La reconstrucción
del pasado y/o de la memoria
en dos novelas de Julio Escoto
Vilmar Rojas Carranza[1]
RESUMEN
El presente artículo
analiza dos novelas del escritor
hondureño Julio Escoto: El árbol de los pañuelos (1983) y El General Morazán marcha a
batallar desde la muerte (1992). Los lineamientos teóricos parten del texto
Memoria colectiva e identidad nacional (2000) de Alberto Rosa y otros,
quienes priorizan el valor del recuerdo a la hora de construir la memoria. Pero
esa acción rememorativa se sustenta en el presente que determina el interés por
el pasado. Ello conduce a un refuerzo de la identidad individual y/o nacional.
La investigación sobre esas novelas busca analizar el rol de los actores a la
hora de recordar un pasado que facilita la reconstrucción de la memoria
individual y colectiva en El árbol de los pañuelos; y la fusión de la
memoria individual e histórica en El General Morazán marcha a batallar desde
la muerte.
Palabras Clave: Identidad cultural, literatura centroamericana,
novela, memoria histórica, Julio Escoto.
ABSTRACT
The following article
analyzes two novels written by the Hondurain writer Julio Escoto: El árbol
de los pañuelos (1983) and El General Morazán marcha a batallar desde la
muerte (1992). The theorical lineaments star from the book Memoria
colectiva e identidad nacional (2000) of Alberto Rosa and others, who
emphasize the remembrance importance when it is time to construct the memory.
But this recalling actions is supported in a present that determines the
interest for a past. The carries to increase the individual identity too. This
research about those novels tries to analyze the actor´s roll when they must
remember a past that leads to find again
the individual and collective memory in El árbol de los pañuelos and the
fusion of the individual and historical memory in El General Morazán marcha
a batallar desde la muerte.
Key Words:
cultural identity, Central American Literature, novel, historical memory, Julio
Escoto.
“Las
memorias colectivas son
poderosas herramientas de cons-
trucción
de significado tanto para
la
comunidad como para los indivi-
duos
que la componen. Los indivi-
duos se definen así mismo en par-
te
por sus propios rasgos, pero
también
por los grupos a los que
pertenecen,
así como las cirscuns-
tancias
históricas.
Las memorias
colectivas propor-
cionan
un telón de fondo o un con-
texto
para la identidad de mucha
gente. “
Pennebaker y Crow (2000: 254)
1) Palabras
Preliminares
La magia de toda práctica
significante nunca dejará de fascinar al receptor de ella, pues cada asomo al
microcosmos compensará al lector con una nueva perspectiva, diferente y
retadora. Probablemente cada vestuario
metalingüístico que porte el receptor a la hora de abordar un texto lo induzca
a explorar diversas lecturas. De
ahí que el interés por la “memoria colectiva” construida o re-construida por los grupos sociales al calor de distintos
filtros selectivos, propuestos por la mirada del presente, haya matizado la
lectura de las novelas de Julio Escoto.
Ahora bien, la novela como texto
narrativo y como re-construcción de un pasado, posibilita su inserción en la
memoria de los pueblos, sobre todo cuando su lectura es asumida por una
colectividad en años posteriores a su escritura o producción. Asimismo el autor o el sujeto histórico
adquiere el reto de mostrar su propia lectura sobre el pasado bajo los
múltiples prismas que interfieren a la hora de concretar la cosmovisión.
De esta forma, las novelas del
hondureño Julio Escoto rastrean las
huellas de un pasado centroamericano en donde valores, tradiciones, creencias,
sucesos históricos, etc. quedan retratados como parte de diversas
colectividades. Cuatro novelas son las
receptoras de un pasado que distintos actores re-construyen según los intereses
de la mirada presentista.
En El árbol de los pañuelos
(1983), las memorias colectivas se re-elaboran por la confrontación de valores o creencias. En El General Morazán marcha a batallar desde la muerte (1992), el
sujeto protagónico re-escribe los hechos memorables de su vida pública y
privada en una combinación de la memoria individual con la histórica y la
memoria colectiva. Días de ventisca,
noches de huracán (1980) muestra como los recuerdos ayudan a
clarificar la medición de las estructuras de poder a la hora de
re-leer el pasado. Bajo el
almendro...junto al volcán (1988) exhibe el manejo de los “Nexus” como la Patria o la Guerra para interpretar el
pasado de un pueblo, controlado por la psicosis de la guerra o por la milicia.
En
Días de ventisca, noches de huracán, la re-elaboración del ayer, a
través del recuerdo del Pelón, permite leer su labor como guardaespaldas o
chofer de Martín Ilí cuyos negocios corruptos son exhibidos al calor de una
borrachera de ese actor. El relato de
los hechos va a involucrar al periodista Horacio, enemigo y quizás rival de
Ilí.
Martín Ilí es un
Ministro y como tal forma parte del gobierno, sin embargo, según narra su
guardaespaldas ha aprovechado sus contactos políticos para realizar negocios
muy lucrativos, que van desde el tráfico de influencias con licitaciones,
aduanas, contrabandos...hasta comisiones por tratos del mismo gobierno.
La
reconstrucción de los sucesos pasados facilita una lectura o interpretación de
la guerra entre Nicaragua y Honduras, que asimismo involucró a los referidos
actores. Obviamente distintas voces se
cruzan a la hora de leer el rol asumido por unos u otros en ese conflicto
bélico.
El
Nexus de la guerra se hermana con el patriotismo y el mismo concepto de
“nación” en peligro. La acción bélica de
Nicaragua, recordada como superior a Honduras, pone en juego todos esos
constructos identitarios, que la misma voz mediática se encargaría de
reactivar. La lectura, hecha por el
Pelón, convierte a los hondureños en víctimas de Somoza.
Paralelamente,
la voz mediática realiza su propio bombardeo para colaborar con los Nexus,
sobre todo al manejar el tono emotivo de las informaciones, evidentemente
sesgadas. Pelón recuerda cómo la radio
trabajaba la imagen auditiva para impactar a la colectividad hondureña. De ese modo, dialogan la memoria individual y
la colectiva.
Gabriel,
el mecánico, conocido como Farol, re-lee los sucesos como una cortina de humo
en donde los soldados rasos o el mismo pueblo fue manipulado para servir de
carne de cañón, pues en ese espectáculo los norteamericanos tenían la última
palabra.
Horacio,
crítico de la guerra, ofreció la doble cara de ella: arreció contra esos Nexus manipuladores de la
colectividad, que, por un lado, habían exacerbado el espíritu patriótico, y,
por otro, encubrían la escasez de lo básico.
Su relato periodístico intuía que esa guerra solo iba a empobrecer a los
dos países, vecinos y hermanos, cuyas heridas tardarían años en cicatrizar.
Horacio
arrastra, como parte de una memoria individual, la persecución política contra
su padre, silenciado precisamente por los militares, serviciales de una
dictadura pasada. Este recuerdo marcaría
quizás su insidia hacia el ejército o sus simpatizantes. El recuerdo, en esta
oportunidad, ha servido para re-leer el papel asumido por distintos actores
ante un conflicto bélico y la red del poder a la hora de constituir la memoria
de una colectividad.
En el microcosmos narrativo
de Bajo el almendro...junto al volcán, la radio reproduce todo un
espectáculo mediático al movilizar a toda una colectividad ante la inminencia
de una guerra, concretada entre Honduras y El Salvador.
Con
una imitación barata de ejército (compuesto por humildes campesinos), Nicanor
Mejía, el Alcalde, pasa a representar una parodia del jefe militar, destinado a
proteger el territorio ante la amenaza del invasor salvadoreño. Un “Manual de Instrucción bélica” señala la
teoría que debe llevar a una praxis con esos soldaditos del Batallón
Lempira. Las páginas del texto nutren la
memoria del capitán que reconstruye hechos del pasado y bajo el protagonismo de
héroes como Pericles, Atila, Lord Nelson, Napoleón... o prácticas discursivas
de las Termópilas.
Los
Nexus como “enemigos”, “patria”, “nación”, “identidad nacional”... refuerzan en
los actores de esa farsa o de esa representación carnavalesca la idea de un
territorio y un límite que defender.
