14 febrero, 2014

Rey del albor, Madrugada
de Julio Escoto:
la última novela nacional
y la primera novela cibernética

Seymour Menton*

C
asi siete décadas después de la publicación de La raza cósmica (1925) de José Vasconcelos, Julio Escoto (1944) publicó Rey del albor, Madrugada (1993), la primera novela nacional de Honduras y la más reciente y tal vez la última novela nacional de la América Latina. A la vez podría ser la primera novela cibernética de toda la América Latina. Por muy rezagada que parezca una novela nacional en 1993, Madrugada sobresale como la mejor novela hondureña de todos los tiempos y una de las mejores novelas centroamericanas de las últimas décadas. El hecho de que todavía no se haya aplaudido continentalmente[1] se debe a la poca difusión de libros publicados en Honduras y a su configuración física: consta de 547 páginas con márgenes mínimos y renglones apretados.[2]
Aunque la búsqueda novelística de la identidad nacional llegó a su apogeo en los años treinta y cuarenta --Canaima (1935) de Rómulo Gallegos, Cholos (1938) de Jorge Icaza, Bahía de silencio (1940) de Eduardo Mallea, El mundo es ancho y ajeno (1941) de Ciro Alegría, El luto humano (1943) de José Revueltas y Entre la piedra y la cruz (1948) de Mario Monteforte Toledo--, ha seguido cultivándose hasta el presente: La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes, De donde son los cantantes (1967) de Severo Sarduy, Los niños se despiden (1968) de Pablo Armando Fernández y la trilogía de Lisandro Otero: La situación (1963), En ciudad semejante (1970) y Árbol de la vida (1990). Además, hay que tener en cuenta las colecciones de viñetas, poesías y cuentos: Vista del amanecer en el trópico (1974) de Guillermo Cabrera Infante, Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974) de Roque Dalton y Las huellas de mis pasos (1993) de Pedro Rivera.
Lo que distingue a Madrugada de sus congéneres es la combinación feliz de los tradicionales ingredientes geográficos, históricos y étnicos de la novela nacional con lo que se podría llamar la novela cibernética con resonancias de las películas de James Bond[3] y otras thrillers posmodernas. 

La computadora desempeña un papel importante en la misión actual [1989] del protagonista, el Dr. Quentin H. Jones, catedrático de historia latinoamericana de la Universidad de Cornell, invitado a Tegucigalpa por el Departamento de Estado para escribir un nuevo texto de historia patria eliminando toda crítica de los Estados Unidos. El hecho de que sea el presidente de Honduras quien le comisiona personalmente este proyecto indica la colaboración del presidente con los Estados Unidos en su proyecto de controlar el destino de Honduras, de Centroamérica y de toda la América Latina. Por ser ciudadano estadounidense, Jones desconfía de los revolucionarios izquierdistas que poco a poco le van revelando los detalles del proyecto imperialista, pero, tal vez por ser afroamericano, acaba por convencerse.
De los veintisiete capítulos de la novela, dieiocho transcurren en el año 1989. Los otros nueve capítulos son en gran parte novelas cortas individuales, fechados en orden cronológico al revés desde 1974 hasta 1495.

Proyecto imperialista
El tema principal de la novela es la denuncia del proyecto imperialista de “convertir ideológicamente a Honduras en un siervo capitalista” (231) y de convertir a toda Centroamérica en “un vasto centro colonial de los Estados Unidos” (332). Los comandantes guerrilleros le aseguran al Dr. Jones que le van a entregar la documentación del proyecto para que él lo pueda divulgar en los medios de comunicación de los Estados Unidos. Igual que las películas de James Bond, la novela termina felizmente. Después de una serie de encuentros y escapes fortuitos y a veces espeluznantes, Jones se junta inesperadamente en el avión con su contacto revolucionario, la bella negra Sheela, médica con “trencitas a la Jamaica” (187), quien lo va a llevar a Kingston, donde “hay una caja de seguridad, la 7876 del Banco de Londres que lo está esperando” (507). Ahí está la documentación.      
Los detalles del proyecto se revelan a través de toda la novela. Al conocer al Dr. Jones en el tercer capítulo, el presidente de Honduras le afirma: “después de haber vivido en Honduras toda mi vida comprendo que el futuro es anglosajón” (31). La meta imperialista es “desespañolizar el pensamiento de la raza mestiza centroamericana” (470). Para realizar la conquista cultural, no bélica, los Estados Unidos van a “hiperbolizar la leyenda negra anti-hispana... protagonizar el American way of life... desde el gusto por el chicle hasta la imperiosidad del jean, el jet o la computadora” (471). El cine, la radio, la televisión, los deportes y las becas van a contribuir a desespañolizar la cultura. El Padre Miguel (Miqui) de San Miguel en El Salvador le explica a Jones cómo Ronald Reagan y Jeanne Kirkpatrick piensan “acabar con la fe católica e instaurar la religión protestante” (112). Hasta el Instituto Lingüístico de Verano, que desde 1934 traduce la Biblia a distintos idiomas indígenas, incluso al garífuna, participa en la conspiración.
Según los guerrilleros, el proyecto imperialista “de la CIA... llamando a las cosas por su correcto nombre, propone estrangular la economía hondureña” (335) para que los hondureños pidan la anexión para el año 2000. Con la anexión, los Estados Unidos podrían suministrarse de los materiales tácticos: molibdeno, cromo, asbesto, petróleo (463) y construir el futuro “canal norteamericano-japonés en los lagos de Nicaragua” (466).
Escrito este mi ensayo en el año 2000 sin que se haya realizado la anexión de Honduras, el proyecto imperialista puede parecer muy exagerado. No obstante, esa exageración podría justificarse si se piensa en los imperios malévolos de las películas de James Bond. También hay que tener en cuenta que Julio Escoto escribió la novela desde la perspectiva de l989: los presidentes Reagan y Bush lanzaron una guerra despiadada contra el gobierno sandinista de Nicaragua; los Estados Unidos se sentían amenazados comercialmente por el Japón y los otros países recién industrializados de Asia; y otra amenaza provenía de “la extinción del petróleo y el progresivo expansionismo islámico” (461).
A la vez, desde la perspectiva de Escoto en 1989, “la sociedad norteamericana está cansada o ablandada por el confort y por la expansión geométrica de consumo de algún tipo de droga” (460). Hoy día, febrero de 2000, la situación económica de los Estados Unidos, después de los dos periodos del presidente Clinton, parece haber mejorado mucho y parece haber crecido también su hegemonía internacional. Claro, para los hondureños y los latinoamericanos en general, esto no reduce la amenaza de la conquista cultural porque en la novela, Miqui insiste con Jones en “la maldad congénita de todos los imperios” (304) y la segunda generación de conquistadores españoles afirman en 1542 que “hay algo en los grandes imperios que los conmina a destruirse a ellos mismos... que el imperio no puede existir sin nuevas conquistas” (436).

