultural de hace un siglo, o casi, siente que ese modelo
escrito obedece al perfil de educación rigurosa, sí, pero memorística, amplia
sí, pero poco evolutiva, como se daba en las viejas metrópolis europeas. No
interesa si esta descripción obedece a una figura real. Se visualiza como
prototipo de un individuo eficiente, pero enajenado, producto de una educación
alienante. Uno siente que el narrador, detrás del cual apenas se disfraza el
mismo Escoto, se refiere a ese tipo de educación universitaria con cierta
ironía si no desprecio.
Todo lo contrario se respira al
palpar la nueva enseñanza superior que se perfila, sobre todo a partir de conversaciones
entre Jones y Miqui, dos personajes principales, siempre de Madrugada. El primero es norteamericano,
pero prueba ser capaz de pensar en forma independiente, hasta en contra de su
propio gobierno; el segundo es salvadoreño (93), en la línea, adivinamos de
Monseñor Romero (que no se menciona). Felizmente para ciertos centros de
educación superior en Europa, en particular después de los eventos
“revolucionarios” de mayor 1968, cambió el paradigma. Se trataba de formar alumnos
pensantes por sí mismos, siempre con gran cantidad de materiales de estudio,
con mucha importancia de la memoria, pero también con la garantía de que fuesen
capaces después de re-interpretar lo aprendido en aplicación a la realidad de
su nuevo entorno. A no dudarlo, para la defensa de la identidad profunda,
nacional e individual, como la que se destila en la novela, es el modelo
anhelado.
Un tanto a contrapelo de lo que
se vería como normal aquí, no partiré de la literatura sino de la historia. En
otras investigaciones mías he podido confrontar grupos de estudiosos costarricenses
en Europa, para llegar al mismo contraste de dos grupos. En efecto, he
detectado en los hechos, por un lado, la existencia de una verdadera generación
que obtuvo sus títulos, sobre todo de medicina, en Bruselas en los años veinte
del siglo pasado[24], y
por otro lado, también he demostrado la existencia, medio siglo más tarde, de
otra generación sobre todo de doctores en filosofía de la Universidad de Lovaina[25]
de esa misma nacionalidad. Para las dos remesas hubo grandes exigencias de
estudio, saliendo todos buenos profesionales quienes aguantaron hasta la meta
del título, pero el primer equipo obedece más a un esquema europeizado,
mientras los del otro, por su desempeño, se mostraron claramente
latinoamericanistas. Con lo cual la realidad confirma lo desplegado en la
novela: el modelo de la torre de marfil versus el de estudio como medio para el
compromiso.
Frente a la educación de pulcros modales y afectada resolución
(158) con la que Escoto caracteriza al Ministro de Relaciones Exteriores de su
tierra, con desdeño, ningún lector negará que, siempre en la misma Madrugada, el narrador estila simpatía
por una buena moza que estudió también en Europa. Sheela es un personaje mucho
más importante, que ese leguleyo acucioso.
Es clave la narración y buen ejemplo respecto de la nueva educación
universitaria que se requiere. Ella aflora en el ambiente desde el final del
capítulo 10, pero como cruel Simenon que resulta Escoto (buenos escritores en
lo detectivesco los dos) demora su identificación a lo largo de seis capítulos.
Para llegar al conocimiento de que ella estudió y trabajó en la Universidad de Lovaina
(247), Jones y el lector fueron informados gota a gota (que sabe francés, que
estudió marxismo, que entiende de Weltanschauung:
220, 224, 229,…).
En
acertado suspense policiaco en la novela
asistimos a un montaje arquetípico de la idea de universidad progresista dentro
de un país, Bélgica, que se presenta con la misma imagen falaz. Se observa una
cadena de simplificaciones en torno a “Lovaina” como de izquierda (223, 243,…),
en estrecha asociación además con revolucionarios latinoamericanos (243, 344,
396, 401). Es un estereotipo,
pero que como tal, siempre parte de la realidad. Por otro lado, justamente
tampoco se podrá negar que esa “idea de Bélgica” y concretamente de su universidad más vieja obedece
también a lo histórico: en esos históricos años sesenta, allí estudiaron el
Camilo Torres y el Gustavo Gutiérrez aludidos en la novela (101). Y esa guerrilla de Dios (111) a la que refiere
Miqui pareciera contar con la simpatía del narrador.
Para terminar, dos puntos, de
otros extraños cruces entre la realidad y la ficción: Resulta
primero que este “país
bajo que es mío” según canta Brel, lo es también para el suscrito; segundo,
entre las brumas del tiempo, vivencia azarosa en Centroamérica en época de
lluvias, consta que el escritor Escoto fue mi alumno[26],
formado yo en esa Lovaina en esos precisos años agitados y no niego gran simpatía y hasta afinidad
intelectual por el personaje del colega Jones.… Todo, no sé si por destino
manifiesto o de circunstancia enteramente fortuita. Feliz coincidencia.