Los
salvadoreños, residentes en Honduras, pasan a convertirse en enemigos, en “los
otros”, potenciales espías: ahora no
importa el aprecio que tengan por la patria ajena o los derechos adquiridos;
son sencillamente “el enemigo”. Una vez
más los Nexus son manejados según la conveniencia de los actores.
Esos
hechos heroicos de los humildes soldados o del mismo Capitán Centella dejarán
su legado mediante una estatua, como ejemplo de un monumento que rinde tributo
a sus próceres. La voz paródica del
narrador parece ridiculizar la memoria histórica y colectiva.
Esos
insignificantes campesinos, según el Alcalde, deshonran la memoria histórica de
los mayas, sus ancestros: son los
herederos de un territorio, pero no de sus valores. Es el corolario leído por el jefe militar del
Batallón Lempira.
La memoria maya perdida desanima al Alcalde al
reexaminar sus aportes o su saber, por ejemplo:
las descomunales formas arquitectónicas o los provechosos conocimientos
sobre los astros. La solidaridad de ese
colectivo y su afán de trabajo compartido parecen haberse esfumado con el paso
de los siglos, si se rastrea en sus descendientes.
El
Capitán Centella ve con dolor el pasado, cuyos valores registrados en sus
héroes, en las gestas o, en fin, retratados en una identidad nacional... se
desmoronan paulatinamente y con ello se enturbia la memoria colectiva e
histórica. Nuevos actores protagonizan
las narraciones que nutren a la memoria de la colectividad e incluyen desde las
fábulas de los hebreos, hasta “supermanes, batmanes, galácticos”. La misma voz narradora parodia al Alcalde
cuando lo nombra como Capitán Centella.
Por cuestiones de espacio, solo se
van a enfocar dos novelas de Julio Escoto:
El árbol de los pañuelos(1983) y El General Morazán marcha a
batallar desde la muerte (1992). La
voluminosa obra Rey del Albor, Madrugada
(1993) merece un análisis aparte.
a) Memoria e
identidad
La propuesta de análisis parte
principalmente de los conceptos emitidos por distintos teóricos en el texto Memoria colectiva e identidad nacional
de los compiladores Alberto Rosa, Guglielmo Bellelli y David Bakhurst
(2000). Por lo tanto, el enfoque reúne
diferentes voces que aparecen congeniar en el momento de conceptualizar la
memoria individual, colectiva e histórica.
Quizás el trabajo del término
“Nexus” sí asume un tono más particular, pues es retomado de un crítico
francés, Rouquette (citado por Alberto Rosa et al).
La
memoria, en todo caso, nace gracias a una labor de re-construcción del
pasado. Si las huellas del ayer no se
activan, se alejan del presente y son presa del olvido. Se trata de huellas significativas, aptas
para ser leídas. En cada sociedad,
proliferan los registros de los hechos pasados que involucran creencias,
tradiciones, símbolos, relatos, imágenes, monumentos... en fin, textos que
adquieren un rol protagónico, según se
mire el presente o se sueñe con el futuro.
Esta
recuperación del pasado no es un re-vivir imágenes, porque el paso del tiempo,
entre otros árbitros, ha mediado para que no se pueda volver a vivir esa
experiencia. La colectividad es
quien propone y dispone cómo manejar el
recuerdo, según las necesidades o intereses de la actualidad. Por eso los críticos insisten en considerar
al recuerdo como algo “motivado”.
Múltiples
circunstancias miden fuerzas para permanecer en el recuerdo o la memoria de los
pueblos, sobre todo en los momentos críticos como la “guerra”. Y precisamente los conflictos bélicos,
atizados por constructos como “Patria”, “República”, “Fraternidad”, “Nación”,
etc., propician ese juego de los “Nexus” que
Silvanna de Rosa y Mormino (2000)
retoman de M.L. Rouquette (1994: 69)
Tienen
una influencia claramente marcada afectivamente
que a veces deviene
intensa y cristaliza los valores o
contravalores/
/ Son palabras que se trasmiten a través
de
la historia, proporcionando la memoria
colectiva de
una
época, de una derrota o de una crisis. (456)
Según
Alberto Rosa et al (2000), los rastros del pasado pueden alcanzar un
valor simbólico en el momento actual y adquirir de esta modo un
significado. Los recuerdos no reviven el pasado: son una reelaboración
de este en el presente. El recuerdo
tiene una naturaleza constructiva y está lejos de ser una simple recuperación
de información almacenada en un depósito virtual. Piero Paolicchi (2000) define así el proceso
de recordar:
Recordar es
una co-construcción, un compartir
y una distribución de recuerdos entre
individuos que se
comunican ,
cooperan, y entran en conflicto entre ellos
en contextos
definidos por códigos simbólicos y prácticas
sociales que
se sostienen mutuamente (282)
La
memoria es el campo de batalla en donde el recuerdo combate a su eterno
adversario: el olvido. Y en esta
actividad rememorativa, las huellas del pasado solo van a vencer por una
interrelación colectiva. Por esa
razón, la memoria colectiva re-escribe y
re-lee esos rastros del pasado.
Jedlowski (2000) define la memoria colectiva de esta forma:
Conjunto de las representaciones del
pasado
que
un grupo produce, conserva, elabora y
transmite
a través de la interacción entre
sus miembros. (125)
La
colectividad o el grupo social tampoco implica una estructura homogénea de
voces, es más bien una polifonía en donde los distintos mediadores se
colarán para co-construir ese pasado y
simultáneamente darle una interpretación.
Las
relaciones de poder o las élites representan filtros que procesan la
información y logran legitimarla para que constituya una versión colectiva o de
consenso. Por estos motivos, los
críticos hablan de un “pasado imaginario” o un “pasado alucinado” (Alberto Rosa
et al: 2000).
La
voz mediática, como la radio o la prensa, asimismo cumple una función especial
cuando manipula datos para crear un espectáculo o la imagen espectacular en
donde el efecto emocional termina por influir en la percepción de los hechos o
en la memoria social. La forma en que se
presente la información repercutirá en la asimilación por parte de la
colectividad.
De
este modo, la reconstrucción de los hechos jamás será una reproducción exacta,
pues en todo momento la carga emotiva estará arbitrando y la motivación ética
estará al final del camino. En fin,
distintos códigos (éticos, ideológicos, axiológicos, cognitivos, etc)
intervienen a la hora de reconstruir la memoria colectiva con la que los
pueblos legan su pasado a las futuras generaciones.
Fasulo
y otros (2000) son más concretos en estas apreciaciones sobre la memoria:
Valores, ideologías,
sentimientos comunitarios,
estrategias políticas
e intereses económicos no
representan factores
de distorsión o interferencia
respecto a un
recuerdo “correcto” del pasado, sino que
constituyen el motor
auténtico que mueve la
recuperación y a la
difusión de los recuerdos (208)
La memoria colectiva ayuda a fortalecer los
lazos de identidad y pertenencia, por eso reconstruir el pasado desde la mirada
presentista, da pie para trazar los deseos o proyectos del futuro: ¿Qué fuimos?
¿Quiénes somos? ¿Qué queremos ser?
La
memoria colectiva se mueve entre lo individual y lo social, porque el recuerdo
es una actividad del individuo, pero los resultados son producto de una
colectividad. La memoria colectiva tampoco es una suma de memorias individuales:
es el grupo social quien homologa esas experiencias del pasado, por eso la
memoria es consensual. La voz de la
alteridad será escuchada en la medida en que sea relevante para la lectura que
efectúa el grupo social.
Existe
un criterio unánime sobre la recepción del recuerdo o la reconstrucción del
pasado y se trata del poder de la narración, pues apela a un gran auditorio y
requiere de un narrador. Asimismo la
conversación o diálogo representa una fórmula propicia para la re-elaborar las
huellas del ayer.
La
memoria no constituye una forma permanente o estática; por el contrario, es muy
dinámica, pues distintos significados luchan por colocarse en esa lectura del
pasado, siempre desde la perspectiva del presente.