La primera novela cibernética
y las películas de James Bond
Aunque sea imposible prever el futuro, el proyecto imperialista no es totalmente estrafalario. Además, sirve para crear en los capítulos ubicados en 1989 una buena novela de aventuras, una novela de espionaje, una película de James Bond moderada, en la cual la computadora desempeña un papel primordial.

La nueva historia patria que está escribiendo el Dr. Jones se redacta en su computadora con un documento titulado “Madrugada”, nombre del “último rey de la ciudad Maya [con mayúscula] de Copán, quien falleció hacia el año 992" (32). Aunque el presidente de la república es quien nombra el documento “Madrugada”, llega a simbolizar  más adelante el movimiento revolucionario. Por casualidad, tecleando en la computadora, Jones da con material clasificado dentro del documento “Madrugada”. Se trata de las frecuencias radiales de NASA y de las bases de la Fuerza Aérea. No tarda en aparecer en el departamento de Jones un yanqui llamado Frank Hollander, y apodado Spider, quien hace derrumbar todo el disco duro de la memoria metiendo un disquete en la ranura, disquete con un virus nuevo. Sin embargo, el técnico de la Embajada llega con una variedad de aparatos (“medidores, oscilógrafos, escanógrafos, voltímetros, sensores, paro de contar” [103-104]) y logra restituir los programas originales del documento “Madrugada”.
En el capítulo veinticuatro, Jones y Miqui descubren en la computadora, también por casualidad, un documento confidencial de la CIA que interpreta en acápites sangrados la historia de Centroamérica entre 1940 y 1988 y la recomendación de anexarla frente a la amenaza de la hegemonía comercial del Japón. Al final del documento, Miqui lee con terror que la CIA ha “logrado plantar un agente en las células de subversión” (474).
En ese momento comienza la carrera para prevenir al jefe de seguridad de los guerrilleros y se intensifica la presencia bondiana. Irónicamente, hacia el principio de la novela, Jones recuerda que su esposa Jennifer le había criticado su falta de espontaneidad y su excesiva fe en el pensamiento y la razón: “‘Tú no, Jones, tú nunca harías un buen James Bond; en cambio al conocerte se harían pis de envidia juntos Franklin, Webster y Einstein’” (56).
Aunque Jones dista mucho de ser “un buen James Bond”, se encuentra involucrado en varias situaciones bondianas. Recibe llamadas telefónicas misteriosas, tanto de los guerrilleros ofreciéndole la posibilidad de “adquirir unos documentos exclusivos sobre la historia del país” (53,87) como del comandante Franklin de la Contra amenazándolo de muerte con la frase en clave “dar café”, que habían usado los franquistas durante la Guerra Civil Española para asesinar a García Lorca (240). El proceso de reunirse con los comandantes guerrilleros se inicia con citas misteriosas en el aeropuerto, en dos restaurantes de Tegucigalpa, en una entrevista con el licenciado José Antonio Casco, ex-Ministro de Trabajo en el gobierno del presidente reformista Ramón Villeda Morales (1957-1963) y en un simulacro de amores con la negra Sheela, bella y casada. Vigilado por un automóvil de la Embajada, Jones se reúne varias veces con Sheela en su nido de amor, un apartamento del edificio La Alhambra. Ahí Miqui levanta la tina del baño para abrir la entrada al túnel tortuoso, un viejo tiro de mina,  por el cual guiará a Jones en su descenso al infierno arquetípico “para conocer la verdad” (307). Después de muchas vueltas en la semi-oscuridad, desembocan en una sala donde todos los comandantes reciben a Jones con entusiasmo. El capítulo termina con la broma pesada de uno de los comandantes: “‘¡Camarrrada Jones!’ saludó con un terriblemente grueso acento moscovita ‘¡Bienvenido, tovarich prrrofesor, Bienvenido!’”  (310).
La aventura bondiana culminante comienza con la emboscada realizada por la Contra fuera de los apartamentos La Alhambra. El “fuelle ultrasónico del balazo” (478) acaba con el comandante Gato y poco después muere Miqui en medio de una “ráfaga de ametralladora” (478). Un guerrillero desconocido --después se revela que se llama Pregunta-- salva a Jones pero sólo para entregarlo a Spider, probablemente agente de la CIA. Spider está a punto de matar a Jones y hasta logra dispararle pero en ese momento aparecen dos agentes israelíes que matan a Spider y a Pregunta y salvan a Jones. El capítulo termina con la despedida en hebreo: “Shalom” (484).
Los israelíes están involucrados en la novela gracias a Erika, asistente de Jones. La mamá de Erika era una lavandera pobre que sufría frecuentes atracos y violaciones en el río Choluteca  antes de conseguir trabajo de lavandera en la casa del matrimonio Goldstein. Los Goldstein protegían a Erika y la animaban a que se dedicara a los estudios. Después la mandan a la Universidad de la Florida y ella se convierte al judaísmo. Mientras trabaja con Jones, entrega una copia del documento “Madrugada” a su rabino, quien seguramente se lo entrega al Mossad, agencia secreta de Israel.
Teniendo en cuenta la complicidad de los grupos protestantes evangélicos en el proyecto imperialista y teniendo en cuenta la actitud anti-contras (y por lo tanto pro-sandinista[4]) que luce la novela, sorprende la imagen positiva de los judíos y de Israel en una novela que pregona una nueva época revolucionaria para la nueva raza cósmica.
Aunque el Dr. Jones no es tan mujeriego como James Bond ni mucho menos, acaba por dejarse seducir por Erika cuando ella le da un masaje para que se reponga de una pesadilla angustiosa. El masaje conduce a la copulación que el autor describe con la misma “maestría increíble” (490) que atribuye Erika a Jones. El la penetra “como se desplazaría armónicamente una nave espacial” (490).

El mural nacional[5]
Aunque aparecen los ingredientes geográficos, históricos y étnicos de Honduras (y de Centroamérica) en el presente novelístico de 1989, se complementan con una gran variedad de recursos artísticos en los capítulos históricos, sin que se note la presencia de elementos bondianos.
Antes de comentar los ingredientes específicos de la novela nacional, hay que teorizar/especular sobre su aparición tardía en Honduras. Aunque la búsqueda de la identidad nacional comenzó a manifestarse en la década de los veinte, sobre todo en el México posrevolucionario (La raza cósmica y los muralistas), llegó a su auge en las décadas de los treinta y los cuarenta. Sin embargo, en ciertos países como Cuba, El Salvador, Panamá y Honduras, la preocupación por la identidad nacional no se expresó de un modo muralístico hasta que un gran suceso histórico llegó a despertar el patriotismo del pueblo: la Revolución cubana de 1959; la guerra civil en El Salvador; la invasión de Panamá en 1989 por los Estados Unidos; y la entrega del Canal a fines de 1999; la instalación de los Contras en Honduras en el otoño de 1981 junto con 1260 soldados yanquis en la base de Palmerola (223).