6.
Cosmopolitismo en acción
He estimado necesario ahondar,
no en chauvinismo trasnochado, sino en esos “colorcitos” de connotaciones,
sobre todo respecto del campo semántico “Países Bajos”, cosa de evitar lo que el
agudo Escoto identifica como un conciliábulo sin palabras (452). Confío que con
base en esta novela total, resulta y resultará un conversar profundo, escritor-lector.
Hay que ponerle ganas, evitando los escollos que los mismos términos, en su
evolución, a veces esconden. Es una dificultad salvable. Ahora contemplamos
todo el tremendo edificio verbal que se construyó: también Seymour Menton aplaudió
Madrugada.
A partir de dos novelas muy
diferentes, más allá de cantidad industrial de eventos por lo general muy bien
narrados, Escoto siembra magistralmente inquietudes superiores, de tipo
profundamente humanista y universal, con base en el mestizaje regenerador, la
tolerancia de credos y costumbres y la paz construida entre todos. No tiene
relevancia si Julio Escoto conoce personalmente Bélgica, si le gusta y si tiene
planes por allá. Interesa su línea de novelística histórica, conectando lo
centroamericano con Europa, por lo que el pasado, aun muchas veces doloroso e
injusto pueda tener de lecciones para el futuro. Respecto de Bélgica, ojalá retome
y amplíe la presencia imaginaria, artística, del país, que como vimos, en lo
decimonónico correspondía a una potencialidad que no se mantuvo. Sobre todo con
el advenimiento de la (relativa) paz en Centroamérica a raíz de los Acuerdos de
Esquipulas y con la reorientación geopolítica europea hacia su propio Hinterland al este, después de la caída
del Muro de Berlín, son prácticamente inexistentes ya los lazos históricos
entre la región ístmica y este pequeño pero dinámico país del norte europeo.
Confío en el valor del arte,
aquí de la novela, en su función cognoscitiva y crítica, complementaria, no
sustitutiva de la tarea del historiador. A pesar de que las dos novelas, en el
fondo implican fracasos de los respectivos personajes, el lector no puede
quedar indiferente, en ninguno de los dos casos. Confío en que la espiral un
tanto pesimista con la que Escoto interpreta el devenir del hombre, más allá de
errores y tanteos por lo menos logre avanzar: no distinguía Carpentier en el
sentido que “el hombre no avanza, pero la humanidad sí”? Wishfull
thinking, profesor Jones-Escoto? No creo. Luchemos, el artista por su lado,
el crítico por otro y los lectores conscientes por todos lados para que se haga
realidad ese pensamiento barroco: “sueños hay que verdad son”. Adelante, Julio,
(y no me refiero a las vías propuestas ni por Julio Iglesias ni por Julio
Cesar), sino a este demasiado reservado hondureño que construye por el camino,
todavía no empedrado, del arte. Como su personaje perseverante, afirmemos:
Construya sus
sueños… métase en ellos, despelléjese haciéndolos verdad, si no ¿de qué sirve
todo? (393)
BIBLIOGRAFÍA
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Escoto, Julio:
El General Morazán marcha a batallar desde la muerte, Centro Editorial, San Pedro Sula, 1992.
Escoto, Julio: Modelos
operacionales y semiótica de la ideología, tesis inédita para la Maestría en Letras,
Universidad de Costa Rica, 1984: cito este trabajo porque en cierto sentido a
partir de este estudio teórico, Escoto sigue luchando, ahora por la vía
literaria, contra tantas imposiciones ideológicas.
Escoto, Julio: Rey del albor. Madrugada, Centro Editorial, San Pedro Sula, 1993.
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de los Países Bajos en San José y el Instituto del Servicio Exterior Manuel
María Peralta, San José, Costa Rica, 2002, pp. 4-27.
Valembois, Víctor: “Idea de Europa” desde el
trópico centroamericano”, investigación sobre la novelística del hondureño; con
énfasis en las relaciones con el Viejo Continente, complementario con el
presente trabajo.
[1] Utilizaré la edición de la misma casa del autor: Centro Editorial, San
Pedro Sula, 1992 y por simplicidad abreviaré el título a Morazán…
[2] Por comodidad, a partir de ahora abreviaré este título a Madrugada.
[3] Y con riesgo de importunar: cuando Morazán señala con el dedo a “los
costarricenses, prestos a halagar y alabar cuando lo necesitaran” (80), alude,
igual, a un uso determinado de la lengua. Lo mismo pasa cuando, hacia el final
observa que “desde mi arribo a Costa Rica [he] tenido que moverme
cuidadosamente entre un anillo creciente de círculos de traición”, siempre
estamos confrontados con usos peculiares, esta vez sibilinos, del lenguaje.