La
memoria colectiva en su labor de re-construcción del pasado permite que los
hechos memorables sean registrados o documentados y así da paso a la memoria
histórica, en donde voces con mayor formación profesional re-elaboran esos
eventos. La actividad del recuerdo, base
de la memoria, implica una forma de narración y explicación (ludus) de los
hechos o eventos evocados (logos) de acuerdo con los valores confrontados
(mythos) del presente al pasado. (Alberto Rosa y et al, 2000).
b)
Memorias colectivas confrontadas en El
árbol de los pañuelos
La
re- elaboración de los sucesos pasados en el microcosmos se facilitan por la
labor rememorativa de uno de los actores de la trama: Eulogio. Este personaje, después de una crisis de
demencia, recupera la razón y de este modo reconstruye sus experiencias junto
al amigo y rival Balam Cano. Su
narración retrospectiva tiene de oyente
a un mediador que escribirá el relato.
Me refirió sus
primeros recuerdos, perdidos
en
el tiempo y confundidos en la nebulosidad
de
su pasada demencia (Escoto, 1983: 5)
Un torbellino de historia, de vida, una
memoria
que
parecía haberse ubicado en tantos años
atrás
y que funcionaba retrospectivamente,
fija en la época de sus desdichas y en la
grabación de sus desventuras ( Ibid, 6)
Los hechos se sitúan allá por el año de 1843,
25 años atrás, y en un pueblo llamado Ilama.
En ese microespacio, Eulogio conoció a Balam Cano, su gran amigo y
confidente, aunque en un momento dado se convertiría en rival y lo sumiría en
la locura.
Prácticamente
Balam fue educado por sus abuelos maternos Venancia y Nacho, padres de
Eulalia. Estos abuelos construirían para
el nieto la memoria de sus padres, sobre todo del padre cuyas acciones en Ilama
también trazarían una memoria colectiva para ese pueblo. Eulalia se unió a Cipriano Cano, un recién
llegado, quien sería marcado por el signo de la brujería, según la lectura
hecha por la colectividad ilameña.
Balam creció como hijo del
brujo Cano y su mismo nombre estaba asociado a
“brujo, tigre... jaguar...” (22); por lo tanto es un heredero del
poder sobrenatural o mágico. Sin
embargo, Balam creció con una crisis de identidad, pues su madre no era bruja y
no estaba seguro de haber recibido poder alguno. Solo el diálogo con su madre y luego con sus
abuelos le permitirán construir su pasado y su futuro. Su duda hamletiana lo lleva a dolerse de su
orfandad paternal y de ahí su incesante peregrinar para unirse a la figura del
padre.
Ser o no ser brujo es
un engaño. Todos somos
brujos. Todos
llevamos por dentro una piedra
maléfica que nos
encandila y desorienta,
guiándonos hacia lo
que dañan al otro.
Es indiscutible. (94)
Cipriano
Cano y su hermano habían llegado al pueblo y realizaron reuniones secretas con
su gente o con iniciados: les enseñaron a leer y sus códigos verbales manejaban
vocablos en torno al Diablo. Asimismo se
deleitaban con sus juegos de manos, el esconder monedas o desaparecer pañuelos. Con estos hechos, los ilameños fueron construyendo
una memoria colectiva que, de acuerdo con sus creencias, trazó la imagen de los
Cano como brujos y como tales un peligro para la colectividad.
La
mejor prueba la dio el cura del pueblo, pues las acciones de los Cano atentaban
contra las convicciones religiosas de su gente.
Por este motivo, su punto de vista sería determinante para fortalecer la
imagen negativa sobre los brujos. El
cura pidió a su Dios una señal para justificar su anuencia a la disposición de
los aldeanos.
_Pero, ¿quiénes eran
ellos, los que no nos entendían?
_Todos.
_ ¿Todos
quiénes?
_Todos-
levantan los hombros como sin darle importancia—todos los del pueblo.
_¿Quiere
decir que todo el pueblo los ...?
_ Todos...y el cura
fue el primero. (11)
Los Cano fueron sometidos
a un fusilamiento, pero las balas no surtieron efecto. De ahí que acudieran a las “balas curadas”,
pasadas por agua bendita. Luego fueron
arrastrados y apedreados. No obstante,
la colectividad nunca olvidaría el hecho: el impacto emotivo sería recordado
por muchos años, quizás por temor a una acción precipitada o a un
remordimiento.
Pennebaker y Crow (2000)
señalan que “los acontecimientos cargados de emoción, sobre los que la gente
evita hablar activamente, van a seguir afectando a los individuos al
incrementarse su porcentaje de pensamientos y sueños sobre ellos” (253).
Estos mismos teóricos apuntan la repercusión de esos hechos emotivos
en las conductas y creencias.
Los
sucesos en Ilama produjeron la condena del Gobierno, pero también un obligado
indulto, que paralelamente no compartirían ni Eulalia ni su hijo.
Parte
de la niñez de Balam estuvo a cargo de Eulalia quien sembraría en él la semilla
del odio hacia los ilameños. Ella se
encargaría que la memoria de Cipriano no muriera, por eso inculcó en Balam el
deseo de venganza casi como un deber patriótico.
En
las pocas y escuetas conversaciones, la madre va salpicando la mente del hijo
con el legado de los Cano que no deben quedarse en el olvido. Solo en esa re-construcción del pasado, Balam
podrá iniciarse en la adquisición de poderes especiales.
Pennebaker
y Crow (2000) enfatizan el poder de la conversación en torno a un hecho, el
cual es una forma de repaso que ayuda a la memoria. Balam recordará siempre el linchamiento de su
padre:
Pero él sabe que
algunos viejos que hay ahora le apedrearon a su
papá y a su tío... y
él no olvida , no perdona.
_ ¿Quién puede olvidar llevando el odio por dentro de la
sangre? (40- 41)
Balam,
por consejo maternal, empieza su proceso de iniciación en un espacio sagrado y
con una serie de rituales en donde hierbas, animales, fórmulas, códigos,
constituyen una formación especial cuyos resultados le otorgarán ciertos
poderes capaces de provocar males a los
“otros”, en este caso, a los ilameños apedreadores.
Los
brujos han legado en Balam su memoria colectiva y el joven brujo luchará por
conservar ese conocimiento o ese poder a pesar del tiempo.
Lo traído es traído.
Cuando uno tiene algo es porque ya lo ha
tenido,
le ha nacido.(54)
Balam
en su niñez, ya había hecho pruebas de su
poder cuando lograba que su caballo de palo relinchara o que sonaran los
cascos. Luego con Eulogio se jactaba por
la forma en que el cigarro prendido no le quemaba la piel.
Eulalia
le había reiterado una misión como verdugo de los apedreadores y este deber,
una vez cumplido, le permitiría acercarse a su padre, pues este no moría, sino
que se transformaba.
Balam, a través de sus acciones, va dejando
huellas que permitirán al pueblo ilameño identificarlo como brujo. Y, por lo tanto, como parte de un círculo,
pasa a convertirse en peligro para los valores de la comunidad: el presente de
Balam es leído mediante el pasado del viejo Cipriano y así los hechos son
concebidos como un eterno retoño.
La
memoria colectiva de los brujos, heredada por Balam le exige cumplir una serie
de venganzas contra los adversarios del viejo Cipriano: los apedreadores, los
testigos del linchamiento e incluso los descendientes de los apedreadores.
Quienes hubieran muerto o se marcharan del pueblo evadían el deber de Balam .
La
colectividad ilameña, por otro lado, hilvana distintos hechos extraños inexplicables, pero concebidos por la acción
de quien posee ciertos poderes; de ahí el malestar con las infecciones de la
piel en uno de los apedreadores; la entrega de la profesora, novia de Eulogio,
a Balam, quien lo hace para demostrarle
a ella que “sí” era malo; la macheteada hecha al mecapalero (testigo del linchamiento);
o también el incendio, provocado por Balam, hacia el hijo del último
apedreador. Asimismo un anciano es
víctima de los engaños del brujo quien lo hace alucinar.
De
este modo se construye la memoria colectiva en torno a hechos asociados al
poder del hijo del brujo Cipriano; la persecución la inician los militares
quienes agreden verbal y físicamente a Balam.