Antes, Honduras se consideraba “la ideal república bananera” (84), “el llamado país más atrasado de Centroamérica” (83). El mismo licenciado Casco, partidario de los guerrilleros que denuncia la intervención de los Estados Unidos, reconoce la evolución más lenta de Honduras respecto a los otros países latinoamericanos: “avanzamos en una evolución más o menos lenta que la de otros pueblos pero caminamos... cuando se supone que vamos paso a paso formando nuestra nacionalidad, nuesta identidad moderna como nación, intervienen y nos la trastocan, nos la reorientan, nos la modifican” (99). Casco reconoce “lo que parece ser nuestra pasividad” (101).  Hasta Erika, cuyos apellidos, Chac Alvarado, simbolizan el mestizaje, encuentra a los hondureños “con muy limitados deseos de trabajar” (47)  al regresar a Honduras después de cinco años en la Florida. Para promover la conciencia nacional de los hondureños, Julio Escoto no sólo proyecta en Madrugada la totalidad geográfica, étnica e histórica de la nación, con sus lazos centroamericanos, sino que también la proyecta de modo muy positivo.
A pesar de que la unidad nacional de Honduras tiene que superar el obstáculo de la rivalidad geográfica entre Tegucigalpa, centro político, y San Pedro Sula, centro comercial,[6] en la novela se da la importancia primordial a Tegucigalpa. Todos los capítulos de 1989, protagonizados por Jones, transcurren en Tegucigalpa y abundan las descripciones, sobre todo matutinas pero también vespertinas, de las vistas de las colinas, las cuestas empinadas y los cerros.
La larga caminata con el misquito revolucionario Sambulá lo mismo que el viaje en taxi al aeropuerto le proporcionan a Jones la ocasión de conocer distintas partes de la ciudad. Sambulá le dice que “hasta hace veinte años [1969] Tegucigalpa era considerada una de las ciudades más bellas del continente” (136). Jones queda tan impresionado con el paisaje al amanecer que compara a Tegucigalpa con Río de Janeiro y con varias capitales europeas: “el esplendor de la naturaleza, la vigorosidad y la luminosidad de este cielo brillante y azul sólo lo tenían en Tegucigalpa y en Río de Janeiro...” (23). Después de repasar sus propias impresiones de los cielos de Florencia, Colonia, Londres, París y Bonn, los llama “simples bocetos de esta obra magistral. Aquí Dios estrenaba paisaje cada día, paletazos de colores cada día, recomenzaba alegre el gozo de la creación cada día” (23). En cambio, no trata de ocultar las “favelas de cartón, de adobe y de ladrillo... techos oxidados de lámina sostenida con piedras” (500) en contraste con “las extraordinarias mansiones que se afincaban al Picacho, al Hatillo... ornamentadas con los más caprichosos gustos de la arquitectura” (500). Tegucigalpa también se destaca en ciertos capítulos históricos: el golpe militar de 1963 contra el presidente Ramón Villeda Morales, el sitio de Tegucigalpa durante la revolución de 1924 y el trabajo de los esclavos negros en las minas de Tegucigalpa en 1621.
Aunque la costa norte no figura tanto en el presente de la novela, sí se comentan las fincas bananeras, y al final cuando Jones aterriza en San Pedro Sula, la llama “la urbe que más se desarrollaba entre México y Bogotá” (505).  En cuanto a los capítulos históricos, la costa norte predomina sobre Tegucigalpa por la llegada de los españoles en 1495[7] y su lucha contra los indios dirigidos por Lemquiaco; la llegada de los esclavos africanos en 1621, el desembarco de los corsarios ingleses en 1633,  y el secuestro de la criolla Aurelina por los misquitos en 1785-1786 y su traslado de Granagua [Granada, Nicaragua] a Gracias a Dios en la frontera actual con Nicaragua.

La visión geográfica de Honduras se ensancha en el Diario de la guerra de 1924 en que se pelea por todo el país: San Marcos de Colón cerca de la frontera sur con Nicaragua; Comayagua en el centro; San Pedro Sula, Puerto Cortés y La Ceiba en el norte; Juticalpa, Olancho hacia el noreste; Choluteca y Amapala en el extremo sur. Las fuerzas antagónicas llegan por fin a un acuerdo en Amapala gracias a la intervención de Estados Unidos en la persona de Sumner Welles. Copán, en el occidente cerca de la frontera con Guatemala, tiene una gran importancia como centro religioso donde reinaban Madrugada y los dioses mayas, consultados durante la lucha contra los primeros invasores españoles. Por el lado oriental del país se destaca el departamento de Olancho donde en el primer capítulo histórico el padre McKenzie es asesinado en la catedral de Juticalpa por orden del viejo hacendado porque había organizado sindicatos y cooperativas agrícolas.
En el ciclo novelístico de Rómulo Gallegos y en ciertas novelas nacionales como Cholos de Jorge Icaza, El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría y Entre la piedra y la cruz de Monteforte Toledo, la meta de captar la totalidad étnica de la nación consta del enfoque en los distintos grupos raciales. En cambio, en Madrugada, igual que en La raza cósmica de Vasconcelos, se hace más hincapié en el mestizaje y en su superioridad sobre el anglosajón. Tanto la negra Sheela en 1989 como el misquito David Robinson en 1785-1786 afirman que la razón no basta. En un lenguaje muy poético, Sheela le explica a Jones lo que llaman: “el camaleonismo del mestizo... la nuestra es una personalidad en rotación permanente como un espiral de fuego que se va agotando y se va consumiendo pero que a la vez alumbra y se transforma... El problema con los sajones es que lo intelectualizan todo, lo racionalizan todo... la diferencia entre gozar el universo y analizarlo” (228-229). En el capítulo histórico, Don Robinson sostiene un debate paralelo con Aurelina, la joven criolla secuestrada. Católico toda la vida hasta 1782, los ingleses lo convencieron de que se bautizara como cristiano moravo. Para desprestigiar la razón, le explica a Aurelina que “el padre Lutero afirma que la razón es como un borracho montado a caballo... que cuando se le recompone por un lado se derrumba por el otro” (289). Es mucho más importante sentir “la energía del universo” (291). Descendiente del mestizaje de indios y negros, Don Robinson afirma: “somos el fruto de la tierra, los hijos de la tierra americana” (287). Para resolver las diferencias entre los españoles y los misquitos, Robinson propone que Aurelina se case con él: “Serían los esponsales de dos grandes mundos... Seríamos los progenitores de la moderna estirpe americana” (294). Robinson hasta estaría dispuesto a volver a la fe católica. En los últimos renglones del capítulo, Aurelina parece inclinada a aceptar la propuesta: “Don Robinson... tomó despaciosa, delicadamente, la mano sin resistencia de ella por primera vez” (296).