[4] Es curioso que Escoto no alude a ellos. Tengo en preparación al
respecto un trabajo. En opinión de Unamuno, todos los malos seculares de España,
poco menos, venían de ellos: ver “Unamuno y Bélgica (a partir del Repertorio Americano)”, en “Actas del simposio hacia la comprensión del 98” por la Editorial de la Universidad de Costa
Rica, 2001, con el Dr. Jorge Chen como editor, pp. 163-178.
[5] “Flamenco” es gentilicio legítimo para los de Flandes, mucho antes de
que, por simple homonimia surgiera aquella referencia a músicos andaluces. Ver
mi trabajo: “Ensalada flamenca para
todos los gustos”. (Ensayo sobre la palabra “flamenco”).
[6] Pienso en dos otras y buenas novelas centroamericanas sobre las cuales
van sendos trabajos para esta misma colección, en la medida en que contienen
cantidad de interferencias flamencas. Remito entonces, en primer lugar a
“Lectura “flamenca” del “Burdel de las Pedrarias”, en esta misma colección. En
segundo lugar: “Réquiem por Castilla del Oro: cobija
política nicaragüense con
ribetes trasatlánticos y flecos hasta nuestros días”. Trabajos sobre
interferencias belgas en Ricardo Pasos y Julio Valle” respectivamente.
[7] En la p. 427 de la novela, don Antonio Fuentes y Guzmán arremete
fuertemente contra don Bartolomé: no es para menos: ya mucho antes de las
Nuevas Leyes de Indias, impulsadas por Carlos V en 1492, el Padre Las Casas,
con buen éxito había tomado contacto con los asesores flamencos del rey. Remito
especialmente al excelente trabajo de Juan Durán: Bartolomé de las Casas ante la conquista de América, Editorial de la Universidad Nacional ,
Heredia, Costa Rica, 1992, p. 34.
[8] ¡Benditos términos! A lo largo del presente me he referido varias
veces a “Alemania”, para realidades también muy evolutivas. En tiempos de
Carlos V, sería difícil tomar un solo término para un conjunto de estados
dispersos al este del Rin: tienen en común la ascendencia germánica; para el
siglo XIX y hasta 1918, habría que poner “Prusia”; para la segunda guerra
mundial: “Alemania”.
[9] Partiendo de mi investigación: “Quién es quién entre flamencos en el área circuncaribe
colonial”, ponencia para un congreso de historia en Honduras, 2004, ¡sigo
en busca de la identidad de ese curioso flamenco geólogo! Una de las fuentes de Escoto puede haber sido
el relato de “Juan Sánchez Portero: entrada y descubrimiento del volcán
Masaya”, que figura en el Archivo de Indias, en Sevilla, reproducido en Descubrimiento, conquista y exploración de
Nicaragua, crónicas seleccionadas por Jaime Incer Barquero, Colección
Cultural de Centro-América, de la Fundación
Vida , Nicaragua, 2002. Pero allí no hay rastro de ningún padre flamenco.
[10] En su día, he elaborado un esquema de no menos de siete
“mundializaciones”: “La incidencia idiomática de diversas globalizaciones”, Estudios Filológicos, Universidad
Austral, Valdivia, Chile, nº 37, 2002, pp. 151-167.
[11] A esos hechos refiere el cuadro “Las lanzas” de Velásquez, quizá más
conocido como la “Rendición de Breda”, ciudad entonces reconquistada pero que
por avatares históricos, pertenece a esa nueva entidad de los “Países Bajos”,
como fue surgiendo en segunda acepción, también mal llamados “Holanda”.
[12] Eran unas lanzas largas con un hierro corto y agudo en la punta: no
por nada, a los dos lados del Atlántico prevalece todavía la frase de “una pica
en Flandes”, como “empresa muy difícil, imposible”.
[13] Pongo este topónimo con una “t” final, como debe ser y no me explico
por qué tanta historiografía, sobre todo hispana, se empeña en seguir truncando
esta ciudad, de donde era originario también el único Papa que aportaron los
Países Bajos (en su acepción inicial): Adrian VI de Utrecht.
[14] Por su nacimiento allá, ilegítimo por cierto, a Erasmo se le fue
conociendo internacionalmente como “de Rótterdam”, cosa correcta si se quiere,
si no se olvida que desde 1502 en adelante enseñó sobre todo fuera de allí, más
bien en la Flandes
anterior al Duque de Alba, con su universidad en Lovaina, tantos años y con su
casa, ahora museo, en Anderlecht, cerca. Como sea, cuando uno lee con cuidado
el “Elogio de la locura”, cuando el autor refiere a “la lengua popular”, a las
claras se da uno cuenta que se refiere al neerlandés, la lengua común (con
algunas divergencias regionales) de “Holanda” (con el “holandés”) y “Flandes”
(con el “flamenco”).