Además,
Balam se había tropezado con un anciano al que hizo creer que había podido ver
el mar en la lejanía y de ahí no volvería a la cordura. Unos soldados se percataron de ello y agredieron brutalmente a
Balam.
De
este modo, el peligroso brujo, toda una amenaza para el pueblo, fue llevado
para su curación a la casa de una bruja Decuerámade quien lo atendió con
esmero, sobre todo porque vio en él la oportunidad de una relación íntima con
Coralina, su hija, también bruja. Esa
mezcla de sangres redundaría en la posibilidad de una descendencia con poderes
especiales. Además, la memoria colectiva
de los brujos se lograría conservar o perpetuar para el futuro.
Ella canta algo
incomprensible. Gesticula .
Casi
danza. Vuelve sus ojos hacia el cielo,
los cierra, canta, grita y se lanza al piso.
Se levanta y reinicia el grito. De pronto toma
las ramitas y comienza a darme pequeños
golpes,
leves azotes en el pecho, en el cuello/
/Yo
comienzo a experimentar los resultados no sé de donde pero
comprendo que la Decuerámade aspira a
descendencia . Yo soy
hijo de brujo. Ella tiene una hija, de bruja.
(67)
La
bruja aprovechó “la hora del engendro”
como el momento propicio para que la relación íntima tuviera éxito. Esa hora especial constituía una tradición
para la memoria colectiva de Ilama: era la ocasión en que un redoble de tambor,
por parte de la guardia, recordaba al esposo su deber conyugal. Para Eulalia era el momento en que el brujo
Cipriano regresaba. La bruja curandera,
conocedora del destino, vaticina a su hija que los verdugos de Balam pueden
matarlo, aunque no moriría como todos: se transformaría.
Mi
madre dice que tiene que curarte luego
porque vas a tener un mal
fin, a menos que dejes descendencia...
-¿Qué te dijo?
- No me lo aclaró bien pero parece que viene
una orden de fuego para
ti porque hiciste fuego.(69)
Balam, por encargo de su madre había sacado
los restos de su tumba y con ellos hacía un ritual en la vieja casa de San José
de Oriente. En ese espacio sagrado manipulaba
los restos de una madre para hallar una señal que le permitiera acercarse al
padre, momento que le fue revelado por la propia Eulalia.
Su
dualidad humana entre brujo y mortal lo llevaron a dudar del encuentro y del
“deber” cumplido, aunque ya había consumado la venganza ordenada por la memoria
de los brujos.
Presumiéndome mortal
me traicionó y creyéndome
Brujo: soy una especie de alga, barro y
estiércol,
que
no conoce cuál elemento es más amplio y más
potente
(82).
Su
formación híbrida o mestiza ponía en
crisis su identidad aunque sus raíces indígenas representaban un
aliciente. Identificaba en él las
huellas del barro o maíz de los ancestros mayas, pero no podía negar la dosis
de mortal que le aportaba la otra cultura.
Las pláticas con Eulogio al disfrutar de las fumadas los hacía rememorar
esa costumbre como un legado de la memoria maya.
El
brujo, perseguido por la colectividad ilameña, estaba predestinado a morir,
según la bruja, pero Cora ha suplicado por su protección a tal extremo que ello
puede significar que Balam la olvide para siempre. Por eso el nuevo brujo entrará en una especie
de sueño, el cual será sinónimo de olvido, pero solo desechará la experiencia
con la bruja Cora.
Un
verdugo o perseguidor de Balam ha penetrado a su recinto sagrado, pero descubre
que no podrá matar al brujo por sí mismo, pues “un hombre solo jamás debe
enfrentarse con un brujo” (109), según la memoria colectiva ilameña. La súplica o ruego de Cora parece surtir
efecto, porque el brujo se siente como hipnotizado por el cigarro de Eulogio;
aunque la habitación arda en llamas, él ha evadido el fuego y ha trascendido
para aclarar su identidad al encontrar a su padre y sus verdaderas raíces. Entonces comprendió que la misión encomendada
se había cumplido:
Sabe que ha
matado, seducido, hecho daño, pero
no
sabe exactamente por qué. Simplemente el
impulso le corroía la conciencia, le agotaba
la voluntad
y lo hacía.
Pero Balam no le fue explicado su deber.
El
solo
recibió odio por lección y ese odio era precisamente
su deber... (110)
Recordar
y olvidar se han enlazado en una memoria colectiva de los brujos que ha
permitido unir a Balam con Cora para crear un nuevo hijo brujo como un
legado para el futuro de ese linaje
aunque el recuerdo de Balam signifique un olvido de una parte de su pasado.
2)
Un concierto de voces memorables: El General
Morazán marcha a batallar desde la muerte
“Recordar”... es más bien la
forma significativa y concreta
de establecer una relación con
su propio pasado
y con otros
por su parte de agentes
individuales situados
históricamente,
los cuales,
tanto
recordando como
pensando,
comunicando o
actuando,
construyen su
propio
ser y co-construyen
un
mundo compartido con
otros.
Piero Paolicchi
La
re-construcción del pasado, como se señaló con anterioridad, involucra la
presencia del recuerdo, el cual se diseña por el cruce de muchas variables,
entre ellas el paso del tiempo. De ahí
que la actitud rememorativa sea motivada y por una necesidad del presente, pero
con una mirada hacia el pasado.
Retrato por Miguel Ángel Ruiz Matute
Francisco
Morazán, como sujeto protagónico, re-elabora su pasado con su punto de vista o
sus valores y con ello teje su memoria individual. Paralelamente va leyendo el papel asumido por
la colectividad en esos hechos que comparte.
Por eso la intersección de voces que filtran la memoria individual y
colectiva. Como sujeto histórico que se
empeña en rectificar o también ratificar.
La
figura de Francisco Morazán como protagonista de una lucha armada por
consolidar la unión centroamericana entre los años de 1826 y 1842, lo
convierten en un sujeto histórico muy relevante. Por esa razón, la memoria colectiva y la
memoria histórica reconstruyen un momento del pasado en donde Morazán funge
como caudillo o héroe de Centro América.
Él da pie para diversas narraciones que lo colocan como el autor
principal.
El
recuerdo del héroe permite una re-elaboración de sus actos y la memoria
histórica deja constancia de ello a través de estatuas, monumentos o documentos
que en muchas ocasiones rescatan la memoria colectiva.
Podrían hasta lograr que no se alzara estatua,
podría hasta eclipsarlo y proscribirlo de la
mente
de las turbas ignorantes; mas, cómo lo
arrancarían
de
las páginas de la historia...(Escoto, 1992: 8)
La
imagen de Morazán, con el paso de los años ha facilitado que se minimicen sus
errores y se maximicen sus cualidades y precisamente esta acción la transforma
en un símbolo o un ideal para aquellos colectivos que comparten su valioso
legado, desde luego bajo la mirada de otro momento histórico. Las voces de los intelectuales o de los
estudiosos de Morazán trazan, de esa forma, una figura que se sinonimiza con
patria:
Esa transfiguración es la imagen de la
Patria por el desarrollo
integral de todas las fuerzas, de todas sus
facultades de todos sus
elemento de perfección y poder.
Suprimid el genio de Morazán y habréis
aniquilado el alma de la
Historia de Centro América. (Ibid., 9)
Los recuerdos sobre las
acciones o la fisonomía de Morazán también contribuyen a engrandecer la figura
del héroe, pues la re-elaboración subjetiva matiza sus atributos y le confiere
rasgos de mito. La re-estructuración de
los hechos entorno a una unión de países centroamericanos ha permitido que su
protagonista dé su propia lectura y es así como ese rememorar representa una
acción autobiográfica de Francisco Morazán.
Pero es un héroe situado en la fase final de su vida, en donde la
memoria debe lidiar para que la conciencia permita que los recuerdos fluyan en
forma continua. Esta memoria individual
no solo dará cuenta de los hechos concernientes al sujeto protagónico, sino de
aquellos otros actores que combatieron junto a él o contra él. De este modo, el héroe hondureño se convierte
en portavoz de una colectividad y pasa a ser el mediador de una memoria
colectiva.