La misma creación de la raza mestiza se discute en un palenque de negros e indios cimarrones en el capítulo histórico de 1621. El viejo sabio Juan Decidor le dice al protagonista negro Mateu Casanga: “Ya no somos lo que fuimos, Casanga, y aún no somos lo que seremos... vamos a parir una nueva raza... Tenemos que esperar que los que hoy nos dominan mezclen su sangre con la nuestra, haciéndonos más fuertes” (390). Por su espíritu rebelde en el Real de Minas de Tegucigalpa, a Mateu Casanga le sacan el ojo izquierdo con una daga ardida (364) y después le cortan una mano y un pie (365), lo que no impide que se escape para llegar hasta el palenque. Aunque los españoles acaban con el palenque y Juan Decidor es matado por “un guardia pardo... y un piquero sambo” (394), sobrevive Mateu convencido más que nunca que el hombre se define por la lucha sin fin[8]: “eché otra vez a rodar los caminos de la esperanza y la fe, que son los únicos que hace el hombre y no se borran” (395), últimas palabras del capítulo.
La lucha sin fin se funde con el concepto del mestizaje en la mescolanza de nombres y apellidos de líderes revolucionarios y personajes del capítulo: “¿O nos tocaba quedar entre los muertos todavía calientes de Agustín Sandinos, Pedro Chajal, Ernesto Guevara, Necum Necum Tecalan, Leví Cienfuegos, Abulaé Martí, Juana India, Espósito Laviana y Farabundo Lima” (395).
Al final de la trayectoria novelesca del Dr. Jones en el vuelo hacia San Pedro Sula, él se imagina copulando con la azafata blanca para contribuir al mestizaje universal: “América era el crisol de las generaciones, la fragua universal de la mezcla de los elementos más disímiles de la humanidad, el hervidero del tiempo, la confluencia geométrica de todos los espacios y las ideas y los sentimientos, el magma, la sima, el cono del volcán” (506). Antes, con la revelación en la computadora de que Estados Unidos “está siendo inevitablemente rebasado por el poderío asiático y a más tardar en 2016 será el mayor deudor del financiamiento nipón” (460), Jones pronostica el futuro racial de los Estados Unidos: “Ya no seremos latinos, nos volveremos americanos negriblancos amarillos” (460).
En cuanto al panorama histórico, Madrugada da más importancia a los temas del mestizaje y de la lucha por la libertad que al panteón de los héroes nacionales. Los nueve capítulos históricos, todos fechados, ofrecen una variedad fascinante de extensión, de temas y de técnicas. Los cuatro capítulos más largos (entre 39 y 51 páginas cada uno) son en realidad novelas cortas individuales que versan sobre distintos episodios de la conquista y la colonización de Honduras.
El título del último capítulo de la novela, “La memoria de nosotros (1495)” y su primera oración, que anuncia la narración en primera persona plural, subrayan la solidaridad de los indígenas en su lucha contra los invasores españoles. Además, el uso inicial de la palabra “hoy” elimina la distancia cronológica entre el lector actual y los sucesos históricos: “Hoy nos ha invadido la ferocidad de los hombres de fuego que vinieron del mar en sus casas flotantes de plata y de algodón hinchadas por un viento que las empujaba hacia las arenas y a las orillas de los templos, en donde nosotros ya habíamos descubierto el humo nuevo que los anunciaba” (508).
Esta descripción, que contiene ciertos elementos más específicos asociados normalmente con la conquista de México, da a este capítulo una trascendencia más allá de las fronteras de Honduras.
Después de reponerse del asombro ante las carabelas y los caballos, los indígenas pierden unas batallas porque las flechas no pueden competir con las balas. Lemquiaco, hijo del cacique, cuyo nombre se parece al del cacique hondureño Lempira, igual que Moctezuma, da la bienvenida a los españoles que cuentan con la ayuda de un intérprete tlaxcalteca. Otro factor “mexicano” que contribuye a la derrota de los indios son las profecías pesimistas desde Copán. Al no poder resistir la fuerza de los españoles, los indios creen que sus dioses los han abandonado.
Los dos españoles que mandan son Fuentes el viejo y Fuentes el joven cuyos familiares ya se dieron a conocer en el capítulo veintitrés, ubicado en el año 1542. Tanto Lemquiaco como Fuentes el joven se identifican con epítetos épicos: “Lemquiaco que era joven, Lemquiaco que era sabio” (519, 524, 527, 534, 536); “Fuentes el joven, que era encelado y marrullero” (522, 538) --lo que evoca las epopeyas medievales. En una alusión aún más específica al Poema de Mío Cid, aparece otro jefe indio Tecum Nicacatl “de los sus ojos llorando” (533) por la derrota de los indios. Con su nombre, que recuerda tanto a Tecún Umán de Guatemala como a Nicarao de Nicaragua, Tecum Nicacatl enseña a los indios a pelear con táctica guerrillera. Sin embargo, gracias a los mastines feroces, triunfan los españoles. Reconociendo la sed de oro que obsesiona a los españoles, Lemquiaco les muestra el camino a Taguzgalpa donde encontrarán el oro. No obstante, con reminiscencias de Cuauhtémoc lo mismo que de Tupac Amaru en el siglo dieciocho, Lemquiaco es cruelmente torturado antes de ser descuartizado, y los pedazos de su cadáver son quemados en una olla. Los españoles pueden haber triunfado pero en la última página de la novela, el narrador (“nosotros”) del capítulo está seguro de que las cenizas de Lemquiaco moran “con los dioses que algún día volverán” (545), rematando el espíritu optimista, revolucionario de toda la novela.
Avanzando cronológicamente a la vez que retrocediendo en la novela, el título del capítulo
veintitrés, “Como en los tiempos de guerra (1542)”, refleja la violencia de la época. Narrado en tercera persona omnisciente, el capítulo presenta en forma dramática no sólo el conflicto entre el hacendado, “la figura ciclópea de [Antonio] Guzmán” (428), y sus peones indígenas sino también sus conflictos con los otros dos hacendados en la zona importante de San Jorge de Olancho[9] y los conflictos de los tres con el rey Carlos Quinto por la promulgación de la nueva Cédula Real.
Igual que tantos otros capítulos y pasajes importantes, el amanecer se identifica con la revolución: “Ese día amaneció un sol de domingo”(408) y los indios de Guzmán “estaban revueltos” (408) porque no querían seguir trabajando los domingos y no estaban conformes “con las leyes que les proveía su Majestad” (408). Todo el capítulo está lleno de suspenso por los presentimientos de los mismos amos. Dice el Juez Repartidor: “‘Los siervos están inquietos y huraños, algo inminente que sólo ellos saben va a ocurrir’” (426). Dominados y maltratados por el mayordomo Fernando, los indios también anuncian “el advenimiento de una pronta liberación” (426) que tiene que ver con su calendario: “el 12 Ahau 18 Zip estaba a punto de concluir y que habrían de suceder cosas maravillosas, según lo anunciaban sus propias y ocultas escrituras” (426). El indio Rodrigo Sochit mata al mayordomo Fernando de una pedrada y logra escaparse a caballo. Por mucho que lo persiga el ciclópeo Guzmán, no lo encuentra y se insinúa que puede haberse transformado en lechuza, su náhuatl. A la vez, cuando el otro mayordomo dispara a un jaguar, resulta muerto “el cacique noble Olaita, el alcalde indio” (453).