[15] Traduzco de lo que me enseñaron en mis clases de historia. En la
documentación que manejo (ver Kossmann, en bibliografía) se habla de “una
fortaleza contra Francia”, con el término “bolwerk” que, curiosamente, pasó al
francés y después al español como “bulevar”. Ver mi texto, inédito: “El
neerlandés, la lengua de más de veinte millones de europeos. Ejercicio
intelectual en tres partes: 1) Precisiones terminológicas para uso
“circuncaribe”; 2) Puentes curiosos con el español y el área
“circuncaribe”; 3) Pasado, presente y
futuro en contexto global.”
[16] Tanto Clotilde Obregón como Jorge Sáenz Carbonell, en obras citadas en
bibliografía, refieren (resp. p. 91 y p. 6) a firmas de contrato, pero como si
fuera entre Morazán y “Holanda” (clásico error en la historiografía
centroamericana) para la construcción de un canal interoceánico del lado de
Costa Rica y Nicaragua.
[17] Entiendo que el primer citado sigue al segundo en su libro Francisco Morazán y sus relaciones con
Francia, Edit. UNAH, con primera edición en 1988. Ver especialmente pp.
54-56.
[18] La fórmula implica otra confusión terminológico que perdura hasta
ahora: siendo que el término “americano” originalmente más bien refería a la
actual América Latina, ahora en el norte pretenden ser dueños de un destino
manifiesto y de esa misma palabra. Pero, honor a quien honor merece, el
imperialismo no americano, sino norteamericano (y no me refiero a México ni a
Canadá) llevó a cabo ese objetivo. Ahora en manos panameñas, esperemos que sea
para el bien de toda la humanidad.
[19] Cito por el segundo estudio de Rafael Leiva, en bibliografía, p. 149.
[20] Refiero al libro de Naylor, citado en bibliografía: en p. 88 comete el
mismo error que Leiva y otros historiadores, al referirse al “gobierno holandés
[que] realizó negociaciones con el presidente Morazán”, debiéndose entender el
“Reino Unido de los Países Bajos”, como expliqué.
[21] Reza así la letra de una estrofa, traducida para la ocasión: Con sus catedrales como únicas montañas/ y
negros campanarios como mástiles/ donde diablos en piedra arrancan nubes/ con
el hilo de los días como único viaje/ y caminos de lluvia como único buenas
noches/ con el viento del oeste escuche cómo se empeña en querer ser/ el llano
país que es el mío.
[22] Refiero nuevamente al libro de Naylor, citado en bibliografía: 1) en
p. 67 y otras alude a la colonización belga en Santo Tomás de Castilla,
Guatemala, trampolín para un canal; 2) en p. 88 señala un tratado de 1844,
entre Bélgica y Nicaragua, para un canal. Entiendo que estaban fondos
comprometidos de la “Société Générale” de Bruselas, por cierto un banco creado
por el rey holandés; 3) p. 89: Napoleón III de Francia intentó finalmente lo
mismo vía su proyecto imperial, con Maximiliano de Austria y Carlota de
Bélgica.
[23] Ver entre otros: Cent
ans de démocratie bourgeoise, estudio con
abundante documentación en cifras, de mano de Lode Craeybeckx (L´Églantine,
Bruselas, Bélgica, 1931). Para los efectos del presente estudio, consta el dato
que al principio, la unidad monetaria en Bélgica eran los florines (pp. 18-19),
como ahora todavía en los Países Bajos y que son los ingleses, en la línea del
“divide et impera”, los que estimularon la ruptura del Reino Unido de los Países
Bajos (pp. 74-75)
[24] Ver mi trabajo: “Una generación única de profesionales
ticos, formados en Bélgica”, Herencia, volumen 7-8, n° 1-2, 1995-96, pp.
15-26. A estas promociones pertenecen
también cantidad de profesionales de otras nacionalidades. En el caso de los
colombianos eso explica la repercusión de esta realidad en la novelística de
García Márquez y Álvaro Mutis, como he demostrado en otras investigaciones.
[25] Refiero a mi estudio: “La Maison Saint Jean” y otra generación de
estudiosos costarricenses en Bélgica”, Revista
de Filosofía, UCR, LX (103), julio-diciembre 2003, pp. 147-155. El escritor
nicaragüense Ricardo Pasos pertenece a este mismo grupo. También su novelística
se ve fuertemente condicionado por “lo belga”, pero por otras razones, que
ponderé en el trabajo “Lectura
´flamenca´ del “Burdel de las Pedrarias”, en esta misma colección.
[26] Para obtener la Maestría en Letras, por la Universidad de Costa
Rica, allá por los años ochenta.
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