Alberto
Rosa et al (2000) recuerdan el rol asumido por el sujeto individual:
Este vínculo
entre el organismo individual
y la cultura no implica olvidar la existencia
de
la mente individual, que es la que
interpreta
el
mundo con sus instrumentos culturales y quien
devuelve su propia interpretación al mundo
como
un
nuevo instrumento cultural. En este
sentido el
sujeto
individual no es solo actor de sus actos, sino
autor de las interpretaciones del mundo( entre
las que
están sus recuerdos) y de la historia. (30)
La
conciencia agonizante de Morazán re-construye las escenas finales del
fusilamiento, en San José, pero es una imagen ante una multitud conmovida, sin
una saña como podría esperarse. Ricardo
Fernández Guardia (1943), en Morazán en Costa Rica, apunta que “La
plebe se abstuvo de inferir ninguna ofensa a las víctimas y de festejar su
muerte, como fue festejada la de Morazán en otras partes de Centro América.”
(161)
La
agonía propicia que el recuerdo de sus fieles allegados lo conmueva, pues lo
acompañaron en las últimas como la muerte lenta de Saravia o del mismo
Villaseñor.
La
memoria le confronta hechos que lo confunden, como la acción del pueblo
costarricense que lo declaró “Libertador” y dos meses después lo fusiló en aras
de la “paz”. Asimismo pasan por su mente
las huellas de recuerdos felices como su nacimiento, sus amores o en fin sus
luchas por una causa justa.
Ahora,
desde la mirada presentista, baraja la posibilidad de haberse construido una
vida distinta, quizás sin ese horroroso final del fusilamiento. Sin embargo, termina por admitir que no
cambiaría su oportunidad de contribuir a la hazaña meritoria en pro de la
libertad, a pesar del precio que pagó por ello.
Reconoce que estaba llamado a ocupar un puesto en esa narración
histórica que lo convertiría en héroe y mártir.
Su
acto retrospectivo lo que lleva a re-leer su proyecto federalista que no se
concluyó, porque los actores de ese entonces manejaban otros intereses, tal vez
más realistas, pero menos transcendentes.
Solo la mirada desde el presente le clarifica los hechos:
Empezaba a
comprender que materialmente su
misión había
sido un absoluto fracaso -las naciones
estaban hoy más divididas que nunca. (17)
La
interpretación del pasado asume un tinte muy subjetivo, pues Morazán es el
actor principal y es también el autor de esa re-construcción. Las buenas intenciones del hondureño salpican
los hechos memorables para trazar la trayectoria casi mesiánica de ese
personaje centroamericano.
Esa
memoria individual hilvana los buenos momentos con distintas mujeres que él amó
o que lo amaron: María Josefa, Francisca Moncada, Juana Fuentes o la costarricense
Teresa Escalante. Pero sus nobles
ideales parecen disculpar esos trofeos femeninos.
No es que
hubiera sido cínico o promiscuo en
el
amor... eran solo las banderas complementarias
que traían consigo las galas del desfile del
poder...
Durante
más de diez años había sido el General
triunfante,
la figura pública más controvertida de la
escena centroamericana. (19)
Morazán
marca su memoria con una autodefensa de sus propósitos que desafortunadamente
siempre chocaron con las élites gobernantes, o con las rencillas provinciales
que obstaculizaban su labor de unidad y libertad. Reconoce el poder de manipulación de los
conservadores para influir en la colectividad y con ello, según Morazán,
propiciar una imagen desfavorable que iba a repercutir en la memoria colectiva.
Portada de edición venezolana
La
figura de Rafael Carrera “le torturaba la memoria”, pues no solo ejercía
control sobre la sociedad guatemalteca, sino que sus tentáculos llegaban incluso
a Costa Rica. La iglesia católica
compartió con Carrera la voz de autoridad ante el pueblo guatemalteco. De este modo, las estructuras de poder
mediaron indiscutiblemente la hora de construir o reconstruir la memoria
histórica o la memoria colectiva.
Morazán
enfatiza el papel de esos grupos dominantes cuyos intereses comerciales,
controlados desde Guatemala, se aunaban a leyes propicias para negocios ilícitos, y no estaban
dispuestos a perder sus privilegios.
La
iglesia católica compartía con los
grupos poderosos el rechazo a los rebeldes y a Morazán, quienes atentaban
contra los privilegios conquistados (control de cementerios, educación,
hospitales, herencias territoriales) y obviamente chocaba con los supuestos
valores cristianos.
De
este modo los rebeldes liberales eran leídos como un atentado a los principios
religiosos y por tanto a la tradición católica.
No solo eran considerados enemigos de la iglesia, sino de Dios. La memoria colectiva registraba los hechos
así narrados. Y unos actores de este
relato eran, por ejemplo, el Arzobispo Cassaus, el Padre José Trinidad Reyes o la Madre Teresa de Jesús
de Aycinema “que continuaba afirmando
que se carteaba con Dios”(40).
Los
indios, como grupo étnico marginado, acataban la lectura hecha por la iglesia
cuyos protagonistas se valían incluso de los cambios en el cielo para endosarle
a Morazán la mala fortuna que él representaba.
Morazán
interpreta la manipulación que ejerció la Iglesia y los grupos dominantes sobre el
indio, quizás convertido en marioneta,
pues debía leer el peligro en los propósitos del líder rebelde. En todo caso, mantenía su desconfianza con el
poder de los blancos. Hoy el héroe
reconoce la falta de tacto para comprender la identidad indígena que probablemente
no fue respetada, pues el proyecto centroamericano, en su intento de
unificación, negaba el derecho a la diferencia.
Los indios eran arrastrados hacia uno u otro bando, según el poder de
control.
Un sector de la población
con el que, honestamente,
los liberales cometimos errores políticos y al
que
nunca
entendimos cómo manejar bien.../
/Los indios nos veían desde el otro lado de un
espejo
que
nosotros no comprendíamos: el de su distancia
con el hombre blanco y esa fue quizás la causa
de los
fracasos que tuvimos con ellos y uno de los
motivos
para su rebelión. (52)
En
la rememoración que efectúa Morazán, sale a relucir el poder ejercido por la
prensa a la hora de bombardear la memoria colectiva: manejaba la información de
acuerdo con intereses ajenos a la causa rebelde y por ello la imagen del
hondureño era manchada con epítetos nocivo.
Pennebaker y Crow (2000) reiteran esa opción de la voz mediática:
La
comunicación de masas proporciona ejemplos
de
que el disponer de información no conduce
a
un punto de vista consensuado; en realidad subraya
el
hecho de que los prejuicios y las percepciones
del
individuo (o del grupo) influyen fuertemente
en la interpretación de lo sucedido. (252)
Morazán,
a la hora de reconstruir los hechos del pasado, insiste en la lucha por la
unidad centroamericana y, sin modestia alguna, recalca los nobles ideales que lo
llevaron a tantas batallas y encuentros con fuerzas antagónicas, sectores que
no comprendieron su llamado y se obstaculizaron al camino. Asimismo enfatiza que él tan solo era el
elemento convergente de esos valores federalistas o el portavoz de ellos.
Mis enemigos que me contemplaban
esperando vencer
en
espíritu al símbolo de la fraternidad centroamericana-
que
solo eso fui, un símbolo envuelto en la carne mortal
de
un pequeño hombre- _hubieran disfrutado el lance de mi paso
final
si en mi rostro hubieran observado el menor signo de debilidad.
Pero
la muerte -que es decir a la escena final de nuestro obligado
tránsito por ese remedo de la vida que es la
vida-_ se asiste envuelto
en la humillación o atento al postrero susurro
de confianza al
Supremo Hacedor del Universo, cuyos dictados
siempre había
respetado. Mis errores fueron muchos, mi fe, una. (22)
La
memoria de Morazán rescata en su momento de agonía una convicción religiosa que
probablemente no compartía la memoria colectiva y desde luego el poder
clerical, enemigo acérrimo del hondureño.
La
prioridad de los nobles ideales sobre las acciones bélicas, amistades, amores,
espacios geográficos, etc., constituyen casi un “motivo reiterado” a lo largo
de sus memorias. Tal vez su conciencia
insista en el énfasis para redefinir y revalorar la imagen negativa del momento
trágico de un fusilamiento.