Guzmán se había preguntado antes: “por qué en esta tierra se había sembrado tan fértil la semilla de la violencia” (449). En una ampliación geográfica, evoca la muerte violenta de Pedro de Alvarado en México, de Vasco Núñez de Balboa en Panamá, de Fernández de Córdoba en Nicaragua y otras más. Guzmán también reconoce que está viviendo en una “tierra de presagios y vaticinios, población de adivinos magos y brujerías de indios” (451).


Además del conflicto entre Guzmán y sus peones indígenas, otro conflicto igualmente importante se entabla entre Guzmán, el hacendado advenedizo adinerado, y el viejo Fuentes de “rancio abolengo” (432). Hacia el principio del capítulo llega huyendo desesperadamente el hijo mayor de Guzmán perseguido por los Fuentes y los Alguaciles quien lo han herido. Éstos lo acusan de asalto y seducción de la hija menor de Fuentes, “la fogosita” (433). En su deseo de blanquear la leyenda negra, el autor permite que los dos hacendados resuelvan el problema con el matrimonio de los dos jóvenes. Como dice el viejo Fuentes, “‘Hay dos clases de gente en este país... los que arreglan sus problemas en el monte y los que los resolvemos civilizadamente como a ...hidalgos nos corresponde’” (432). En un acto algo paralelo, el hacendado Guzmán viola a la joven sirvienta indígena pero ella no parece sufrir tanto de la pérdida de la virginidad; más bien es “el día más temido y más deseado” (424). Hasta parece gozar y está dispuesta a entregarse voluntariamente: “Pero cuando quiso continuar los juegos, decidida a prodigar voluntariamente lo que a fuerza se le había quitado, Guzmán la apartó con un brusco movimiento” (424). Guzmán condena su propia conducta animalística, e implícitamente la de su hijo: “‘¡Maldición!’, maldijo ‘tenemos el cerebro puesto en la punta de la verga los amos’” (424). Al final del capítulo, tanto la fogosa hija menor de Fuentes como la moza india ya “llevaban prendido el germen de otra existencia” (453) sin darse cuenta. El episodio del hijo herido se enriquece con la descripción detallada de cómo el cirujano tardamudo le saca los perdigones de la pierna.
El tercer conflicto del capítulo tiene que ver con la fecha del título: 1542, fecha de la aprobación de las Leyes Nuevas que reconocen la legalidad de las tierras comunales de los indígenas prohibiendo que los hacendados se las quiten y que definen los términos de los repartimientos y la evangelización de los indígenas. El viejo Fuentes lamenta las nuevas leyes y denuncia al Fraile Bartolomé de las Casas: “‘Hemos llegado tarde... Hace medio siglo podíamos tomar lo que deseáramos y reducir a vasallaje total a los naturales que quisiéramos, pero ya todo ha cambiado, todo varió... en gran parte por la imaginación desbocada de ese frayle no letrado, no santo, envidioso, vanglorioso y apasionado, inquieto y no falto de codicia que nos combate...’” (436). Sin embargo, Fuentes no se atreve a proponerle a Guzmán un acto de rebeldía: “guardó un largo silencio seguro de haberse detenido en el instante exacto para conocer la fidelidad de Guzmán al rey y no poner en duda la suya” (437).
En cambio, en el capítulo clave (el veinte) del encuentro secreto de Jones con los comandantes, el Dr. Núñez Perdomo[10], Secretario del Comité por la Paz, da una interpretación muy positiva de las Leyes Nuevas de 1542, de acuerdo con uno de los propósitos de la novela, el de combatir la Leyenda Negra: “España... promulgó en 1542 un nuevo estatuto, que liberaba al indio de la explotación inhumana y le regulaba, todavía insuficientemente, sus derechos... Y esas Leyes Nuevas, aún con su imperfección... significaron el primer brote realmente humanista en la historia de América... Acabó la guerra y se trabajó en codificar y sistematizar la paz” (341).
Volviendo al año en que se promulgaron las Leyes Nuevas, Fuentes lo mismo que Guzmán prefieren no seguir comentándolas. La llamada codicia de Fray Bartolomé de las Casas les sirve de transición a la historia de Fray Blas del Castillo con quien Fuentes había tratado de “hacer un negocio de minerales en el volcán de Masaya” (438). Fuentes lee en voz alta para Guzmán “un fajo de papeles... folios de papel ácido y rectangular” (438) que narran la historia increíble de cómo Fray Blas bajó al volcán en busca del oro, sin encontrarlo. Esta historia intercalada (438-455) contribuye al suspenso y a la fascinación de todo el capítulo sin distraer la atención del lector de la situación en la hacienda. El relato se interrumpe por la acusación de Guzmán a su mensajero José Mestizo de haber embrujado a su hijo menor. Guzmán lo golpea y le manda castigar con “veinte azotes secos” (442) pese a “las leyes reales que prohibían hacerlo” (442), reclamo hecho por la mujer de Guzmán.
Tal vez la prueba más contundente de que los tiempos estaban cambiando fue “la promulgación de una Cédula Real que permitiría llevar africanos a la América para el trabajo de las posesiones” (443) sin ninguna obligación de parte de los dueños de las haciendas y de las minas. Ochenta años después, la presencia de los esclavos negros es tan fuerte que el capítulo veintiuno, titulado “Mateu Casanga (1621)”, es el más largo (51 páginas) de toda la novela. Mientras los capítulos históricos que lo siguen en la novela se narran respectivamente en tercera persona omnisciente y en primera persona plural, “Mateu Casanga” proyecta una visión de Honduras desde la perspectiva del protagonista negro con la particularidad de un mestizaje lingüístico español-portugués. En realidad, el lenguaje de Mateu es español salpicado de ciertos vocablos en portugués: “bailan alborotados los mulatos y los indianos de servicio... soliviantados en una fiesta en que todo mundo bebeu, todo mundo comeu, sólo yo fiquei sem nada” (345).
