04 septiembre, 2014

Nuevo Amanecer
sep 23, 2006
Legados coloniales y nación en 
"Madrugada" de Julio Escoto
Carlos Midence    
cmidenceni@yahoo.com 

En América Latina y, específicamente en Centro América, nuestra historicidad siempre se ha visto implicada en esa llamada búsqueda de utopías anheladas y pasados destruidos. Es decir, la memoria funciona como punto de fracasos y arcadias. En el caso de Nicaragua, Coronel Urtecho es el que más se acerca a esta categoría, tanto desde la historiografía como desde la ficción. Para un país como Honduras, es el intelectual Julio Escoto quien conforma a través de su obra Rey del Albor, Madrugada (Centro Editorial, 2005) una especie de alocución en la que interviene no sólo en el pasado del país, sino en rescoldos del mismo en la época actual.
Escoto, mediante la metáfora de un ordenador dentro de la obra, ilustra su concepción del devenir histórico como lo externo a la densidad continua del fondo. Desde esta perspectiva, la vinculación entre la investigación histórica y la narración se vuelve estrecha. De ahí que la obra vaya hacia ciertos elementos sintomáticos de lo que yo llamaría el rapto de la historia y, por ende, de la construcción de la nación por parte del poder y la letra. Es emblemático en este sentido el capítulo que se titula El Presidente quiere que invente la historia.
Hay entonces en esta obra una mirada histórica válida que se ajusta al recurso del “extrañamiento”, esa necesidad de investigar desde una mirada más compleja que involucre el dominio estético y moral, de acercarse a lo que las cosas son o fueron. Las implicaciones anti positivistas en la obra de Escoto, aunque al final ceda sin restricciones ante ellas, son obvias.
De ahí que Escoto logre en esta obra una especie de imaginación moral. Esto sería la capacidad de ponernos en el lugar del otro, en el caso de Escoto serían los misquitos, campesinos, indígenas, no para conocer sus categorías, sino para discernir sobre los motivos que inducen a la acción. De igual manera para vislumbrar en perspectiva temporal y estructural aquello que estos sujetos no realizaron y que permitió configurar hechos y procesos históricos, aun con la ausencia de estos sujetos dentro de la narración que registra y codifica.
Diríamos que esta obra se vuelve un elocuente testimonio de nosotros mismos como sujetos coloniales y postcoloniales sin ubicación precisa. Es por ello que el historiador norteamericano Quentin Jones, personaje de la obra, se vuelve más de una alegoría dentro de la trama. Decimos esto porque además de ser extranjero, y sobre ello se le encomienda la tarea de re-escribir o re-inventar la historia del país, es negro. Alegoriza Escoto, a través de este personaje y el presidente que lo contrata, una autocolonización en la que se trata de imponer el discurso civilizatorio occidental (representado por Jones) y reproducido por el presidente. Se da un emparentamiento con lo que Michel-Rolph Trouillot llama el silenciamiento de las narrativas históricas tercermundistas.
A través de este hecho, Escoto procesa la reflexión poscolonial como una tendencia crítica y como desplazamiento paradigmático importante en lo que refiere a la construcción o invención de la nación en nuestra área. Dicho de otra manera, Escoto lo que crea es una alegoría sobre los legados coloniales, en la que según su propuesta, la nación se inventa desde fuera y se exilia de ella a sujetos importantes como los negros, los indígenas (autoinclusión con la figura de Jones, aunque quede fuera lo nacional en su estirpe académica). Sería, entonces, la novela Madrugada una reflexión sobre la alteridad y de cómo estos sujetos “otros” han quedado fuera de la narración. Hay toda una propuesta discursiva, en la que se tratan de recuperar las relaciones con la simbólica del poder y con la práctica del mismo.
Escoto demuestra por medio de la figura de Quentin Jones que la gramaticalidad de la historia no sólo pertenece al Archivo, sino también a la des-memoria, debido a la imposición que se hace a través de los cercenamientos y exclusiones. Ahí donde norma y sanciona la historia, interviene de forma sintomática en el proceso de conformación de la nación.
Esa genealogía explica los objetos y los sujetos por su origen: la identidad está dictada por el linaje de la significación, por la familia de asociaciones, por el árbol de los saberes, por la explicación de los textos. No es gratuito que Escoto sin entretenerse en los meandros del mestizaje vaya hacia la alteridad, sin tratar de corromperla o de hablar por ellos. Escoto está consciente de que es un productor intelectual académico y que pese a tener mucho conocimiento del mundo indígena está subordinado al mundo occidental. Por ello, la obra se torna pluridiscursiva, debido a que incorpora elementos indígenas aunque sea por medio de las formas y estrategias occidentales.
Una obra sobre la violencia política y epistémica en la cual se interroga si es posible que nuestras historias deban ser escritas por los mismos. Podríamos interrogarnos: ¿es posible escribir historias del tercer mundo desde la perspectiva del tercer mundo? O, por el contrario, las historias del tercer mundo sólo pueden escribirse desde el primer mundo, es decir, desde las pautas y principios de la historiografía como práctica disciplinaria, ejercida en la producción de conocimientos sobre (pero no desde) el tercer mundo?, como bien lo pregunta Walter Mignolo.

Entonces quedaría otra pregunta tomada del mismo autor, ¿será posible, entonces, escribir historias “postercermundo”, transformando así el objeto de estudio para la disciplina historiográfica en sujeto y agencia política que reúne en el conocimiento el “sobre” con el “desde”, lo conocido con la localización del conocer? La pregunta está formulada.

(Fotografía por Jacobo Golstein en el patio frontal de la Casa Blanca, Washington DC, Enero 2006)

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