La persistencia en los
términos “Patria”, “Fraternidad”, “Libertad”, “Pueblo”... propicia la relación
establecida por Rouquette (1994)en torno a los llamados “Nexus”, cuyo concepto
“describe algunas instancias de sentido inmediato que actúan como referencias
para una comunidad dada en un periodo concreto; por ejemplo, la “patria”, “la
libertad”, “la revolución”, “la justicia”, “los pueblos” (68), como lo citan
Silvana de Rosa y Claudia Mormino (2000).
Estas mismas estudiosas de
Rouquette rescatan el valor de los Nexus cuando aluden a otra cita del francés:
La realidad cognitiva y colectiva de estos
términos,
en un determinado período histórico, influye
en
el comportamiento de los individuos hasta el
sacrificio
propio o hasta la muerte. (Idem.)
Tienen
una influencia claramente marcada efectivamente
que
a veces deviene intensa y cristaliza los valores o
contra
valores... Son palabras que se
transmiten a través
de la historia, proporcionando la memoria
colectiva de una
época, de una derrota o de una crisis. (Idem.)
De esta forma, la memoria
de Morazán toma esos Nexus para justificar toda una acción bélica y a la vez
convencer a una colectividad que lo ha seguido por diversos espacios
memorables. Y esos constructos van a
constituir el dolor de cabeza para sus adversarios quienes precisamente deberán
manejarlos con otros propósitos. Por eso
el patriotismo será enarbolado por los grupos conservadores con fines muy
distintos a los que les asigna Morazán.
Quizás el Nexus “patria”
sea el más persistente en la memoria individual del héroe centroamericano; pero
lo redimensiona para aglutinar cinco países del área a los cuales sueña como un
solo espacio.
Silvana de Rosa y Claudia
Mormino (2000), retomando una cita de Rouquette (194: 70), señalan la
apreciación sobre el Nexus “patria”:
La patria nunca es
tan importante cuando
está en “peligro”; en general, una amenaza
real
o imaginaria parece ser una condición para la
activación de un nexus. (457)
Si bien los Nexus alimentan los proyectos del
líder centroamericano y su memoria individual, asimismo, fortalecen la memoria
colectiva y desde luego ocupan un rol importante a la hora de elaborar la
memoria histórica.
Además la perspectiva
de los Nexus reconstruye quizás un proyecto tan idealista que raya en la
utopía. Los cargos como presidente del
Gobierno de toda Centroamérica o el
rango de Libertador definitivamente nutrieron sus propósitos y, desde luego, su
ego.
Declaro que vi esa
designación como un deber y la
gran
oportunidad de volver un hecho los sueños
centroamericanos
por el bienestar, la riqueza y la
felicidad. Desde la Presidencia
podría renovar la
educación, diversificar los cultos
religiosos...
extender la hermandad entre los ciudadanos,
fortalecer
las defensas de la patria. (42)
Francisco
Morazán, al re-elaborar sus glorias, recupera aquellas lecturas que cimentaron
su cultura y que se encargarían de fortalecer los ideales en torno a libertad y
fraternidad. Su memoria escarba para que
emerjan sus consejeros intelectuales como Pope, Voltaire o Montesquieu:
protagonistas de una memoria histórica, pero también de una memoria censurada,
pues la lectura de ellos era parte de las prohibiciones a que era sometida la colectividad, dado que
incentivaban a la subversión, según la memoria histórica construida por el
poder español.
La figura de Dionisio de
Herrera también es rescatada por la memoria individual, pues para Morazán
representó su guía espiritual: lo hacía confrontar su pensamiento con el
discurso de Robespierre.
De este modo la memoria
histórica abrió sus páginas para que el insigne hondureño hiciera su propia
interpretación a los hechos de la
Conquista o la Independencia. Estas circunstancias le
facilitaron el camino para poder traducir la memoria colectiva del pueblo
centroamericano, memoria que era ignorada por quienes ostentaban el poder,
sectores dominantes que, según el mismo Dionisio, habían escrito la historia a
través de los siglos, desde Asiria hasta el poderío inglés de su momento.
En ese rememorar, la
conciencia del héroe llega a injertar su lucha en el contexto de los hechos
posteriores a la
Independencia en que Iturbide frustró los planes de los
grupos de poder de Centroamérica. Y con
pesar reconoce que el apego a esquemas europeos solo vino a atizar la pugna
entre los centroamericanos en donde los intereses de unos cuantos pugnaron por
prevalecer y calar en la colectividad.
La agonía de Morazán no le
impide recordar cómo aquellas estructuras de poder lo convirtieron en el gran
enemigo, incluso de la
Federación : “Ocultaban que el más perseverante defensor de
la Federación
era yo.”(65). Y las demás
estrategias de persuasión se concretaban en distintas formas: boletines,
artículos, libros, misas, discursos..., medios para influir en una colectividad
o en la memoria colectiva. Por eso su
imagen era manchada con palabras fuertes: “Ladrón y embustero”, “tirano,
demoníaco y Masón” (65).
Morazán
apunta las rencillas internas y externas entre los países del istmo que
constantemente amenazaban la integración de la gran patria, por eso debió
coordinar acciones militares para contener la sublevación en uno y otro país:
Mientras hubiera paz
pocos apoyaban al Presidente
de la República , pero apenas surgiendo una
confrontación
acudían todos a solicitar el brillo de la
espada para iluminar
la oscuridad.¡Qué triste oficio al que me
habían conducido mis
ideales de libertad! (50)
El momento presente le
permite a este líder redefinir su trayectoria pasada y así emergen algunos
pecadillos como cierta vanidad al aferrarse al proyecto de fraternidad
centroamericana; ahora reexamina esas luchas quiméricas que lo endiosaron
inevitablemente y que asimismo le crearon muchas asperezas personales y
políticas. Admite que esa prepotencia
personalista no debió existir; por el contrario, debió mantener la humildad,
porque “La gracia del verdadero amor subyace en dar sin ser recompensado”
(24)
El
recuerdo del desmoronamiento de su proyecto federal ensombrece su memoria
individual al reconstruir el momento en que Guatemala, Nicaragua, Honduras, y
Costa Rica se alejaban hábilmente de su propuesta y el Nexus de la “paz”
parecía ser la justificación para que esos países, ya cansados de tanta guerra, lo abandonaron, sobre todo cuando
cabalmente los enfrentamientos minaban recursos económicos y humanos.
La memoria agonizante de
Morazán le permite aún hacer nítidas algunas imágenes previas a su muerte en
Costa Rica. De ahí que acata el llamado
que le hacen para “salvar Costa Rica en donde me solicitaban ampararlos del
yugo odioso y tiránico que sobre aquella hermosa nación había impuesto
Carrillo.” (79)
Ricardo
Fernández Guardia (1943) señala cómo la pugna de las diferentes provincias
contra Carrillo por dejar la capital en San José significaría su caída y el
llamado de Morazán, quien fue recibido gloriosamente por esas provincias,
excepto San José que siempre le fue adversa.
Paralelamente,
la memoria del héroe hondureño reconstruye el entusiasmo inicial que provocó la
llegada suya a este país cuyos pobladores “nos ovacionaron”: “La gloria,
perseguida y reticente gloria venía a descansar en nuestros brazos” (80). El
Congreso, en el mes de julio lo declaró
“Libertador Nacional”, adulación que no le agradó del todo por el “carácter
particular de los costarricenses, prestos a halagar y alabar cuando lo
necesitaran, duros para reclamar cuando la situación lo exigiera.” (80)
La
conciencia del héroe agonizante quizás no puede evitar cierto rencor contra esa
colectividad costarricense, con recientes heridas de una lucha localista; por
eso se dibujan los signos de una identidad costarricense, retratada al calor de
los hechos bélicos de 1842. En este
país, Morazán varió su propuesta de base federal y abogó por una “república
constituida por los estados y bajo la égida de un solo hombre y un consejo de
ministros”(81)
Costa
Rica sería el último espacio geográfico que pisaría el líder centroamericano y
por eso probablemente la memoria se le refresque al reconocer las acciones
nada populares para financiar los
proyectos bélicos y concretar “el sueño de la unión”. Este hecho molestó a los ticos quienes en la
memoria individual son identificados como individualistas, quizás por el
aislamiento heredado de la colonia; de ahí que la población se mantuviera un
poco distante, dedicada a las labores agrícolas.