Además de lo que ya se ha comentado sobre la importancia de este capítulo para el mestizaje hondureño y latinoamericano, es verdaderamente impresionante la manera dramática en que se capta la totalidad de la experiencia negra. En pocos renglones inolvidables Mateu describe “las factorías africanas de los portugueiros” (349). Después Juan Decidor, el viejo y ciego sabio arquetípico cuenta sus propias experiencias en África señalando las peleas entre las distintas tribus y hasta entre “dos sociedades secretas para alcanzar la libertad y fundar palenques de libertos en la sierra” (388). Sus diferencias parecen aludir a las diferencias internas entre los distintos grupos de sandinistas y de guerrilleros guatemaltecos y salvadoreños en la segunda mitad del siglo veinte: “Pero unos querían de momento la rebelión y otros pedíamos más tiempo, más gobierno de las gentes, más unión entre las naciones antes de empezar a degollar castellanos, porque no hay libertad sin organización, Casanga” (388).
Después de la presentación de la experiencia africana, se dedican más de dos páginas al viaje con todos sus horrores en los barcos negreros, viaje dividido cronológicamente: “de día en día” (350) y de diez noches en diez noches (351).  Una vez en Honduras, los “escravos”, sean “de pueblos mondongos o jolofos o mandingas” (347), sufren el trabajo agotador acompañado de los latigazos, pero tratan de mantener su cultura, sobre todo su religión y su música. Juan Decidor le explica a Casanga “que la esclavitud no es sólo del cuerpo y la materia. Nos amansan primero quitándonos la lengua africana, después nos borran los dioses y nos lavan la memoria de nuestras historias y costumbres para que tomemos las suyas como buenas” (389). En el contexto de toda la novela, esta manera de proceder del imperio español anticipa el proyecto imperialista actual de los Estados Unidos.  No obstante, nada puede apagar los deseos tanto de los negros como de los indios de vivir libres. Tuerto, manco y cojo, Mateu Casanga no abandona su afán de fuga: “Y aunque era otra la color, y suspirábamos por dioses distintos, indios y escravos teníamos mucho en común... Y por confidencias y secreteos nacidos en el trato común... viose en los indianos tan grande afán de fuga y deseos de ser libertos que andábase corriendo la contraseña de cimarronería” (366). Esta historia de Mateu Casanga parece haberse transmitido de generación en generación porque en 1989, Sheela se la cuenta al Dr. Jones:
mis antepasados esclavos añoraban la libertad y según las crónicas coloniales uno de ellos escapó trece veces, ¡trece veces, Quentin!, de la sujeción española... Cada vez le cortaban algo para imposibilitarle huir: los ojos, los brazos, los pies, lo amarraban al cepo y él sólo esperaba, aguardaba pacientemente a que lo soltaran, se arrastraba con los muñones hasta las afueras de la ciudad. Tegucigalpa era entonces sólo un real de minas, y lo volvía a intentar (227).
Al acercarse al palenque, Mateu Casanga, ayudado por su amante Juana de Angola y acompañado de Juana India y otros prófugos, oyen el saludo de “¡Salam!” que se convierte en una especie de coro acompañado de “un teponaztle indio de cuero de venado puesto sobre un tronco de bambuco” (375). El “¡Salam!” anticipa el “Shalom”del capítulo veinticuatro con los dos agentes israelíes y los dos saludos pacíficos recalcan el mensaje de paz lanzado en el primer capítulo por el Dr. Rodolfo Núñez Perdomo.
La convivencia de negros e indios en el palenque contribuye a la formación de La Mosquitia, tierra de los misquitos que se extendía desde Belice hasta Panamá, tema del cuarto de los capítulos históricos más extensos, el capítulo diecisiete, titulado “Aurelina (1785-1786)”. Tanto como el capítulo “Mateu Casanga (1621)” presenta el origen del mestizaje entre negros e indios, “Aurelina (1785-1786)” le agrega la fusión de ingleses y españoles representada por Don Robinson, bilingüe y bicultural. Nacido y criado católico con el nombre de Carlos Yarrinche Tercero, los ingleses le cambiaron el nombre. Sin embargo, Don Robinson le explica a Aurelina que los ingleses trataron mucho mejor a los misquitos que los conquistadores españoles con sus misioneros: “Viéndonos tal cómo éramos [los ingleses] nos propusieron negocio y amistad, comercio y armas conque nos defender y salvar de los otros blancos que nos amarraban y llevaban y vendían como cosas en sus plazas y mercados” (267). La fuerza de los misquitos se demuestra en la toma de Granagua con el saqueo de la catedral y el sitio de Managua y León con la ayuda de los ingleses: “¡naves inglesas, urcas inglesas, tropas inglesas, bucaneros ingleses, un Gobernador inglés!” (257). La fuerza de los misquitos también se deriva de su identificación con sus antepasados lo mismo que con la tierra: “‘No somos españoles ni somos ingleses... somos... los pueblos originales, la sangre que fecundó este continente y lo pobló durante milenios, la savia de esta enorme naturaleza. Sólo somos el fruto de la tierra, los hijos de la tierra americana’” (287).
El tema del mestizaje también se refuerza por la insinuación del mestizaje entre cristianos y moros, o sea que la caída de Granagua a los misquitos recuerda la de Granada a los españoles en 1492: “Arriba de Granagua sobrevolaba un sordo y quebrantado rumor de gritos de batalla, relinchos, ronquidos y órdenes de mando en extrañas lenguas cortas que se encajonaban en los callejones y rebotaban encima de los patios, en las alcobas, las palmeras y los blancos arcos del cementerio... ‘¡Granagua estaba vencida!’... ‘Granagua se había perdido’” (255). El acercamiento entre Don Robinson y Aurelina y su futuro matrimonio se capta estructuralmente por la narración en tercera persona omnisciente que primero se focaliza por Aurelina (“Cuando Aurelina abrió los ojos...” [252]) y luego por Don Robinson (“Don Robinson estaba instalado en el portal de una cabaña de madera”[274]), quien termina por imponerse.
Para 1785-1786 los misquitos ya han incorporado algo de la cultura inglesa en su mestizaje indio-negro-español. En el próximo capítulo histórico, el diecinueve, titulado “Reunión en Omoa (1633)”, se dan los antecedentes de la presencia inglesa en la costa norte de Honduras. Por no querer tolerar el monopolio comercial de España en América, los ingleses encargan a los corsarios penetrar en las colonias como puedan. Igual que los otros capítulos, el diecinueve, pese a su relativa brevedad de diecisiete páginas, está lleno de suspenso con varios refuerzos estructurales. Para subvertir la imagen positiva de los anglosajones pregonada por algunos hondureños de 1989, el co-protagonista de este capítulo es Eugene, viejo inglés, contrabandista, homosexual y borracho. Resulta degollado al final del capítulo por el otro co-protagonista, el Capitán corsario holandés Blauvelt porque sospecha que Eugene vaya a delatarlo a los españoles. Blauvelt desembarca acompañado de un muchacho llamado Morgan, cuyo apellido es el mismo del famoso pirata inglés aunque la posible identificación del muchacho con el pirata queda desmentida por la fecha de nacimiento de éste: 1635.  El muchacho Morgan salpica su habla de refranes que llegan a molestar a Blauvelt, evocando la reacción de don Quijote a los refranes de Sancho Panza. También evocan los refranes de otro personaje de Madrugada, la mamá de Erika.