En
ese retrato que reconstruye el líder hondureño, caracteriza al país “sin
indios que explotar”(82); asimismo un poco egoísta pues “las
contribuciones forzosas” calaron en la memoria colectiva que fraguó una “disconformidad” que se tradujo en odio. Además, el poder del clero medió en esa
memoria de la colectividad costarricense quien no vio con buenos ojos como sus
recursos económicos servían para costear la suerte de otros países.
Fernández
Guardia (1943) parece corroborar el recuerdo de ese hondureño:
La
clase acomodada de San José, herida en sus intereses
pecuniarios
por las exacciones, había salido al fin de su
oposición pasiva, haciendo sigilosamente causa
común con
el
pueblo.(89)
Todos los recursos se empleaban en la
escuadra, el ejército
y los preparativos de guerra por el restablecimiento de la
República
centroamericana, proyecto que no despertaba en
Costa
Rica ningún interés.(32)
La memoria individual, al
re-elaborar los sucesos previos a la muerte, detecta ahora una discriminación
étnica que de una o de otra forma medió en ese entonces:
Los josefinos
no veían con buenos ojos que los gobernara
gente de más
oscuro color que la de sus españoles ancestros.(82)
Para
Fernández Guardia, la lectura de los hechos es distinta, pues el malestar
obedecía a que el poder político lo manejaba gente foránea, especialmente en un
San José que siempre añoró a su Carrillo.
La
conciencia del héroe agonizante también hace nítidas las imágenes sobre otros
rasgos identitarios del costarricense: “Los ticos pronunciaban con acento
diferente, pero eso era costumbre que debíamos respetar. Con detalles tan tontos como estos a veces se
alimenta la historia.”(83) No
obstante, acepta que la conducta de su ejército daba problemas: “Hacía mofa
de la forma de hablar de los ticos y sus costumbres amaneradas.” (82).
La
re-construcción del pasado permite que el sujeto protagónico asuma matices
subjetivos a la hora de leer los sucesos memorables, los cuales son narrados
tal vez con un barniz de resentimiento por el final de la aventura bélica.
Fernández
Guardia califica con epítetos muy fuertes a ese Ejército Nacional :
Un ejército permanente
de más de 700 hombres, con una
plétora de generales, jefes y oficiales, la
mayor parte ociosos
y viciosos (31)
Morazán tuvo que luchar con otra dificultad
proveniente
de su ejército, compuesto casi todo de
aventureros y malandrines
que a nadie respetaban. (33)
Los soldados imitaban el mal
ejemplo que les daban sus
superiores, provocando con su
depravación y procacidad
frecuente escándalos y riñas en
los barrios populares de la
capital (Idem)
La
rememoración del fusilamiento le permite aceptar ese final con la suerte que
había corrido en estos momentos, quizás como para postergar ese encuentro
violento con la muerte. Así una bala
mató al secretario Juan Milla cuando el caballo de Morazán tropezó y lo salvó;
también unos asesinos planearon matarlo, pero desistieron de ese propósito.
Morazán
rememora el momento en que fue sitiado en Cartago, donde muchos lo abandonaron
y tuvo que ceder ante “cuatro o cinco mil personas” cuya gritería victoriosa
cumplió su cometido. No hubo juicio
alguno y las tropas josefinas, principalmente, lo llevaron a San José para ser
fusilado:
Quinientos
hombres descalzos y ávidos de gozar nuestro
holocausto
marchaban a retaguardia, y otros doscientos o
trescientos nos precedían con evidente
ansiedad de vislumbrar
pronto el patíbulo alzado en San José. (92)
El
recuerdo vuelve nítidas las imágenes llenas de rencor del pueblo costarricense,
saña que pide a gritos una ejecución
rápida. La memoria, mediada tal
vez por el dolor del fusilamiento, barniza ese hecho memorable con “gruesos insultos”, con el “odio más
desgobernado” y con el “enconado rencor” (94).
La
memoria histórica que re-construye Fernández Guardia apunta que “No se oyó,
sin embargo una injuria ni siquiera una voz descompuesta”... “En aquella
multitud reinaba un silencio de muerte” (95).
La
conciencia del heroico hondureño traduce un perdón para el pueblo
costarricense, pero también deja colar una culpabilidad ante la fechoría del
fusilamiento:
Como si
comprendiera que en ese instante supremo
las retrataba (tropas) para siempre el ojo
infalible de
la historia, o como si los infectara un
sentimiento de
culpabilidad que lucharían por arrancarse
denigrándome
permanentemente durante los próximos
doscientos años (93)
La memoria histórica de Costa Rica leerá esos
hechos como la “leyenda negra” que obviamente minimizará en aras de limpiar la
acción precipitada y vengativa de los ancestros. El suceso, en todo caso, tuvo su relevancia,
pues se produjo en setiembre: un 15 de Setiembre, fecha de una “conmemoración”
centroamericana.
Probablemente
la memoria histórica y la memoria individual confronten al protagonista de
ellas, pues en una se minimiza la leyenda negra y en la otra se maximiza. Nuevamente los valores, los intereses o las
emociones atraviesan las memorias para adornar esos relatos que las
constituyen.
No
obstante, Francisco Morazán, en aras de rescatar su hazaña y sobreponerse al
final trágico, traduce un gesto de indulgencia para sus verdugos:
A quienes
perdoné hace dos minutos cuando me fusilaban,
y como sigo haciéndolo ahora desde este tiempo
sin espacio
en el que
siento que soy absorbido. (55)
El
perdón incluye a sus amigos que lo abandonaron en el último momento como Pedro
Mayorga, Comandante de Plaza de Cartago o a los que vitorearon al inicio y
después se dejaron dominar por los enemigos.
Ahora
la conciencia del moribundo héroe prevé la destrucción de sus memorias en Costa
Rica; pero también vislumbra la supervivencia de sus acciones patrióticas por
el istmo. Por eso se hermana con Bolívar
cuyo proyecto de unión también fracasó:
Lo que nos
ofrecía el destino era la fragmentación,
únicamente porque no habíamos tenido la
inteligencia
para entender que aislados éramos
débiles, unidos
podíamos ser nación. Por fin
comprendía la tristeza que
había asaltado a Bolívar antes de
morir. (61)
La
mayor satisfacción de Francisco Morazán es la convicción de haber ocupado un
espacio en la memoria colectiva y en la memoria histórica de estos países de la
región, pues difícilmente puedan matar sus ideales o enterrar para siempre su
nombre y sus acciones; de ahí la aureola de inmortalidad que él mismo se
asigna:
Destruyeron
al hombre Morazán, es cierto, pero
¿ha muerto
Morazán? Acribillado ese corazón que
ya no late, o
esos brazos que jamás levantarán
triunfantes
banderas, ¿de verdad ha perecido Morazán?
¿Se mata una
idea? (75)
El
recuerdo constituye definitivamente la mejor defensa de la memoria, pues es la
victoria contra el olvido. Por esa
razón, la persistencia del rememorar, a través de la memoria individual,
colectiva e histórica representa la mejor expresión de una inmortalidad, a
pesar de la infinidad de mediadores que interfieren con intereses tan
distintos. Piero Paolicchi (2000)
cabalmente enfatiza ese acto de recordar:
Aunque
abiertas a la co-construcción y a la negociación,
las
memorias son siempre memoria de alguien;
tienen
un
autor que les dota de la marca esencial de su
“punto
de vista” sobre el mundo. El acto de
recordar,
como
el narrar, finaliza porque expresa la forma en que
un
sujeto situado “toma postura”... también a nivel moral,
con
respecto al mundo. Por otro lado, por el
hecho de ser
comunicadas
y comunicables, las memorias individuales
nacen
, viven y mueren, en el círculo de las mediaciones
tanto
intersubjetivas como socioinstitucionales; entran
a
ellas mismas la historia, formadas continuamente por
cambios
sociohistóricos en los medios y en los
propósitos
del
recordar.(302)
El
microcosmos narrativo concluye con la sobrevivencia del recuerdo, de la memoria
individual, como un legado para la memoria colectiva y la histórica, porque en
todo caso es una “historia sin final porque nunca concluye su escritura.” (94) La acción rememorativa ha re-construido una
biografía cuyo actor y/o autor ha tratado de mitigar la huella negativa para
trastocarla en un rastro de perdón y quizás con ello se corrijan los sinsabores
de un camino recorrido.