Pese a las sospechas de Blauvelt, antes de morir Eugene le da buenos consejos para los ingleses:
1. Que no deberían tratar de conquistar a Honduras y a Centroamérica, a causa de la fuerza no sólo de los españoles sino también de los guerreros indígenas: los Xicaques y los Lencas de Honduras y los Quiché de Guatemala.
2. Que deberían tratar mejor a los indígenas aprovechándose del odio que éstos sienten por los españoles: “‘Recojan todo el odio que hay aquí... amásenlo, santifíquenlo, moldéenlo, panifíquenlo’” (322).
3. Que deberían concentrarse en la costa del Caribe: “‘Los dados no hay que tirarlos en el interior sino en la costa, de aquí para abajo hasta Portobello, que es donde hay menos riesgo. ¡Quien conquista la costa Caribe será el dueño del mundo’” (319).
4. Que deberían fijarse en los grandes lagos de Nicaragua que serán “‘el puente de aguas, la unión de los dos mares... la fuente del comercio mundial’” (322).
Aunque Blauvelt degüella al viejo Eugene, el hecho de que el capítulo termine con el amanecer --“Afuera los primeros tintes rosados empezaban a triturar sobre el océano las sombras finales del amanecer” (327)-- indica que los ingleses seguirán esos consejos garantizando su hegemonía en el Caribe... hasta por lo menos mediados del siglo diecinueve.
Ya formado el mestizaje hondureño y centroamericano en la época colonial, los otros cuatro capítulos históricos tienen otra orientación. Tres de ellos están dedicados a acontecimientos importantes del siglo veinte y sólo uno, el más breve de todos --¡tres páginas!-- ocurre en el siglo diecinueve, la declaración de independencia. Aunque ese capítulo aparenta ser dialógico, el título “Los mismos (Septiembre 21, 1821)” refuerza la visión negativa de la independencia. Por el lado positivo, el narrador exalta el nacimiento de la nueva nación centroamericana: “La América estaba comenzando a transformarse en el continente de la justicia, los albores maravillosos de una nueva nación libre y ordenada se encendían sobre el nuevo día de la libertad” (235). Sin embargo, esta gloriosa oración se vuelve irónica si se tienen en cuenta las oraciones anteriores y posteriores. El capítulo está enfocado por don Manuel de Casconia, rico propietario y su esposa doña Rosa: “Don Manuel se reclinó al pie del doble lecho de lino relleno con crines de caballo y dispuesto con almohadones de pluma de gallina...” (235). El título del capítulo se explica en las dos oraciones posteriores: “Todo había cambiado y por el prodigio de la bienaventuranza también todo permanecía igual. Gobernaban los mismos, sus mismos” (235).
O sea que la independencia fue declarada en Guatemala por criollos y peninsulares “pa prevenir las consecuencias q. serían terribles en el caso de q. la proclamase de hecho el mismo pueblo” (234). Casi exactamente las mismas palabras aparecen en Historias prohibidas del pulgarcito (1974) del poeta guerrillero salvadoreño Roque Dalton[11]. Aunque se mencionan en el capítulo algunos de los próceres guatemaltecos como Pedro Molina, Gabino de Gaínza y otros de “los descendientes de las más ilustres y poderosas familias de Guatemala” (234), brillan por su ausencia los próceres hondureños José Cecilio Del Valle (1776-1834), quien escribió la Declaración de Independencia, y Francisco Morazán (1799-1842) de la siguiente generación, quien hizo todo lo posible por mantener unidas las provincias centroamericanas. No aparecen en este capítulo porque habrían complicado la denuncia de las familias hegemónicas. En cambio, en el presente de 1989, el ex-maestro misquito Sambulá, en su conversación con el Dr. Jones, llama a Morazán “nuestro más grande caudillo, un maravilloso hombre de honor” (130).
En la serie de capítulos históricos se da un gran salto de 1821 a 1924, tal vez por el gran número de revoluciones injustificadas, “sangrientas y malévolas” (130) según Sambulá --“entre 1824 y 1950 llegamos a tener unas ciento cincuenta revoluciones, casi como Bolivia” (130). Otra posible explicación sería evitar el relato de los conflictos del siglo diecinueve entre las cinco repúblicas centroamericanas para no perjudicar la imagen novelística de la unidad centroamericana.
Los tres capítulos históricos ubicados en el siglo veinte varían entre sí. El trece, titulado “Diario de la guerra (1924)”, presenta en forma de diario las maniobras militares y diplomáticas desde el 30 de enero hasta el 30 de abril de 1924. Las tropas revolucionarias luchan para que se respeten las elecciones democráticas de 1923, elecciones ganadas por el futuro dictador tiránico, el Doctor y general Tiburcio Carías Andino. Éste, según Sambulá en su conversación peripatética con el Dr. Jones, era “un gigantón indiano de doscientas libras con un gran mostacho... una versión aumentada de Pancho Villa que poseía una sagacidad política increíble para gobernar. Carías era la esperanza”(131). Sin embargo, una vez en el poder, que mantuvo de 1932 a 1948, “coqueteó con las compañías bananeras... hasta convertírseles en algo menos que su sirviente... Carías puso orden, puso paz, es cierto pero a cambio de una represión desconocida en el país” (131). La guerra civil de 1924 era muy sangrienta, duró tres meses y costó unos veinte millones de dólasres. Aunque el énfasis está en las operaciones militares por todo el país, incluso el sitio de Tegucigalpa, se insinúa la culpa de los Estados Unidos y se denuncia el desembarque de los marinos.
Si Carías defraudó las esperanzas del pueblo hondureño, el Dr. Ramón Villeda Morales, presidente entre 1957 y 1963 y protagonista del capítulo once, “Un silencio blanco (1963)”, se presenta como un verdadero reformador honrado. La primera mitad del capítulo se focaliza en setiembre de 1963 entre el teniente Pejuán, que está enterado del próximo golpe militar, y el presidente Villeda Morales, llamado Diego Manuel Velasco, aunque la verja de la casa familiar lleva las iniciales V.M. (142).[12] El presidente recuerda sus días estudiantiles y su servicio social en los pueblos de la frontera con El Salvador acompañado de su esposa Jimena y luego su actuación política contra la dictadura de Carías en 1948, su encarcelación y su exilio en Costa Rica. La segunda mitad del capítulo de 1963, páginas 156-174, se concentra en la discusión animada sobre la reforma agraria en el consejo de ministros. Mientras el presidente y varios de sus ministros abogan por la reforma agraria, el joven Coronel anónimo sentencia que “‘Las bananeras son intocables’” (165). Como el mismo Coronel, “joven y codicioso” (146) había dicho al Comandante de la Fuerza Aérea: “‘¿qué decís si le damos vuelta al Hombre’” (146), se da a entender que el golpe de 1963 contaba con el apoyo de la bananera y por lo tanto de los Estados Unidos.
En contraste con los otros capítulos históricos de la novela, el nueve, titulado “Amanecer en Olancho (1974)”, que versa sobre el asesinato del Padre McKenzie,  es el único que luce suspenso propio de un cuento.
En cuanto a un juicio estético sobre toda la novela, coincido completamente con los aciertos señalados por el centroamericanista Ramón Luis Acevedo: las escenas impactantes, como la inicial; la creación de personajes muy convincentes en su humanidad, el desarrollo efectivo de una complicada intriga; la armónica fusión de realidad y ficción; el impecable manejo de un riquísimo registro lingüístico; la cuidadosa o original estructuración, la vasta y bien empleada erudición histórica y la interpretación profunda y reveladora del pasado y del presente de uno de nuestros países más marginados y menos conocidos. (15)
En cuanto a la interpretación del presente (de 1989), creo importante subrayar el reflejo de la situación ideológica de ese momento. Pese al tono antimperialista de la novela, los comandantes guerrilleros están dispuestos a abandonar la guerra y buscar vías democráticas (344), igual que los guerrilleros salvadoreños de ese año. Sheela le explica al Dr. Jones que “la izquierda hondureña está escindida, fragmentada” (220), como lo eran la izquierda salvadoreña y la guatemalteca de ese año. La misma Sheela comenta las consecuencias de la desintegración de la Unión Soviética para los revolucionarios hondureños, igual que para el gobierno sandinista de Nicaragua:
“no creemos ya más ser comunistas, no sé si me entiende, los cambios que están pasando en el Este, las transformaciones de la perestroika de Gorbachev nos están moliendio la doctrina a todos y a decir verdad ya ni sabemos qué más esperar. Hemos comenzado por abandonar el lema de la dictadura del proletariado, uno de nuestros principios más queridos y ahora ninguno de nosotros se atreve siquiera a pronunciarlo en público”. (221)
No obstante, los comandantes insisten en que el país necesita una revolución aunque “‘ni siquiera es necesario volverlo socialista’” (340). La nueva revolución se define como “una batalla por la honestidad” (340). Hay que “recuperar nuestro ser nacional y sentirnos orgullosos de considerarnos centroamericanos y hondureños... y gozar el orgullo de ser mestizos” (340). Enfrentándose al siglo veintiuno, los comandantes buscan inspiración en el emperador maya Madrugada: “‘Quisiéramos resucitar la voluntad del soberano Madrugada de Copán... que fue capaz de imaginar un nuevo imperio de paz mientras su sociedad se le estaba cayendo a pedazos y se le venía desmembrando... Pretendía un nuevo amanecer, un nuevo hombre llamémosle para ese entonces hondureño aunque no sea así, quizás en el año 992” (341).
Aunque el huracán Mitch de 1998 haya postergado, tal vez por décadas, el nuevo amanecer[13] hondureño, la novela Rey del albor, Madrugada quedará como motivo de orgullo no sólo como base para la creación de una conciencia nacional e istmeña, sino también como una de las mejores muestras de la novela centroamericana de las últimas décadas. 


* Dr Seymour Menton es el más destacado crítico de literatura de Hispanoamérica y autor de diversas obras analíticas que son texto obligado de universidades. Es Profesor Emérito de la Universidad de California (Berkeley). El presente estudio apareció en su nuevo libro “Caminata por la Narrativa Hispanoamericana”, publicado por Fondo de Cultura Económica –FCE- en México (Octubre 2002).




[1]La crítica hondureña Helen Umaña me dijo a principios de marzo de 2000, en el Octavo Congreso de Literatura Centroamericana celebrado en Antigua, Guatemala, que ella misma había publicado algo sobre Madrugada y que conocía algunos que otros comentarios más que se habían publicado en Honduras. Pude leer el análisis breve pero acertado de Ramón Luis Acevedo, “La nueva novela histórica en Guatemala y Honduras” (Letras de Guatemala, 18-19, 1998, 3-17) que comenta tanto Madrugada como Jaguar en llamas (1989) de Arturo Arias.
[2]Mientras Madrugada tiene 47 renglones por página y cada renglón tiene 78 letras y espacios, la primera edición de Cien años de soledad en la editorial Sudamericana de Buenos Aires tiene 351 páginas, con 42 renglones por página y cada renglón tiene 63 letras y espacios.
[3]La novela más bondiana de la América Latina, que es en realidad una parodia de esas películas, es La cabeza de la hidra (1978) de Carlos Fuentes.
[4]En Adiós muchachos de Sergio Ramírez, en Carlos, el amanecer ya no es una tentación de Tomás Borge y en La lotería de San Jorge,  novela mexicana de Álvaro Uribe, se indican las relaciones estrechas entre los sandinistas y los países árabes.
[5]En la nota histórica al final de la novela, Escoto la llama “casi el mural de un país centroamericano” (547) y agradece la colaboración de su esposa Gypsy Silverthorne Turcios, fallecida en 1990.
[6]Se plantea el mismo problema en el Ecuador entre Quito y Guayaquil.
[7]Según la historia ocificial, Honduras fue descubierto en 1502 por Cristóbal Colón.
[8]Así se llama la finca de José Figueres, escogido últimamente como el costarricense más importante del siglo veinte. El Dr. Jones elogia mucho a Figueres por haber “puesto en funcionamiento las medidas sociales más radicales de su época” (84), por haberse opuesto activamente a los dictadores Somoza, Trujillo y Batista y por haber apoyado el movimiento  sandinista y el del grupo Farabundo Martí en El Salvador. La definición del hombre por su deseo eterno de luchar por un mundo mejor también es el mensaje de El reino de este mundo de Alejo Carpentier.
[9]Tegucigalpa no llegó a ser el centro económico y político de Honduras hasta 1580.
[10]La novela comienza con un discurso antimperialista en defensa de la paz pronunciado en el Teatro Nacional por el ex-rector de la Universidad, el Dr. Rodolfo Perdomo. ¿Será el mismo Núñez Perdomo?
[11]Roque Dalton, Historias prohibidas del pulgarcito, México: Siglo XXI, 1974, 27.
[12]Sambulá también lo llama el Dr. Diego Manuel Velasco (131) pero su esposa lo llama Ramón (149).
[13]Por la presencia de “albor” y “madrugada” en el título de la novela, no sorprende en absoluto la conversión de esas palabras y sus variantes “amanecer”, “alba”, “aura” en un verdadero motivo recurrente. Cito a continuación sólo tres de los muchísimos ejemplos: “el aura resplandeciente del sol de la mañana de Tegucigalpa” (236), “destellaba el día resplandeciente de Tegucigalpa” (36), “los albores maravillosos de una nueva nación libre y ordenada” (235).

(Fotografía de coronela guerrillera: Colección José González)

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