Recordé, viendo el llanto de mi hijo manchar
mi testamento, que ninguna revolución existe si
no es en la juventud, donde renace, cae, nace,
perece y vuelve a nacer.
Recordé que las ideas libertarias siempre alumbran
como el sol.
Recordé que a los hombres no se les mata como bestias sin
juicio
previo y sin defensa.
Recordé la dulce venganza del perdón.
Cerré el pliego y lo entregué al juez de Primera
Instancia.
Casi de inmediato vi a cien generaciones leyendo
erróneamente
mi testamento con avidez.
Mi legado ha sido toda mi vida, no solo un pedazo de
papel. (95)
Paolicchi (2000) nos recuerda que los
propósitos de la memoria no solo aluden a “la realidad o la verdad de los
hechos pasados” sino que tienen un fin especial: “Dar sentido al mundo”. Y si
estas memorias además han sido compartidas, “adquieren un significado” en la
dimensión de una cultura o tradición discursiva. (295)
3)
A modo de conclusión
Puede argüirse, con razón, que los
historiadores no tienen el
monopolio
del recuerdo y la interpretación del
pasado, sino que autores de libros de
historia,
literatos, autores de películas,
e incluso cualquiera que hable y opine
está generando interpretaciones sobre
el pasado/ / y ello de manera
independiente del estatus de realidad
o ficción que se atribuya a
los
acontecimientos que se evoquen.
Alberto Rosa et al . (2000)
Luego
de un seguimiento de diversas líneas en torno a la memoria y alrededor de dos
novelas de Julio Escoto se pueden concluir algunas directrices que atraviesan
su mundo narrado. No se trata de
sintetizar un proceso de análisis o rescribirlo, pues ya se dio el espacio
idóneo para detallar la interpretación de cada re-construcción del pasado.
No
debe perderse de vista que cada práctica significante le ha servido al sujeto
histórico para re-leer su pasado o nuestro pasado si nos ubicamos en el
macroespacio centroamericano.
Los instrumentos metodológicos o teóricos _ propuestos por Alberto Rosas et
al (2000) en torno a la memoria, al recuerdo o a la identidad nacional
_ permitieron un abordaje del corpus de
Julio Escoto y ese fue segmentado para darle un mayor seguimiento a cada
propuesta narrativa. Luego se procedió a
un rastreo de las vertientes comunes que alimentaron el cosmos narrativo del
sujeto histórico, ya en una línea más diacrónica que sincrónica.
Según
los lineamientos seguidos, la memoria individual, la colectiva y la histórica
nacen desde un posicionamiento presentista, pero se vuelcan a leer un pasado
individual o de una colectividad. Esa
lectura siempre estará matizada por diferentes mediaciones que van desde los
códigos éticos y axiológicos hasta la filtración de estructuras de poder cuya
cuota es innegable a la hora de darle significado a una realidad o a una
ficción.
Distintos
actores asumieron un rol protagónico al encabezar las acciones rememorativas
que han servido para concretar, esconder o disimular la voz autoral, verdadera
lectora del pasado hondureño o centroamericano.
Esta cosmovisión, como parte de una ficción literaria, no está obligada
a complacer una posición de objetividad ni a rastreos referenciales de la
recepción, aunque tampoco cohíbe esas opciones de los lectores, sobre todo
cuando la memoria histórica parece deambular por las narraciones.
La
re-construcción del pasado en las obras analizadas cubre principalmente el
espacio hondureño, pero su temática va salpicando a Nicaragua, El Salvador,
Guatemala y Costa Rica. La dimensión
temporal mezcla diferentes épocas, actores y espacios, según la mirada
centroamericanista asumida por Julio Escoto.
En
ese rastreo de huellas del pasado que efectúa el sujeto histórico, se re-elabora
una memoria de la región en donde el fantasma de la guerra y el rol del
ejército insisten en dialogar constantemente sin importar la dimensión
cronotópica, como si fuera una constante identitaria de la realidad
centroamericana. Y ese diálogo se maximiza
con la presencia de los Nexus, apetecidos argumentos de todo conflicto bélico o
militar.
Morazán, amparado en los Nexus, (Patria,
Fraternidad, República Federal, Libertad...), propaga y lucha por un proyecto
de integración. Para cumplir su meta, se
apoya en el ejército, su aliado y seguidor de su credo. Pero la memoria colectiva e histórica no han
leído igual a ese ejército, tachado de ser un grupo de prepotentes o abusadores
del poder.
En todo caso, el ejército cumple una misión
esencial: proteger al poder político (y
por añadidura al económico) de la subversión o de los grupos que constituyan un
peligro para quienes ostenten el poder o el mismo statu quo.
Balam
es maltratado por los militares y perseguido, pues representa un amenaza a los
valores de la colectividad. Ese hijo del
viejo Cipriano recordará, en su memoria individual, por mucho tiempo, la
vapuleada de los militares. De este
modo, el ejército no ha dejado de mostrar su influencia sobre la colectividad,
a veces con recuerdos muy dolorosos y la memoria centroamericana es el mejor testigo.
Asimismo
la re-construcción del pasado tampoco ha podido evadir la mediación de la voz
massmediática, principalmente a través de la imagen impresa y auditiva. Los conflictos bélicos definitivamente
parecen calentarse con la presión de esa voz de la radio y la prensa. La colectividad absorbe muy bien el bombardeo
noticioso y gracias a él se filtra información que la memoria colectiva termina
por aceptar.
La
memoria individual de un Morazán que agoniza permite re-construir la influencia
de la prensa en la opinión del colectivo, a tal extremo que el héroe sentía el
peso del rechazo a sus propuestas, porque esa voz mediática se prestaba para
hacerle el juego a los sectores conservadores, enemigos de cambios que
cercenaran privilegios.
En
la memoria individual de Morazán, se lee la manipulación y el conturbernio que
efectúan los grupos conservadores y la iglesia misma, sobre todo en Guatemala:
buscan crear una atmósfera adversa hacia Morazán, pintado como un peligro o una
amenaza, aunque se nieguen a confesar que temen por los privilegios que siempre
han tenido.
Morazán
relee una discriminación hacia el indio que siempre vio en el blanco un
enemigo, que no respetaba su legado.
Paradójicamente la iglesia logró mejor
influencia que el héroe hondureño y supo ponerlo en contra del
político. Quizás el proyecto de
integración nacional de Morazán difícilmente contemplara el derecho de la
alteridad indígena.
Balam, es sus crisis de identidad llega a
sentirse un híbrido, pues es brujo por un lado y por otro lleva la dosis de los
mortales. Pero en ese mestizaje, cuando
se identifica con las raíces indígenas: ha compartido el rechazo de la iglesia,
la atribución de lo mágico o el manejo de ciertos poderes, obviamente todo esto
es leído como negativo para la memoria colectiva de los ilameños.
En
todo caso, esas raíces indígenas, ese legado, todavía sigue luchando contra el
olvido como una herencia que dejaría para siempre la imposición de la cultura
española, blanca, occidental, etc.
La lectura de Julio Escoto sobre el pasado
centroamericano ha buscado, por lo tanto, retratar qué hemos sido, qué
somos o hacia dónde vamos. Ha buscado
una identidad de la región, en donde probablemente siempre escuche el eco de
Morazán, sobre todo cuando los conflictos fronterizos parecen nunca
acabar. Y la misma identidad,
dolorosamente, pareciera seguir silenciando las voces indígenas o de un pasado
común.
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[1] Vilmar Rojas Carranza es licenciado en Filología Española y estudiante
avanzado de la
Maestría Profesional en Literatura en la Universidad de Costa
Rica.
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